Opinión Nacional

La predicción del pasado

Miente desinhibidamente el gobierno al referirse al pasado inmediato, aventajado por los intensos bombardeos propagandístico de los medios que dispone. No sólo acusa de golpista a la oposición más consecuentemente democrática, como si los hechos de 1992 hubiesen sido inocentes episodios, sino que reescribe constantemente dramas como el de Puente Llaguno, incluyendo el envío de una delegación de los tristes protagonistas a España dizque para diligenciar la anulación de un premio periodístico. Siendo así, suelta la artillería sobre la actual situación de la industria de los hidrocarburos, levantando humo y polvo, mientras apresurado se dispone a tomar el otro pasado, algo más remoto, en el que adelantó la internacionalización de los intereses pdvsianos y suscribieron los distintos convenios de lo que se dio en llamar la apertura petrolera.

Desde los instantes iniciales del gobierno, corrió generosa una versión idílica del 4-F, por lo que no puede extrañar que la más modesta y reciente escaramuza del oficialismo pise los estrados de la gloria, reeditada y corregida por la febril publicidad de los que, por definición, son conductores circunstanciales del Estado. No hay hecho, por novísimo que sea, susceptible de un rápido reacomodo en escena que obliga al colectivo a un ejercicio constante de memoria para que no se precipite al cesto de la basura y nos haga olvidar del tiempo que efectivamente vivimos y padecemos.

En el departamento de las promesas, constantemente recicladas, hallamos una cantera de pésima imaginación que desmiente el talento de los muchos y animados convidados a la mesa del poder. Basta con señalar la inminente solución a problemas como el de la corrupción administrativa o el de los niños de la calle, anunciada casi punzopenetrantemente en un ayer no muy lejano, cerciorándonos luego de los índices exagerados de peculado y malversación que apenas sobresalen al estrado de la opinión pública, agobiada por otros temas de segura indigestión, o los niveles de mendicidad que sacuden nuestra personal sensibilidad, por más resguardada que se encuentre.

El asunto no estriba en el inevitable reconocimiento de la ridícula cifra de diez mil viviendas construidas a lo largo del sexenio, reanunciado el relanzamiento de la reprogramación de reviviendas redignificadoras, en un recontraste con las muy escasas “cajas de fósforo” levantadas por la recuarta república, sino en la experiencia y en la vivencia ciudadanas. Estamos sometidos, implacable y permanentemente, a los dictados de los especialistas comunicaciones del régimen que extienden la célebre peste del insomnio entre los venezolanos, obligándonos a la búsqueda de una Pilar Ternera, personaje decisivo en la trama de “Cien años de soledad” de García Márquez, para que nos lea las cartas y, en consecuencia, nos permita nada más y nada menos que predecir el pasado, pues, por muy reciente que sea, somos proclives al enfermizo borrón y cuenta, a la absurda benevolencia de un régimen que no la tuvo ni la tiene a la hora de sentenciar los acontecimientos.

Se dirá de una perspectiva del rencor que también hace daño, pero superarla supone recordar tenazmente a los que abusaron de ella para ascender al liderazgo, que no deben alimentarla, pues, paradójicamente, no tienen rencor que exhibir cuando son los responsables de la realidad que corre y deben aceptar la rectificación y resignación a su futuro desplazamiento del poder. Y, por lo demás, que una salida pacífica sugiere el reconocimiento de los errores que deben democráticamente resolverse para apagar el fuego de los resentimientos que prenden y prenderán el presente y en el futuro venezolanos.

La conciliación nacional inexorablemente pasa por la fijación de responsabilidades, que no maníaca persecución de justos y pecadores ni imputación caprichosa de un ministerio cada vez menos público, postrado en el culto de la personalidad presidencial. E, igualmente, por adivinar que la pérdida del empleo se debió a la estranguladora gestión económica del gobierno, antes que a la postura política del empresario privado; que los atropellos y las lesiones sufridas en las movilizaciones y actos desarmados de la ciudadanía fue producto de la desesperada maquinación de un gobierno cívicamente asediado, antes que la vocación suicida de los viandantes; o que la insuficiencia calórica de los venezolanos depende más de lo decidido en las cumbres del Estado, en lugar de la vanidosa anorexia de moda.

¿Nos olvidamos de la propia Pilar Ternera?.

II. Los contratistas en campaña

El país celebró la negación de todo financiamiento público a los partidos, inscrita en la Constitución de 1999. Reconozcamos la clara correspondencia que hubo con la campaña ya de varios lustros, destinada a aliviar el dolor de cabeza mediante un disparo, en lugar de las aspirinas.

La institución partidista, en la que cabe el eufemismo de “asociación con fines políticos”, ha de cumplir una misión de Estado en una democracia que se tenga por tal, requerida de una protección frente a los hipotéticos intereses de los poderes de facto que inyectan sangre para –precisamente- sacarla, ya suculenta, después. Por lo demás, si fuere el caso, permitiría perfeccionar la capacidad de investigar y fijar la responsabilidad de los administradores, ante la militancia o los terceros afectados, cuando del patrimonio público se trata.

Ha ocurrido lo esperado, pues, por una parte, gozan de amplias posibilidades de financiamiento público, habilidoso y subrepticio, el partido o los partidos oficialistas, y, por otra, resulta decisiva la intermediación de los contratistas con el Estado, dispuestos a la reconducción derivada de la comprensión y buen comportamiento con los actores del poder. Únicamente los partidos del gobierno sobreviven a las circunstancias, devenida simple hipótesis la inversión del empresario en entidades de oposición que, hasta nuevo aviso, luchan por salir de ella.

La campaña municipal para los socialcristianos significa la apelación a las modestas donaciones y aportes que hagan sus militantes y simpatizantes, multiplicadas las cenas y otros eventos de recolección de fondos. Surge el ingenio artesanal para difundir el mensaje, pues, aún dispuesto a pagar el precio, el partido encuentra que “franelistas”, “aficheros”, “pendonistas” y otros especialistas comerciales de la propaganda, están copados, ocupados y preocupados por el dinero constante y sonante del oficialismo.

La publicidad privada en radio y televisión, por más entusiasta que sea el donante, sugiere la fuerte cancelación del IVA u otros impuestos, dificultando el planteamiento de nuestras tesis ante cifras que pueden magnificarse, mientras que el gobierno y los gobierneros disfrutan de prodigiosos recursos para ello, incluyendo las emisoras del Estado. Y, por fortuna, obliga a nuestros candidatos a reiniciar el camino que una vez se perdió, el de la personalización del mensaje y la enriquecedora tarea de tocar puerta por puerta en el peregrinaje hacia el encuentro con el pueblo.

Hablamos de un esfuerzo contra la corriente, la de los sempiternos contratistas del Estado que, en caso de emocionarse en las lides, hasta se atreven a incursionar en las nóminas y escalar posiciones en el partido. Además, sería interesante estudiar el fenómeno, pues, nada nuevo, también le imprimen otra modalidad al ejercicio partidista: quizá por el imborrable instinto comercial, estimulan el desarrollo de una política cortesana, aligeran cualquier carga ideológica, convertido el compromiso en una rifa de oportunidades.

III. El nuevo municipalismo

La novísima Ley Orgánica del Poder Público Municipal, inevitable, fuerza a un distinto planteamiento de la vida comunitaria, fundamentalmente urbana. Contiene aspectos interesantes, en relación a su predecesora Ley Orgánica de Régimen Municipal, tratados y examinados en profundidad con motivo de los foros que realizan los socialcristianos para perfeccionar doctrinariamente a los candidatos que ha postulado para las concejalías y juntas parroquiales en el supuesto de que se celebren los comicios en la fecha anunciada y que se corrija debidamente al CNE.

Grosso modo, encontramos -de un lado- una paradójica vertiente autoritaria que hace también al nuevo municipalismo. Por ejemplo, reconoce la participación y el llamado protagonismo participatorio que, desorganizado, calculadamente excesivo e ineficaz, redunda en el carácter plebiscitario del régimen, añadiendo inexplicadas fórmulas de cogestión y autogestión que, seguramente, darán paso a la congestión, mediatización y desnaturalización de las instancias comunitarias. Ha surgido la preocupación, en los foros y talleres realizados, sobre la futura destitución del alcalde por una mayoría simple de la cámara (artículo 95), cuando está la vía constitucional del referéndum.

Hallamos también –por otro lado- la urgencia de desarrollar una distinta vertiente democrática del nuevo municipalismo, sobre los hombros de las experiencias acumuladas, con miras a desarrollar coherente y convincentemente las instituciones municipales, reordenando criterios, reafirmando principios, asumiendo plenamente lo denominado por los especialistas la “globalocalización”. Por lo pronto, está el reto de combatir los filones autoritarios, para pronto edificar una opción distinta por la comunidad.

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