Opinión Nacional

La realidad de las pesadillas

Muchos acontecimientos políticos y sociales de los últimos tiempos, si bien pueden ser comprendidos en el marco de una racionalidad que es perversa y ciertamente contraria a la razón, parecen pertenecer al reino de lo irreal, de las pesadillas. Ejemplo: si las perversiones del sistema judicial descritas por dos ex magistrados del TSJ son ciertas, la mayoría de los venezolanos no logra compaginarlas con lo que les ha sido enseñado como la cultura política de su patria durante los tiempos de la democracia hasta 1999, con sus deficiencias y todo.

Veamos: desde 1958-59 los partidos políticos, los sindicatos, la sociedad civil y hasta la Fuerza Armada construyeron una institucionalidad política y formaron una cultura cívica. Este proceso empezó con el Pacto de Puntofijo y el Advenimiento Obrero-Patronal y fue bastante exitoso. A pesar de ocasionales interrupciones e intentos de frenarlo por la derecha cívico-militar y una izquierda fascinada por la Revolución Cubana, se fue desenvolviendo normalmente durante más de 20 años como democracia. Hasta finales de los setenta, comienzos de los ochenta y mediados de los noventa, esta democracia sobrevivió, pese a crecientes deficiencias en el funcionamiento de los mecanismos de mediación previstos en aquellos 2 pactos originarios y la subsiguiente frustración de muchos ciudadanos por la cada vez menor capacidad de los partidos de servir de vínculos entre ellos y el Estado. La primera expresión fuerte de esta frustración fue el Caracazo de 1989. En el decenio siguiente hubo varios intentos de «reparaciones», incluidos 2 intentos de golpes militares en 1992. Sin embargo, la frustración no cedió y creció hacia finales de los noventa, lo que llevó a la elección de Hugo Chávez.

En adelante, su gobierno hizo todo para destruir la institucionalidad y la cultura democráticas. En los casi 14 años de sus mandatos Chávez radicalizó el proceso cada vez más, entre otros medios a través del cambio del carácter constitucional de las FAN. Permitió una fuerte influencia de la Cuba castrista en el Ejecutivo, incluso en áreas sensibles como el registro de ciudadanos y los servicios de inteligencia, y en las FAN. Su substrato ideológico fue una mezcla del populismo radical de Norberto Ceresole con la tesis del socialismo del siglo XXI de Heinz Dieterich, amén de una reinterpretación de la historia de la República, de pedazos de un marxismo-leninismo trasnochado y de un militarismo creciente. Lo curioso es que el espíritu democrático de los primeros 25 años después de 1958/59, con sus antecedentes en el tiempo, sobreviviera en amplios sectores del pueblo venezolano, una contradicción que Chávez nunca pudo resolver.

Chávez se convirtió en el autócrata que es hoy.

Hay un enorme culto a su persona. Sus intervenciones públicas están llenas de mentiras e insultos a todos los que no piensan como él. A raíz de su enfermedad estalló una pelea por su sucesión como candidato. El comando de su campaña discute públicamente el futuro del proceso e incluye entre los posibles escenarios un golpe militar y la suspensión de las elecciones. La inseguridad de los ciudadanos no le preocupa, pese a los 19.300 homicidios en el año 2011. Las políticas económicas y sociales tienen carácter clientelar.

Todo esto ha creado el clima de pesadillas entre muchos conciudadanos, el cual no es una «sensación», sino una realidad. Sólo combinando el pensamiento y la acción en la unidad de la alternativa democrática podremos salir de ese clima. Nuestra liberación del autócrata va por el camino de reforzar el masivo espíritu democrático aún existente y despertarlo entre los que lo han perdido.

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