Opinión Nacional

La pregunta por la Cultura

“La cultura es el hombre… porque el hecho que establece la barrera de separación del hombre con la bestia, es la creación cultural. El hombre se hizo hombre en el momento en que le añadió algo, en que modificó en algo el cuadro de la naturaleza…La casa es cultura, el traje es cultura, el adorno es cultura, la cocina es cultura, la tecnología elemental es cultura, la cerámica es cultura, la danza es cultura, la lengua es cultura…todo lo que al hombre lo hace hombre es cultura…la cultura es la cesta, la cultura es la cocción de los alimentos, la cultura es la domesticación del fuego, la cultura es el lenguaje, la cultura es todas las estructuras de relación que el hombre le ha añadido a la naturaleza…es…la diversidad cultural…es el mestizaje cultural…la cultura es dinámica porque es una constante adaptación a circunstancias cambiantes.., proceso de mezcla continua, de enriquecimiento continuo…es cambio, crecimiento continuo”.

Arturo Uslar Pietri: El Estado y la cultura.

Maracaibo: Corpozulia, 1981

“En Venezuela siempre hemos tenido una generación dispuesta a morir por la patria, lo que nunca hemos logrado es una generación dispuesta a vivir para ella”.

Augusto Mijares: Longitud y latitud, ed.1971, p.139

LO ESENCIAL

Es siempre acuciante la pregunta por la cultura, por el significado del hecho cultural. Por ello aquí partimos de unas necesarias bases teóricas, si es que se las puede llamar así porque emergen de la propia practica cultural en sus diversos terrenos hecha por los creadores venezolanos.

Debemos iniciar nuestra reflexión desde una definición esencial, que puede parecer de Perogrullo, cultura es todo aquello que crean el hombre y la mujer. Y ello desde todo lo creativo inventando ante la hoja de papel o ante la ventana del computador, con el pincel en la mano o las pluma sobre el pentagrama o los ojos sobre el libreto teatral pero también en el momento de cocinar que es un hecho creativo el cual a través de la gastronomía se puede llegar hasta alturas gustativas espléndidas. Pero también son cultura las instituciones políticas creadas para el gobierno de los países las cuales son producto de la meditación de los grandes pensadores, figuras sobresalientes de la humanidad como aquellos que en el siglo XVIII, Voltaire (1694-1778) o Juan Jacobo Rousseau (1712-1778) e incluso el barón de Montesquieu (1689-1755), pusieron en sus obras las bases de la sociedad democrática que pervive plenamente en el vivir de la sociedad democrática planetaria del presente. Y la cultura es tanta y tan honda con el gran historiador franco-norteamericano Jacques Barzun llama siempre cultural a aquello que esboza en su fundamental obra de Del amanecer a la decadencia. (México: Taurus, 2005. 1303 p.) en donde estudia el desarrollo de occidente desde el siglo XV hasta nuestros días, cultural llama la historia de su evolución porque el libro examina todas las manifestaciones inventadas para dar perfil a la sociedad: desde las instituciones políticas, las leyes, los pensadores que en ella influyeron, hasta todo lo que es artístico o literario, que es lo que mucha gente, erróneamente, considera solamente como cultura. La cultura lo es todo, desde el momento en que el primer hombre y la primera mujer hablaron creando así el lenguaje que es la primera gran invención del ser humano, la única forma de comunicarse. Véase sino que la forma como el Dios hebreo se comunicó con Adán y Eva en el primer libro bíblico, el Génesis, fue a través de la palabra, que siempre es esa lámpara maravillosa que ilumina al hombre y a su vida por lo cual siempre tiene un sentido mágico.

La cultura es tan importante en América Latina que el gran escritor mexicano Carlos Fuentes ha llegado a decir que ella es “lo que hemos hecho con mayor seriedad, con mayor libertad y también con mayor alegría: nuestros productos culturales, la novela, el poema, la pintura, la obra cinematográfica, la pieza de teatro, la composición musical, el ensayo…pero también el mueble, la cocina, el amor y la memoria, pues todo esto es cultura…un conjunto de actitudes ante la vida” (Valiente nuevo mundo, ed.1990, p.12-13).

La actividad cultural, debemos decirlo, pese a que haya mucha gente que así lo considere, no es nunca insignificante ni inútil, mucho menos sólo un hecho suntuoso. Es la esencia de nuestra manera de ser, por ello debe ser protegida y estimulada, siempre respetando la libertad de creación de aquel o aquella que la inventa en el proceso de utilizar su imaginación para plasmar su modo de mirar el contorno.

Así a través de ella debemos saber comprender y asimilar los propios productos culturales producidos en el país en todas sus instancias: literatura, historia, artes plásticas, música, teatro, ballet clásico y danza, cine, editoriales, bibliotecas, folklore, artesanía y además la cultura debe estar ligada siempre al proceso educativo porque es a través de él que debe desarrollarse la propia conciencia del ser venezolano que enseñan sus manifestaciones. Es por ello que ayer como hoy siempre estaremos en contra de aquellos gobiernos venezolanos que quisieron suprimir primero la historia del país y más tarde la literatura venezolana de la enseñanza escolar. Sin historia y sin letras no hay país, no hay identidad, no hay tradición, estamos con los ojos cerrados, de espaldas al acontecer de cada día, estamos conminados a cometer los mismos errores, caer en los mismos yerros sino invocamos la memoria de lo realizado. Y todo ello es cultura. Y esto “Porque pueblo que ignora su historia se extravía, y pueblo que no honra su historia descubre su flaqueza moral, no menos que su desnudez espiritual” como señaló el historiador Germán Carrera Damas (Aviso a los historiadores críticos, ed. 1995, p.425). Y dentro de ese tejer de lo vivido por un pueblo además de los acontecimientos políticos están siempre presentes los hechos culturales, de allí su singularidad.

La cultura es la fuente primordial de formación de la ciudadanía, productora en todo momento de soberanía nacional; es la que sostiene el proyecto nacional de un país, que para nosotros es el liberal como lo ha estudiado con precisión Carrera Damas (Una nación llamada Venezuela, ed. 1980, p.83-84), porque para entender una nación hay que interrogar a sus libros, ver aquello que se pinta o esculpe, escuchar su música, ver sus películas, ver actuar a sus actores, observar danzar a sus bailarines porque en sus productos está todo lo que significa el vivir, es ello, además de un buen sistema político, desde luego pluralista, lo que nos hace de alguna forma ser felices, disfrutar de la existencia dado que ante la cultura la imaginación se abre a sus goces.

Los valores culturales son aquellos que pueden dar orgullo a un país porque además podemos observar a través de ellos cual ha sido la contribución de Venezuela a la cultura universal.

Esto es un punto que se soslaya porque se piensa, lo que es error, que somos pobres en creación artística pero nada más errado: desde muy atrás fuimos universalmente conocidos primero a través de nuestra eximia pianista Teresa Carreño (1853-1917) no sólo relevante figura del pianismo en todo el orbe, no sólo realizó su carrera en los Estados Unidos y en Europa sino que llegó a hacer giras hasta en Australia y desde luego por el Caribe, pese a que en la pacata Venezuela de su tiempo no se le aprecio como se debía por ser dos veces divorciada. Y de ella se tuvo tal consideración en todas partes que en la historia del instrumento concebida por el crítico norteamericano Harold Schonberg, cronista musical del influyente The New York Times, le da un lugar singular en la historia del instrumento que traza en su obra Los grandes pianistas (Buenos Aires: Javier Vergara, 1990. 419 p.) citándola seis veces entre los grandes solistas del instrumento en su historia. Pero no es sólo eso: Teresa Carreño fue la primera mujer destacada de Venezuela pero también el sexto gran personaje de nuestra historia. Atrás de ella sólo están varios hombres: Francisco de Miranda (1750-1816), Simón Bolívar (1783-1830), Andrés Bello (1781-1865), Antonio José de Sucre (1795-1830) y don Simón Rodríguez (1769-1854), su tío abuelo. Así que la gran figura mundial venezolana del siglo XIX, después de los libertadores, lo fue esta mujer: artista de excepción, de vigoroso carácter y de vida siempre libertaria.

Pero no fue solo la Carreño, como fue conocida entre sus amigos, grandes por sus creaciones también lo fueron a través de la obra, desde los años diez del siglo XX, premiada internacionalmente, los novelistas Luis Manuel Urbaneja Alchelpohl (1873-1937), el primer escritor venezolano en ganar un premio literario fuera de nuestras fronteras, en este caso en Buenos Aires con su novela En este país, eso sucedió en 1916. Le siguieron Teresa de la Parra (1889-1936) premiada en París por Ifigenia (1924), Rómulo Gallegos (1884-1969) por Doña Bárbara (1929), Arturo Uslar Pietri (1906-2001) por Las lanzas coloradas (1931), Alí Lameda por El gran cacique (1963), Adriano González León (1931-2008) por País portátil (1969), Luis Britto García por Rajatabla (1970), Eduardo Casanova (1939) por La agonía del macho luna (1975), Luis Britto García por Abrapalabra (1979), Denzil Romero (1938-1999) primero por La tragedia del generalísimo (1983) y después por La esposa del doctor Thorne (1987), Ana Teresa Torres por Malena de cinco mundos (1992) y ese mismo año con su Eco de goce ajeno (publicada como La favorita del señor, 2001), y Alberto Barrera Tyzka (1960) por La enfermedad (2006). Y el maestro Gallegos fue el mayor novelista del orbe latinoamericano durante el ciclo regionalista hasta que el mismo extendió desde sus obras de ficción el puente hacia la renovación de nuestra novela en los días del “boom” narrativo y desde sus grandes figuras pioneras, hay un camino directo que nos lleva desde Canaima hasta Paradiso (1966) la notabílisima obra del cubano José Lezama Lima (1910-1977), como lo reconoció el ya citado Carlos Fuentes (Valiente…, p.104), por ello rezó “Padre nuestro que eres Gallegos” (Valiente…, p.104).

Continuación:

También tres densos ensayistas, críticos e historiadores literarios han sido premiados internacionalmente: Susana Rotker (1954-2000) con La invención de la crónica (1992), Beatriz González Stephan: La historiaografía literaria del liberalismo hispanoamericano del siglo XIX (1987) y Gustavo Guerrero con la Historia de un encargo (2008).

Nuestras artes plásticas tuvieron eco desde que en 1877 Arturo Michelena ganó en París el mayor premio del Salón de artes plásticas que se concedía a un artista extranjero. Lo hizo con su sobrecogedor cuadro “El niño enfermo” que parece sacado de alguna página de Los miserables (1862) de Víctor Hugo (1802-1885). Y más tarde nuestros artistas cinéticos fueron considerados figuras universales. Y hoy lo son nuestros músicos, encabezados por el maestro José Antonio Abreu (1939), primero el gran alfabetizador musical de Venezuela y hoy el primer educador de la juventud venezolana.

Y si bien en Venezuela el doctor Luis Alberto Machado (1932) fue objeto de mofas y burlas sus concepciones en torno al necesario desarrollo de la inteligencia fueron aceptadas plenamente primero por la universidad norteamericana de Harvard y más tarde en China, allí su libro La revolución de la inteligencia fue impreso en una edición de un millón de ejemplares en mandarín. Y hoy esta obra, y la segunda El derecho a ser inteligente, es editada por la más importante editorial de libros educativos del orbe hispano, Trillas de México.

Y siempre nuestros escritores han tenido relevancia mundial como puede sostenerse mirando hoy la obra poética de Eugenio Montejo (1938-2008), premiado en México, las novelas de Denzil Romero galardonadas en Cuba y en España o Ana Teresa Torres (1945) a quien fue adjudicado un reconocido galardón en Alemania. Y esto sin dejar de señalar las diversas traducciones del escribir de varios de ellos como es el caso de nuestra poeta Yolanda Pantin (1954), vertida al francés y los nombres de nuestros creadores literarios publicados en los grandes editoriales de la lengua castellana, como Salvador Garmendia (1928-2001), Francisco Herrera Luque (1927-1991), José Balza (1939), Alberto Barrera (1960) o el crítico Gustavo Guerrero (1957). Garmendia, Herrera Luque, Balza, Ana Teresa Torres y Barrera traducidos a otras lenguas.

Entre todos estos el escritor venezolano más traducido es el historiador J.L. Salcedo Bastardo (1926-2005) con sesenta y dos ediciones de sus obras vertidas en quince idiomas.

Debemos pensar siempre que nuestra cultura tiene caracteres muy destacados, de especial relieve y que sólo por la presencia de esa enfermedad constante que padecemos los venezolanos, la “autoconmiseración”, que dice el ensayista Manuel Caballero (Contra la abolición de la historia, ed. 2008, p.192), “autoacusación” la denominó Augusto Mijares (Lo afirmativo venezolano, ed.1980, p.310) es que no hemos llegado a estimarla en sus hondos perfiles. Es esa lástima por nosotros mismos, el sentir tanta sólo compasión y piedad por nosotros mismos, es lo que nos llevado a pensar en cada hora que nada valemos, que no servimos para nada, lo cual nos lleva, dice también Caballero, a “tener una pésima opinión de cuanto significa como pueblo, en lo individual no soporta la autocrítica, mucho menos burlarse de si mismo”. Es esto lo que nos conduce siempre hacer nuestra la “pésima actitud de ser lloriqueantes, tan autocomiserativos y tan audosdestructivos” (Polémicas y otras formas de escritura, ed. 2008, p.184) lo cual nos ha impedido comprender nuestros logros como nación, sobre todo los contemporáneos, los que se hicieron presentes desde los años veinte cuando se formó el Estado Moderno entre nosotros, lo que nos impidió comprender por qué la democracia es nuestro sistema de vida, cuál fue el cuadro positivo de la llamada hoy “Cuarta república”. Y también es por ello que tenemos la necesidad de dejar la constante suspicacia por todo lo aquí creado en la cultura para entender nuestros grandes logros literarios y artísticos, no dudar de su valor, no esperar un juicio valorativo positivo que nos venga del exterior para poder comprender su singularidad, ya que las obras nos hablan desde si misma cuando nos ponemos ante ellas, sea un libro, un cuadro, una represtación teatral, una cinta, una partitura musical bien orquestada.

Y en fin son también universales hoy, aunque los exquisitos de la cultura no lo registren así, nuestros grandes actores y actrices de las telenovelas, el género popular de nuestra época, de honda ascendencia caribeña, las cuales son dobladas prácticamente a todas las lenguas del orbe y vistas por los públicos más disímiles. Son ellos y ellas los venezolanos mejor conocidos en todas partes por ser sus caras familiares a millones de televidentes.

Pero la creación cultural no surge de la nada, por ello indica nuestra novelista Ana Teresa Torres: “Nada de eso es improvisado. Requiere una acción persistente por parte de la sociedad misma en crear su ‘cultura’, en mantenerla y respetarla, y no menos, costearla” (“La cultura en la construcción ciudadana” en Varios Autores: Como construir un país en nuestro tiempo. Caracas: Fundación Francisco Herrera Luque, 2005, p.61-72. La cita procede de la p.61). Ana Teresa Torres es uno de los pocos escritores quienes han meditado sobre los aspectos de la creación cultural. Los otros son el crítico Juan Liscano (“Líneas de desarrollo de la cultura venezolana en los últimos cincuenta años”, en Varios Autores: Venezuela moderna. 2ª.aum. Caracas: Editorial Ariel, 1979, p.863-963), el narrador Eduardo Casanova (Ideas para un Ministerio de la Cultura. Copenhague: Bording Grafik, 1977. 58 p.), historiador Germán Carrera Damas (Historia contemporánea de Venezuela: bases metodológicas. Caracas: Universidad Central de Venezuela, 1979, p.253-257), el maestro Uslar Pietri (El estado y la cultura. Maracaibo: Corpozulia, 1981.23 p.), el novelista Miguel Otero Silva (1908-1985) en dos momentos de su meditar. Primero en “El instituto Nacional de Cultura y Bellas Artes” (El cercado ajeno, ed.1961, p.149-190) y después en su sabrosa “Filípica sobre la cultura” (Tiempo de hablar, ed.1983, p.115-135) y el poeta Rafael Arráiz Lucca (“El arte, la cultura y el estado de las cosas”, en Venezuela en cuatro asaltos. Mérida: Solar, 1993, p.9-28).

Si es verdad que las llamadas elites cultivadas son las grandes consumidoras de cultura, sobre todo de aquella venida de las mil diversas maneras del mundo cibernético y culturalmente globalizado en que vivimos, en verdad para nada se puede pensar que la cultura es solo un privilegio de ellos porque de hecho la cultura, palabra que viene de cultivo, constituye el gran antídoto en la lucha contra la pobreza porque ella logra que las personas tomen conciencia de sí mismas, asuman su identidad, sepan quiénes son, que desean y que retos tienen ante sí. Así en todo esto, en cada momento, en cada hora, la cultura es el utensilio fundamental para el vivir.

Para hacer la cultura, para comprenderla debe tenerse en cuenta qué y cual es en su esencia. Y además esta debe ser, en una sociedad como la nuestra, parte de la práctica democrática y por lo tanto también tolerante porque sino es muy difícil entender sus disímiles productos.

La presencia del Estado auspiciando las manifestaciones culturales es muy antigua, viene desde el siglo XVII cuando el rey sol, Luis XIV (1638-1715) de Francia, apoyó una gran revolución estética: la que logró en la música y el ballet el gran Juan Bautista Lully (1632-1687) o el milagro que significó, en aquellos mismos años, el teatro de Moliere (1622-1673), también protegido por aquel monarca culto.

La cultura debe ser promovida desde el Estado, según la concepción de la Unesco pero sin que ello implique que esta acción tenga un carácter paternalista. En este sentido la práctica cultural debe superar el signo político del país, impuesto desde muy atrás, en la cual es el Estado que todo lo resuelve, es el que piensa por todos, base del paternalismo, antítesis de la sociedad democrática que debe ser pensante y crítica, y nada deja así el Estado a la iniciativa personal, máxime en el campo de la cultura donde llega a ser un contrasentido porque en ella todo se realiza desde la acción individual de cada creador o creadora. Pero, a la vez, todo trabajador cultural requiere de auspicio del gobierno para la realización de sus obras. Pero esto dicho dentro del apotegma fundamental del hecho creador: la cultura debe ser hecha en libertad
Y el gobierno debe cumplir con la entrega puntual de los presupuestos asignados para la acción cultural para sí ampliar, democratizar, el marco de todos aquellos que reciben los productos culturales.

Pero debemos en la acción cultural que proponemos superar el proceso de grave retroceso en el cual se encuentra la cultura nacional dentro de la cual en este momento hay numerosos intelectuales y artistas perseguidos o a los cuales se les han cerrado las puertas por no adherir a la política del actual gobierno. Pero pese a ello la cultura venezolana, especialmente dentro de la literatura y cultivo de la historia, vive en un momento de gran auge, luminoso diríamos nosotros, realizado en la soledad por los creadores, muchos de ellos fieles a si mismos, pero pasando hasta hambre por la persecución de que son objeto. A veces sentimos que ante esto se cumple la observación de don Alonso Quijano (nombre propio de don Quijote), en su “Discurso de las armas y las letras”, en la primera parte, capítulo XXXVIII, de la novela cervantina, según lo cual, “Alcanzar algunos ser eminente en letras le cuesta tiempo, vigilias, hambre, desnudez, váguidos de cabeza, indigestiones de estómago” (Don Quijote, ed. 2000, p. 507-508). Pero claro que don Quijote dice esto a Sancho refiriéndose a los sacrificios que implica la vocación intelectual, que es a lo mismo que en nuestros días se ha referido el novelista norteamericano Paul Auster (1947), opinión recordada hace poco por la narradora María Ángeles Octavio en un coloquio literario (julio 1, 2008). Pero aquí, en esta distorsionada Venezuela en que estamos viviendo, los creadores no sólo sufren para poder crear sino que son perseguidos por el único delito de pensar con libertad, de pensar distinto. E incluso se viven hoy la constante censura de ciertas manifestaciones artísticas como hace varios años se hizo con una obra plástica que debía presentarse en la Bienal de Venecia, lo cual de hecho ya era un logro para el país a través de un destacado artista o ahora por la constante censura que se ejerce en el Celarg de las obras teatrales que allí se presentan, llegándose hasta, algo que creíamos había desaparecido en Venezuela, de mandar a borrar parlamentos completos de las piezas. O la reciente prohibición de las obras editadas por el diario El Nacional en las estanterías de la reciente Feria Internacional del Libro de Caracas con lo cual lo que se hizo fue cerrarles una ventana de difusión a los autores de “Los libros de El Nacional” entre los cuales están grandes maestros de nuestras letras y pensamiento como Uslar Pietri, Otero Silva, Herrera Luque o Francisco Massiani, ensayistas como Ramón Escovar Salom o historiadores como Ramón J. Velásquez. O la eliminación de que han sido objeto por la editorial Monte Ávila y la Biblioteca Ayacucho de estudios, entre ellos densos prólogos, redactados por escritores democráticos los cuales se les ha impedido publicar dentro de las obras para las cuales han sido concebidas, lo cual es otra forma de persecución. Y como último ejemplo hay que citar el hecho de que es imposible consultar hoy en nuestra Hemeroteca Nacional la colección del diario El Nacional porque no lo prestan a los usuarios, aduciendo fútiles razones. Esta es una medida política como aquella circular de la presidencia, que todos leímos porque su fotocopia fue publicada en la prensa, en la cual el presidente Chávez ordenaba que ningún despacho del público ni estuviera suscrito ni recibiera diariamente el diario El Nacional. ¿Estaremos ante la posibilidad de revivir el Caso Padilla (1971) cubano otra vez entre nosotros por la intemperancia del régimen de respetar las opiniones contrarias, por los demás plenamente constitucionales si apelamos a la letra de la Carta de 1999 (ver los artículos 19, 57, 58). De la misma manera es grave todo el proceso capitaneado desde Cadivi para impedir que las obras extranjeras que nos traen la cultura universal ingresen al país. Es impensable en el mundo globalizado de nuestros días un país sin libros. Y todo esto lo creíamos superado los venezolanos porque lo que pervive en el mundo en que vivimos es la democracia plena en todo el planeta y el respeto a la libertad de los que utilizan la imaginación para recrear la realidad. Nosotros los venezolanos somos por esencia demócratas, un pueblo democrático, este es nuestro sistema de vida. En América Latina hay democracia porque así se decidió en Caracas en 1810. Y fueron venezolanos los que la llevaron a todo lo largo del continente en un acto pleno de servicio público. Y desde 1863 fue plena otra vez y ha sido ininterrumpida, pese a las dictaduras, y plenamente confirmada el 14 de febrero de 1936. Es por ello nuestro sistema de vida. Y cuando estuvo amenazada la gente, todos, salieron a las calles en las grandes marchas iniciadas en el 2001 a defenderla. Los venezolanos somos democráticos, queremos al país de las libertades y no nos iremos ni huiremos. Aquí estamos. En Cuba no hay democracia porque la gente ha huido, todos son balseros. Por todo ello, por tales raíces entrañables nosotros, trabajadores culturales, debemos protestar contra toda forma de censura que no lleva a ningún lado. Ya sabemos a donde llegó a la cultura alemana bajo Hitler o en de la URSS bajo el Stalin, dicho sin soslayar lo que sucede hoy en Cuba en donde su mejor literatura es la que escriben sus exilados lejos de la patria y de su amado malecón habanero.

Culturalmente tenemos que enfrentar otro grave reto: convencer a la población del valor inestimable de su cultura, de su peso y enjundia y de su trascendencia en nuestro vivir. Es una vía para superar ese sentido negativo que tienen los venezolanos de si mismos, quienes creen que lo que poseen no vale, que son un país derrotado, pese a que los testimonios de la historia, de la experiencia o de la creación artística digan lo contrario.

Así la cultura debe colocarse en el centro de toda acción pública. Y ello a partir de la concepción de que cultura es todo lo inventado por el hombre y no sólo la cultura escrita, pintada o tocada con un instrumento de concierto.

Por ello un programa de acción cultural debe basarse en la necesidad de establecer una nueva manera de concebir la creación y distribución de los presupuestos culturales sin sentir en ningún momento que se trata de una pérdida o una dádiva a los trabajadores culturales o menos pensar que se trata de una inversión que sólo debe ser hecha como un gasto suntuario. Es una inversión para acrecentar la nacionalidad. Debe pensarse, como lo dice Ana Teresa Torres que se trata de la “inversión de un valor estratégico en la recuperación del país, por su alto impacto en el fortalecimiento de la ciudadanía democrática…En una sociedad democrática avanzada la acción cultural debe estar libre de doctrinas políticas parciales y sustentarse en sentido amplio en los valores de la democracia, tales como la libertad de expresión y opinión, el respeto a los derechos humanos, la equidad de género, el respeto por el multiculturalismo, el pluralismo, las problemáticas particulares de las minorías y la comunicación intercultural” (“La cultura en la construcción ciudadana” en Varios Autores: Como construir…, p.66).

Hay que tener la decisión, al instrumentar la política cultural, de superar la barrera que separa lo que se llama la cultura de las elites de la popular, de hecho ambas, así ha sido el proceso cultural a lo largo del tiempo, de los milenios, se entrelazan. A veces es lo popular lo que nutre las más altas creaciones estéticas tal los casos de toda la inspiración que la música zíngara, de los gitanos de Hungría, tuvieron en Franz Liszt (1811-1886), en Johannes Brahms (1833-1897), e incluso en el también húngaro Bela Bartok (1881-1845), o toda la influencia del folklore de las estepas en los músicos nacionalistas rusos del siglo XIX. En otros momentos es la alta cultura la que alimenta las manifestaciones del pueblo, tal las grandes baladas llaneras compuestas por nuestro Simón Díaz (1928), especialmente las magistrales Tonadas del ordeño. Y creemos que hay que pensar siempre, más allá de toda concreción a hechos del presente, que la cultura siempre va dirigida a las masas por lo cual no hay una cultura de multitudes porque de igual manera que hemos visto al Poliedro lleno de bote a bote para los conciertos de rock de la misma forma se llenó cuando cantó allí el gran Luciano Pavarotti (1935-2008) o bailó el Bolshoi moscovita, la mejor compañía de ballet clásico del mundo, estas últimas, la opera o la danza, siempre consideradas altísimas manifestaciones artísticas. En el acto cultural elites y pueblo de entrelazan, no se puede pensar en una sino cavilar en la otra. Y en el universo culto que vive la sociedad humana hoy es más que evidente cada día, por los niveles de educación alcanzados, que es la cultura alta, la más culta la que ejerce su gran influencia sobre la popular. Por lo tanto se hace necesario que el proceso cultural ayude de revisar y restablezca un discurso que exprese siempre que la cultura es una de formas de la identidad nacional y que por lo tanto, en una sociedad democrática como la nuestra, debe estar siempre alejada de la exclusión de los ciudadanos que no piensan como el gobierno en torno a ella, y que esta no desea en ningún momento una cultura estatizada, y centralizada, que obedezca a lo que se piensa en la cabeza del gobierno nacional, estatal o municipal. Sin libertad no hay cultura. E, incluso durante los largos siglos en los cuales hubo censura, como en la España de la Inquisición (1478-1834), institución creada siglos antes, en la Edad Media (1231), los escritores y artistas hispanos encontraron la forma como expresarse con la libertad sino no tendríamos una obra clave como el Quijote, el libro mayor de la civilización hispánica en las dos márgenes del océano Atlántico, es decir tanto en España como en la América Latina, o en la Inglaterra isabelina las obras de Shakespeare (1564-1616) o todo lo que produjeron los grandes escritores rusos del siglo XIX, Dostoievski (1821-1881), Tolstoi (1828-1910), Gogol (1809-1852), Turgueniev (1818-1883), Chejov (1860-1904), los más amados escritores, quienes han influido en todas las generaciones porque sin leerlos estaríamos mutilados, pero ellos concibieron sus obras en un clima de censura, la impuesta por los Zares, y encontraron la manera de expresar las palabras universales que nos enviaron. Y el mal de la censura autocrática lo pudimos ver en la misma patria rusa cuando bajo el régimen de Stalin (1879-1953) se cercenó a libertad y se mutiló el gran proceso de la literatura rusa, por ello la literatura soviética es tan baja calidad, con las excepciones escasas de los que pugnaron en silencio y escribieron pensando que algún día serían leídos, Izaak Babel (1894-1941), Anna Ajmatova (1889-1966), Boris Pasternak (1890-1960), Mijail Bulgakov (1881-1940), quienes fueron los grandes sacrificados de aquel régimen autoritario al igual que gran poeta Joseph Brodsky (1940-1996), por cierto tan denostado aquí por Teodoro Petkoff en su libro sobre Checoeslovaquia (El socialismo irreal, ed. 2007,p.125). Conocemos su gran equivocación: Brodsky es Premio Nobél de Literatura (1987), era en 1968 no un fascista, como él afirma, sino un perseguido, un disidente. Y es por ello que los escritores de la Rusia democrática, aun suena rara la expresión, no tienen otro camino para cernir sus obras que empatar sus visiones actuales con la gran tradición del siglo XIX iniciada con Alejandro Pushkin (1799-1837).

Consecuencia de lo expuesto es el programa cultural que de debe instrumentar, y que siempre debe ser el resultado de una meditación, como la que hemos planteado, sobre el hecho cultural. Este plan debe basarse en el respeto y auspicio de la libertad creadora y oponerse a toda forma de censura.

Así las acciones culturales que se emprendan deben basarse en los puntos que siguen, es nuestra personal opinión: promover una acción cultural que haga sentirse a plenitud, llenos interiormente, a los ciudadanos que gocen de las manifestaciones culturales que se promuevan plenamente pertenecientes a Venezuela, en cuyas manifestaciones culturales deberán encontrar respuestas a sus interrogantes como ciudadanos y como personas.

Un plan cultural debe promover la promoción por nuestra tradición cultural toda; auspiciar un gran respeto y correcta utilización de nuestros bienes culturales, los visibles y los invisibles; ofrecer en su acción una interrelación entre las personas a través de la acción cultural de manera que se hagan presentes las manifestaciones pero que estas a la vez sean generadoras de virtudes democráticas, de tolerancia en todo momento, lo cual implica respeto por la diversidad de opiniones, esencia de toda sociedad liberal y democrática porque como lo expresó el maestro Uslar Pietri en las palabras finales de su vida que son su manda, su legado y su testamento:”el liberalismo es la flor de la civilización, el tolerar la divergencia” (Rafael Arráiz Lucca: Ajuste de cuentas, ed.2001, p.39).

La puesta en marcha de ese programa cultural debe partir del diagnóstico de la situación cultural del país. Por ello es necesario continuar, porque no podamos empezar siempre de cero, uno de los grandes pecados políticos y administrativos de los gobiernos venezolanos, proseguir todos los programas positivos en acción cultural en ejecución en todas las áreas del trabajo cultural, a mantener y fomentar las tradiciones culturales.

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