La reconstrucción nacional
Es probable que los historiadores que en un futuro evalúen la “revolución bolivariana” la califiquen como una de las etapas más destructivas de nuestra evolución, en los planos material y moral.
Entre los numerosos aspectos corrosivos del período cabe destacar los siguientes: Primero, haber propiciado deliberadamente la división entre los venezolanos, decretando desde la cima del gobierno que al menos la mitad de la población es enemiga y debe ser sometida a la voluntad de la otra.
En segundo lugar, como corresponde a este tipo de episodios en el camino de los pueblos, el régimen ha procurado distorsionar la historia e inventar una narrativa adecuada a sus fines ideológicos, manipulando la interpretación del pasado y sirviendo con ello las metas de dominación presentes.
En tercer lugar, el régimen funciona con base en el uso de la mentira y la arbitrariedad como herramientas para aplastar la protesta e intimidar a quienes no se subordinan a sus designios. Hasta Lenin y Castro alguna vez hicieron autocríticas, pero los que hoy controlan a Venezuela son incapaces de reconocer el más mínimo error, convencidos como están en lo más hondo de sus conciencias que los abusos infligidos son éticamente imperdonables.
La pesadilla que llena de dolor y desesperanza al país llegará algún día a su fin, como todo proceso humano. Y cabe preguntarse: alcanzado ese momento, ¿se habrá producido un aprendizaje creador en el seno de las mayorías populares venezolanas? Me refiero al tipo de aprendizaje que permite a los pueblos corregir errores y superarse, tomando un rumbo diferente. ¿O acaso este régimen vergonzoso, sustentado en la incentivación del resentimiento, la instrumentalización de la mentira y el empleo del miedo, ha envenenado de tal manera el alma colectiva que no será posible una sana y efectiva recuperación futura?
La pregunta es legítima y debe afrontarse, pues si analizamos experiencias como la del peronismo en Argentina, resulta evidente que ciertos líderes y movimientos sociales, en determinadas coyunturas históricas, son capaces de emponzoñar de tal modo la sensibilidad colectiva que la condenan a largas etapas de destrucción, realizadas en nombre de reivindicaciones ilusorias pero movidas por un insaciable resentimiento.
Platón hablaba de un “principio antropológico”, según el cual la calidad moral y política de la Polis es resultado de la condición ética de los individuos que la componen. ¿No es acaso la deplorable situación de la República venezolana actual el producto de una condición moral de sus habitantes que mucho deja que desear?
Si después de once años de un régimen que ha entregado la soberanía a la Cuba castrista, desmantelado el aparato productivo, vilipendiado, perseguido, encarcelado y en ocasiones matado a sus adversarios; de un régimen que permite la barbarie de una criminalidad sin precedentes y el infierno carcelario, que insulta a la Iglesia, se asocia con los forajidos del mundo y profana la tumba de Bolívar; si después de once años –repito– de este oprobio, Hugo Chávez mantiene los índices de apoyo que se le atribuyen, entonces es imperativo, aunque triste y decepcionante, concluir que algo muy torcido se ha apoderado del alma colectiva venezolana, y que costará gran esfuerzo y mucho tiempo enderezarlo.
Es una tarea que exigirá perseverancia, un fino olfato psicológico y enorme destreza política de parte de aquéllos a quienes les toque intentar la reconstrucción nacional, más allá del pantano maloliente que está dejando a su paso esta etapa ignominiosa.