Opinión Nacional

La revolución como espectáculo

– I –

Al finalizar 2004, Colette Capriles entregó “La revolución como espectáculo” (Random House Mondadori, Caracas), obra que pudiera convertirse en una suerte de hachazo para la cándidez voluntaria e involuntaria de quienes celebran más sus entrevistas de prensa, esquivando las interrogantes que abre sobre un futuro incierto, pero implacablemente cercano. Celebramos propiamente las evasiones con fingido interés hacia lo que nos interpela, resueltos a postergar un sismo: el de las condiciones que todavía dibujan la situación actual.

Esperábamos un esfuerzo de sistematización del fenómeno que se ha dado en llamar la antipolítica, habida cuenta del espectáculo como uno de sus esenciales ingredientes, zurciendo hechos y tendencias desde las perspectivas que ofrece la ciencia social en el intento de reordenar el presente. Empero, fuímos gratamente sorprendidos por la doble originalidad de un título que, por una parte, es fruto de las notas personales, borradores de cartas, comentarios sueltos y artículos, con provecho inicial de la infopista para recoger toda la inquietud, espontaneidad y creación suscitada por los acontecimientos; y, por otra, compendia no pocas, sensatas y formidables intuiciones requeridas de un posterior tratamiento científico, según el celo de una autora que –en un reciente foro realizado en la sede nacional de los socialcristianos- cuidó de la posible, difícil y dolorosa normalización del régimen, en el soterrado conflicto entre sus apocalípticos e integrados, como hipótesis.

La ( hipo / hiper ) política

El pasado y su terca manipulación, corre por el cuaderno de bitácora con las innumerables características del modo y los contenidos alcanzados por el obrar político de los últimos años. Hay contrastes pocas veces advertidos por quienes –creyentes o escépticos- desesperan ante las circunstancias actuales, desbrujulados.

La actividad proselitista de estos días tiene, como modelo, al pastor evangélico de los medios pobres urbanos, salpicado ciertamente de un “manierismo de disc-jockey” (29), al cual agregamos la particular opción que ofrecen –sobre todo- los medios audiovisuales. Experimentamos una actualización que ha sido retroceso, en cuanto a la proyección de un liderazgo ayuno de una tradición parlamentaria, tan locuaz como aquél Ronald Blanco La Cruz que habló en uno de los actos aniversarios del 4 – F, desde La Planicie, festejado presidencialmente como pieza oratoria de antología, o evidenciado en los distintos actos televisados de la oposición, rompiendo con la acaso severa imagen de años idos, en favor de otras severidades nacientes por jocosas que pudieran parecer.

Para unos, se trata de trepar los cerros con la sobresaliente ayuda y protección de un Estado que –al fin- transmite un mensaje donde llegan la cerveza y los cigarrillos con envidiable comodidad, resaltando una de las anomias que nos aquejan. Para otros, bastará con patearlos a través de la telepolítica, dispensados de un esfuerzo personal de convencimiento. Unos y otros logran el artificio de lo público como un visitante esporádico que está impedido de hurgar las dolencias, los problemas y hasta los mismos enseres domésticos, salvaguardando el individualismo peculiar que no logra atajar siquiera la mentada revolución.

Sufrimos los nuevos elencos de la política, cuya única credencial reside precisamente en su novedad, a pesar de los nombres colados como Miquilena o “un tal Escarrá”, desconocido por la autora en diciembre de 1998 (22), no así por los copeyanos que lo tuvieron como un alto funcionario partidista. Vista la larga nómina de los militares activos y retirados en funciones públicas, nos parece acertada la versión “efebocrática” de Capriles, en cuanto a “tradición diseñada para impedir que se formen tradiciones” (103).

Los escándalos de la antigüedad, sobre los hombros de la denuncias que creímos inevitables en el ejercicio de la democracia, lucieron tan aburridos y rutinarios que nos llevaron a perfeccionar el espectáculo, paradójicamente desterrada la corrupción administrativa como una calamidad en los estudios de opinión. Así, la política tiene por único destino a un pueblo-público (85), atraído por un espectáculo compartido y sorprendente (27, 38).

De la “antipolítica – o impolítica, no sé cómo exactamente llamarla -”, también teñida de oposición (176, 193), pasamos –otra paradoja- a la hiperpolítica (61), en la única cabalgadura que la hace posible: la alergia a todo compromiso y el miedo a las consiguientes responsabilidades, retratada en la mórbidez neutralista de la sociedad civil (64). Consabido, hay más de voyeurismo en las lides familiares o del condominio, gremiales o políticas, donde el fisgón intenta medrar antes que aventurarse a pasar a escena: legitimamos el oportunismo, confiados en un cercano papel de victimarios.

El hallazgo de la política

Util redundancia, el tratamiento público de los asuntos públicos depende exageradamente de las encuestas, a pesar de los problemas metodológicos y hermenéuticos sospechados (183), como de las recurrentes imbecilidades de los que tienen ocasión de acceder a los medios masivos, boceteado en un periodista de guardia en la estación televisiva (189). Los partidos padecen la competencia leal y desleal de otras instancias, como las académicas o mediáticas, cuando se trata de pensar las situaciones vividas o por vivir, pero frecuentemente renuncian a un esfuerzo que –irremediable- ha de tomarse por histórico, en el caso de empeñarse por las dificultades y ofertar una transformación.

Opera un falso dilema entre la aceptación o la negación totales de los sondeos, encubriendo la ausencia de una reflexión creadora, apenas compensada por los “opinadores de oficio”, a veces tan ciegos e intolerantes que no se permiten una humilde rectificación de criterios. Estos, al convertir la política en un monopolio de la especialidad, consciente o inconscientemente defienden intereses sobre el lomo de los prejuicios alcanzados y, a guisa de ilustración, recordamos que no fue posible la adecuada difusión de un comunicado de los socialcristianos mediante el cual aclaraban el carácter solitario y personal de una votación parlamentaria que contravino el lineamiento opositor de la organización, a propósito del incidente con Colombia, porque prevaleció la interpretación de una fea complicidad del partido tradicional con el gobierno y hasta hubiese sido peor insinuar o ejercer formalmente el derecho de réplica.

Coincidimos plenamente en que “el país atraviesa un desierto interpretativo”, pues “los modelos disponibles no alcanzar para empapelar la realidad” (160), como señala la autora armada de metáforas llamativas y no menos punzantes. Herederos de un universo de interpretación, ciertos liderazgos se permiten únicamente las inquietudes publicitarias, integrando –acaso- a los académicos y sus materiales como parte de ellas. Sin embargo, resultan sorprendidos por la tozuda realidad, agotándose en los sondeos: admito mi indignación cuando fue necesario asumir los resultados del revocatorio presidencial, pues, al acudir a la sociología funcionalista para atisbar una respuesta en torno al carácter pseudocompetitivo de los sucesivos comicios chavistas, privó no sólo la indiferencia ante un planteamiento que superaba el ardid simplista del grupo de trabajo, sino que –apenas- una sola persona reparó en la vejez de una edición de J. J. Linz, como si no hubiese sufrido la embestida de la crítica o –mejor- como si bastara la mera devoción oportunista y coyuntural en un partido que también debe ser empresa de reflexión.

Por consiguiente, hallar la política significa reconocer su actual descapitalización intelectual, convertida en un reino del lugar común, ocupado por el fetichismo lingüistico (68 s.), propicio para el desarrollo literal de la artillería política (84, 94, 118, 179). Al respecto, no es casualidad que en muchas de las discusiones pretendidamente políticas, surja afanosa y golosa la literatura de autoayuda como promesa de una cita pendiente y oracular de Tsun-Tsú.

Atina Capriles al señalar que la oposición se ha hecho del lenguaje de la economía y no de la política, incomprendiendo a Chávez (31, 45). Colegimos que un éxitoso discurso político deriva de su poder explicativo (34), satisfacción de una necesidad cultural (47), tomando la política con seriedad (55), no tecnicista por mucho “think tank” que haya (64), hábil (170), reconociendo las diferencias (185), teniendo qué decir (196), no monopolizando las soluciones (213). Sin embargo, el fracaso de la muy diversa oposición democrática y de sus más significativos integrantes, posiblemente no se deba sólo al exacto incumplimiento de los requisitos para hacer efectivo el mensaje, sino a su orfandad misma y la de los códigos culturales alternativos para estos u otros tiempos. Por ello, la urgente necesidad de los proyectos ideológicos, como lo sugirió Capriles en el foro citado, capaces de entablar una limpia competencia y de facilitar los ineludibles y básicos consensos, superando la doble tragedia del ya inmenso instante histórico que se vive.

A nuestro juicio, somos chivos emisarios y expiatorios de un régimen –si se permite- aideológico: de un lado, el debate público trozó tantas futilidades en el pasado, que pronto supo de un proceso de desaprendizaje de valores y principios, como de la sospecha que pesaba –y aún pesa- sobre quienes los proclamaban, quedando como un dato oscuro y lejano, una curiosidad de los historiadores que tardarán en llegar, los cuestionamientos hechos en el desprestigiado foro parlamentario; y, del otro, raptando un lenguaje de la más variada procedencia, ésta revolución luce atípica, más allá del conocido estribillo de “pacífica”, por carecer de un definido, coherente y convincente proyecto ideológico (todo un oximorón), devenida circunstancia y habilidad para impedir un mínimo escarceo con el régimen que, por cierto, es asiduo a los congresos, coloquios, seminarios o encuentros con los intelectuales afectos según el canón celebracional, místico o litúrgico legado por las viejas internacionales. Un pugnaz e intrépido pragmatismo parece deslegitimar, por siempre, toda preocupación por la esencia y existencia del régimen, imposibilitando o dificultando la precisión de su naturaleza, la cual obligaría a precisar también a sus opositores. Y se dirá: no es para tanto.

Valoramos el desafío a los referentes conceptuales establecidos: la victoria de 1998, como una consumación del intento golpista de 1992 (18); el puntochavismo (24); el imaginario del cargo público como acceso grotesco a la riqueza (27); el paralegalismo (39); el rentismo y la disolución institucional (57); el golpe de baja intensidad, vivido en gerundio (63); la obligación de deconstruir el discurso, aceptada una versión de los niveles de pobreza (68); los derechos como red de deberes ajenos, desconocia la libertad especialmente de acción (69); el ultrarrepublicanismo, donde el Estado es el ciudadano (73 s.); la conducta del Estado como ente privado y la de los empresarios como funcionarios públicos (81); la realidad de la buhonería (121 s.); la política de salón (155); el flogisto mágico-histórico de la desobediencia civil (176); la preconización del Estado omnipotente mientras se le desmantela, contruído por el puntofijismo adherido a un modelo de capitalismo abierto (188); al no reducir el delito, el Estado lo convierte en no-delito (191 s.). Vuelo de la imaginación necesaria para conseguir una interpretación lo más adecuada posible de los acontecimientos, incluída la aseveración nada disparatada de “ser liberal en Venezuela, es de ser de izquierda” (114), frente a la derecha militarista, reaccionaria, populista, demagógica, autoritaria, personalista y conservadora, producto de una reacción a la modernización económica e institucional de los noventa (148, 163 s.).

A los aportes de Alfredo Ramos Jiménez, Domingo Irwin o Nelly Arenas, por citar algunos de los nombres injustamente desconocidos por el gran público y las propias entidades que dicen hacer política, se suma el de Collette Capriles: bisturíes se adentran en la carne de una novedosa realidad donde fallan las piezas más viejas y veneradas de interpretación. Ojalá que los científicos sociales instalen sus quirófanos en los partidos: la política es la única herramienta para luchar contra autoritarismo y sus diferentes versiones que anidan en las entrañas aún de los que la reclaman.

– I I –
¿UN CASTING PARA LA POLITICA?

Varios de los correos electrónicos recibidos insisten en el problema del relevo político, reclamándolo o desechándolo en razón de los últimos acontecimientos electorales. El fracaso opositor demanda nuevas o viejas caras, como si se tratara de endehesar nombres prestos para el combate de rápido desenlace.

Lo cierto es que en otras empresas cuidan del relevo generacional, cuidando de un reclutamiento que les conceda una adecuada continuidad. Muy tempranamente, los jóvenes incursionan y prueban su vocación en el mundo militar o en el eclesiástico, por citar un par de ejemplos de rigurosidad y de éxito al que se le acerca -un poco- el de la farándula. Sin embargo, desde hace relativamente pocos años, las entidades políticas (partidos, gremios, sindicatos y demás organizaciones intermedias), no exhiben tal interés y dedicación, dadas las características alcanzadas por el medio.

Específicamente, se impuso la tendencia ultrapartidista que fue lucha exclusiva por el poder interno en desmedro del obrar –pensamiento, acción y emoción- político en su más amplia y generosa acepción, legitimando las batallas campales. El proceso de formación política, la adquisición de destrezas y de experiencias, así como la maduración de ideas y de vivencias, quedó a la deriva, anarquizó las ambiciones y volteó prácticamente las referencias e intuiciones de un camino que también es entrenamiento para la búsqueda y el ejercicio del poder pastoral.

Hay evidencias de talentos precozmente desperdiciados por una salvaje competencia: así como ordinariamente no se entiende un obispo, sin haber ejercido alguna vez como párroco, ni un general que no haya mordido las trincheras, tampoco podríamos presumir las virtudes de un gobernante que no partió de las tareas más elementales. Excepcionalmente surge el teólogo que jamás ha oficiado una misa, el estratega que nunca ha disparado un arma o el jefe del Estado que no supo de las lides parlamentarias o partidístas, pero suele encontrarse una mayor credibilidad o posibilidades de éxito en aquél que supo o conoció de las más rudimentarias tareas. Difícilmente, el gran actor se hace con su primera película.

La naturaleza compartida, utilitaria, clietelar y prebendaria de los partidos venezolanos, ha ultimado sistemáticamente las posibilidades de los jóvenes que sienten y desean obrar en política y quizá por ello, in vitro, son otras las entidades las que dicen aportar o aportan efectivamente el relevo. Consustanciados con la vieja cultura, trepan atorrantes por los andamios burocráticos y, como en el XIX, tras un hombre a caballo, conquistan atrevidamente los escenarios facilitados y, además de la inmadurez, responden con el equipaje disponible: el dinero, la simpatía personal, la temprana como grotesca habilidad manipuladora. Sin embargo, confundida la naturaleza del medio, apuestan por un casting para la política, sin reparar que, en un negocio tan rentable como el del espectáculo, son tanto o más exigentes en la demostración palpable de un genuino talento, aunque más de un ejecutivo ha perdido su puesto por colar a un favorito arriesgando la actividad lucrativa.

La política hecha de sueños y realidades, ha de ofrecerlas para captar y promover a quienes concedan continuidad y mejoramiento a determinados principios y valores, iniciativas y labores. Sobre todo, las realidades vividas y las posibles son las que, inclementemente, tallan un liderazgo y, si ha de ser efímero, presto para los negocios mercantiles, un ardid del oportunismo, construirá de todo menos un liderazgo político, al menos, el que exige la Venezuela de la presente centuria.

La política hecha de pueblo y ciudadanía, otorga un espacio para el encuentro con el otro y los otros, partícipes necesarios de interpretar y de representar. No la hay sin tareas mancomunadas, reacia a la razón y al sentimiento, indipuesta para el debate y también para el sacrificio.

La política que es de servicio, genera trascendencia. Y en ella no tienen cupo los que abogan por su propia e intransferible celebridad y, como dijera Ignace Lepp, se contentan con ser una cosa entre las cosas, convirtiéndola en una empresa de inautenticidad.

En consecuencia, es deseable que un líder atraviese una extensa e intensa experiencia que contribuya a la consolidación sus éxitos, pues raras veces en la política se llega al cardenalato, al generalato o a la condición de primer-actor, sin haber colocado un afiche, integrado un comité estudiantil, debatido algunas ideas o haber sido votado para una modesta dirección. Asumimos que la experiencia política resulta indispensable para el desempeño de las responsabilidades importantes de Estado, si fuere el caso, dado el relacionamiento que implica, la madurez de las ideas que sugiere e, igualmente, la destreza en el manejo de las situaciones. Y cuando ella está planteada como un reto de transformación social, se agiganta el valor del compromiso que poco a poco fue labrado, la preparación teórica conquistada y el adiestramiento alcanzado en la administración aún de las pequeñas crisis, intrigas y triquiñuelas.

La llamada antipolítica, primaria, informalizada y mediática, ha inyectado un liderazgo que debe abandonarla, como creemos ocurre en sus más relevantes expresiones, si desea gozar de futuro. Ayudó a entronizar la noción de un “casting”, como medio de selección de los cuadros, pero el poder es una materia más difícil y compleja que la distracción de las masas, requerida de un talento natural capaz de sostenerlo y perfeccionarlo en aras del bién común. Posiblemente sea el motivo para que una conocida figura pública haya renunciado a su papel protagónico en un programa vespertino de televisión y ocupe ahora una curul parlamentaria, así como que –siendo todavía jóvenes- los que alcanzaron años atrás sendas carteras ministeriales, hoy se sientan más confortados en sus actividades privadas, reacios a las duras pruebas impuestas por el autoritarismo.

Los partidos disponen de una naturaleza y materiales diferentes al del mundo del espectáculo, aunque se extravíen con frecuencia. Particularmente, es en ellos, como institución, donde la política puede resultar un aprendizaje provechoso aún para el ciudadano que no aspirará jamás directamente al poder, pero reconoce la importancia que puedan alcanzar –como agentes de la socialización política y escuelas de civismo- en las actividades cotidianas, personales o de otra índole.

Reconozcamos que no todo ha sido un edilio en la vida de los partidos, mereciendo su propias transformaciones, incluyendo colapsos, reconstrucciones y nacimientos de alternativas que no contradice –precisamente- a la institución. Deben actualizar sus exigencias de captación, formación y prueba de las nuevas voluntades, como acontece en los predios religiosos, militares o artísticos, aunque el oficio –expuesto siempre a la interperie de la realidad- dependerá más de la propia voluntad del militante que se compromete, mayor que la de todo un blindado sistema formativo del colectivo. Mas, lo cierto es que no podemos seguir “pirateando” respecto a un proceso que es de ciudadanía, por lo que es urgente romper con la vieja cultura populista.

Está en lo cierto el internauta que me advirtió la menor probabilidad de que un muchacho convenga con las drogas o “se pierda”, si milita en una organización partidaria. A lo mejor, la asidua colaboración con un partido, en el pasado, ayudó a la internacionalización de valores, la asunción de responsabilidades y un ordenamiento de la vida personal que hoy no tiene equivalentes. Y, en respuesta a otro correo, los socialcristianos ciframos nuestras mejores esperanzas en el programa de formación, fundamentalmente destinados a los jóvenes, que comienza a desarrollar Lucas Riestra, fundado inequívocamente en el humanismo cristiano, y en la incorporación de Julio Soto a la dirección política nacional, quien tiene por credencial sus luchas estudiantiles hasta conquistar la presidencia de la FCU-LUZ.

La política es materia de los jóvenes, hartos de un presente que debe teñirse de porvenir. Se trata de algo más que un “casting”.

– III –

LA ESPALDA POR CREDENCIAL

Curioso, habitualmente circulan por la urbe chaquetas que delatan la dependencia a la que se adscribe el funcionario que la porta. Grandes letras en la espalda, lo advierten como un importante y, acaso temible, empleado del Estado: DIM, DISIP, PODER JUDICIAL u otro despacho que no atiende asuntos de índole policial o judicial, prosperan por las calles como una suerte de salvoconducto.

Las películas estadounidenses exhiben también sus prendas bordadas con las siglas FBI y DEA, por no mencionar a los noticieros que –entre polvareda y humo- destacan otros letreros. Los periodistas, fotógrafos y reporteros, en las zonas de conflicto, desde décadas atrás, acostumbraron a identificarse para todos los ángulos: PRENSA, pudo ser la diferencia en no pocas ocasiones entre la vida y la muerte, cuando la violencia copaba la escena confundiendo a víctimas y victimarios. Sin embargo, se me antoja, en Venezuela hay más de exhibicionismo que deseos de no ser confudidos en un torrencial de disparos y piedras, pues la indumentaria marcada puede observarse en el pacífico tránsito de la ciudad, donde al policía aún de civil fácilmente se le identifica por la vanidad de las armas largas y otros artilugios, amén del “que me ves, ueón” que dispara desafiante con la mirada.

Probablemente, habrá chaquetas confeccionadas y expedidas sin carácter oficial con esos letreros, pues, así como abunda la oferta de los “porta-carnets” y “carnets” mismos, con escudos y todo, a los que hay que rellenar y hacer sellar con caucho, para saberse funcionario de alguna dependencia del Estado, también entre los buhoneros no extrañarán los abrigos que digan al espaldar MINISTERIO DE FINANZAS, HIDROCAPITAL o JEFATURA CIVIL con un buen mercado cautivo. La fotografía del portador debidamente estampada, podría ser otro de los aportes del comercio informal.

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