La revolución de los ciudadanos
Uno de los problemas de más difícil solución, en la compleja sociedad de los distintos Países de América Latina, es el referido a la específica definición política de los hombres y mujeres de las clases menos pudientes, de las clases mayoritarias, denominadas, generalmente, “el pueblo”. Problema, porque su simple alusión –el pueblo, las clases populares, los de abajo, los excluidos— ya propone un discurso, el cual, en sentido inverso a lo que sus palabras quisieran revelar, invita a la estratificación, a oponerse curiosamente a su alteración y cambio social, para utilizarle como una herramienta de lucha, supuestamente en su defensa. Uno de los Partidos de mayor tradición en el quehacer político y democrático de nuestro continente, Acción Democrática, desde su fundación, ha insistido en llamarse “el Partido del Pueblo”. Y en su fecundo compendio programático, AD –como el Apra, del Perú y tantos otros símiles sociológicos— proponía la “liberación del pueblo” dentro de un orden de lucha democrática, esperando conseguir así el camino hacia el engrandecimiento, el desarrollo, la superación económica del País. En el fondo, concebía –¡y conciben, por Dios!— la versión dialéctica para el “nuevo mundo” de la fracasada “dictadura del proletariado” que Carlos Marx concibió para la realidad anti-imperialista de la Europa del Siglo XIX, herida ya por el ejercicio del capìtalismo de entonces, tras la consolidación de la Revolución Industrial.
En la jerga de los Populistas, el pueblo no es el pueblo –los humildes—como lo entendemos los que queremos racionalizar la acción del cambio social permanente, constante, siempre para más y nunca para menos. El pueblo del Populista es una mezquina institución irreal, aplicada a su intención de alcanzar o mantenerse en el Poder, para la eternidad. El Partido Comunista de la Unión Soviética gobernó durante setenta años a la confederación rusa, en nombre del pueblo, para terminar haciendo más pobres a los pobres del pueblo ruso. Fidel Castro lleva ya cincuenta años en Cuba, empobreciendo a los pobres y hablando siempre de una revolución en nombre del Pueblo. Chávez y sus iluminados socialistas del presente siglo, habla y actúa en los mismos términos Populistas. Apenas lleva diez años, pero, desde luego, siempre irá por más. Diez más. Veinte más. La eternidad.
En cambio, nos hemos ido olvidando del Ciudadano y de los Ciudadanos. Les citoyens, en la clásica Marsellesa de la Revolución Francesa. The citizens, en la cultura anglosajona. Todos los ciudadanos de una Nación, son iguales y comportan el ejercicio de los mismos derechos, a la par que recaen sobre ellos las mismas obligaciones. La sociedad civil está integrada por la totalidad de los ciudadanos. Los pobres y los ricos. Los jóvenes y los viejos. Los blancos y los negros. Las mujeres y los hombres. Los del pueblo, política y jurídicamente hablando, son ciudadanos. Y en ese sentido, son tan del pueblo los aristócratas y oligarcas del Country Club, como los menos pudientes de los barrios de Petare. Y los ciudadanos todos, en Venezuela, somos los responsables de la soberanía nacional. Somos todos los que tenemos la obligación, el deber colectivo, de salvaguardarla, de evitar que extraños, gringos, cubanos, rusos, musulmanes o budistas que no sean venezolanos, maltraten, condicionen, hieran nuestra soberanía. Como lo hicieron, en Machurucuto, hace 42 años, una parranda de invasores, terroristas, que intentaron cambiar el rumbo de nuestra historia, para anexarnos a la tragedia que viven hoy los cubanos, esclavizados por una tiranía comunista, “en nombre del pueblo”. Como quiere Chávez ahora, con o sin conocimiento de causa, promoviendo una causa perversa que terminaría quebrando para siempre nuestro futuro.
Por eso, nuestra propuesta de la Revolución Democrática, primero que nada, debe entenderse como la Revolución de los Ciudadanos. Sin misiones que se impongan para mantener pobres a los pobres. Sin “barrios adentro”, sin “comunas” financiadas desde Miraflores. Sin falsos empresarios comprados por el petróleo del Estado. Sin sindicalistas subordinados a la orden del Régimen. Sin Partido Único, gobernante. Sin la carcomida y supuesta autonomía de los Poderes que hoy maneja un solo Jefe Supremo. Sin medios de comunicación en silencio forzoso. Sin súbditos. Sin subalternos. Ciudadanos en pleno ejercicio de su ciudadanía. La Revolución Democrática tiene que ser la Revolución de los Ciudadanos.