La política y la guerra
«Quienes en el seno de la oposición se han negado a advertirlo y no actúan
en consecuencia, sirven inconsciente pero eficazmente a los fines del
enemigo. Ante el cual no caben pactos, acuerdos ni entendimientos.»
A Cecilia García Arocha y Benjamin Scharifker
«La guerra es la política por otros medios»
Karl von Clausewitz
La política es el enfrentamiento amigo-enemigo. Lo dijo Carl
Schmidt y le sobraba razón, asi sirviera a fines nefastos.. Preocupado como
estaba por lo que llamaba estado de excepción, esto es: aquel en que las
sociedades naufragan en sus contradicciones, las instituciones se
desnaturalizan y libradas a su suerte caen presa del primer aventurero
capaz de imponer su predominio y someterlas a sus delirios, apetencias y
ambiciones. Pudo haber parafraseado a Clausewitz: la política es la guerra
por otros medios.
Es la situación que se vive actualmente en Venezuela,
que se desarrollara en toda su magnitud desde el asalto al Poder del
teniente coronel Hugo Chávez en 1998 y condujese al enfrentamiento
definitorio que hoy vivimos. Situación que debió haber sido resuelta el 11
de abril de 2002 o el 15 de agosto de 2004 si las fuerzas democráticas
hubieran actuado de acuerdo al precepto schmittiano: enfrentar a las fuerzas
totalitarias con la clara y evidente comprensión de la gravedad del
despotismo dictatorial que lo impulsaba, derrotarlo sin miramientos y no
concederle espacio de sobrevivencia política alguno.
Pues Hugo Chávez y cuanto él representa no constituyen expresión
de un adversario inmanente a las reglas democráticas, con quienes se pueda
dialogar, encontrar puntos de convergencia y cohabitar para bien de la
república. Son, por el contrario, la perfecta expresión de una voluntad
desquiciadora, dispuesta a apoderarse de las bases culturales,
estructurales, materiales y económicas de nuestra sociedad para imponer un
régimen totalitario, estructuralmente dictatorial, policiaco y represor. Y
ello sin ningún tapujo: su ideal público y confeso es la dictadura
totalitaria cubana. Su coartada, el socialismo del siglo XXI. Su fin, el
comunismo a la venezolana.
De allí que para Chávez y el chavismo los demócratas no seamos
adversarios, sino enemigos a vencer y destruir. Y nada ni nadie los apartará
de la senda de la confrontación. Así ella asuma la forma de un copamiento
progresivo y aparentemente pacífico de los ejes cruciales de Poder, sufra
avances y retrocesos, oculte o manifieste sus intenciones y se travista
cuidadosamente de democratismo electorero, plebiscitario y participativo.
De allí la sistemática violación a la constitución, marco de
referencia universalmente aceptado para dirimir diferencias y conflictos en
el interior del sistema democrático que ella legitima y articula.
Chávez y
el chavismo sólo la utilizan para legitimar o enmascarar sus fines. En
realidad les incomoda y estorba a los fines que persiguen: hacer tabula rasa
de la democracia e implantar la dictadura totalitaria que persiguen.
Bajo estas incuestionables premisas, con Chávez y el chavismo no
cabe el diálogo ni el entendimiento. Para Chávez el diálogo y el
entendimiento son señuelos, trampas, artilugios para debilitarnos,
arrinconarnos y someternos. O artificios para ganar tiempo mientras avanza y
profundiza nuestro sometimiento. Pues para Chávez ésta es una guerra, de ser
posible incruenta «como lo recomiendan Clausewitz, Tzun Tzu y todos los
tratadistas de la guerra » cuyo fin es la derrota total y absoluta de los
demócratas y el triunfo definitivo de totalitarios.
Vivimos en Venezuela desde hace una década una guerra soterrada,
en la cual la parte ofensiva la desarrolla el gobierno y la defensiva la
oposición democrática. Esa guerra está en curso. Y no llegará a su fin hasta
que una de las partes sea vencida plena y totalmente por la otra. Por ahora
se libra sin el empleo de las armas, bajo las vestiduras de la legalidad.
Ante el agravamiento de la crisis, dicha vestidura se hace estorbo. De allí
la agudización de la represión y la radicalización de las posiciones.
Quienes en el seno de la oposición se han negado a advertirlo y
no actúan en consecuencia, sirven inconsciente pero eficazmente a los fines
del enemigo. Ante el cual no caben pactos, acuerdos ni entendimientos. Y
frente al cual no es dable otra política que la férrea unidad de las fuerzas
democráticas con un solo y supremo objetivo: acabar con los enemigos de la
paz y la democracia y restaurar la plena vigencia de la Constitución y
nuestra institucionalidad democrática.
Ese, ningún otro es nuestro objetivo.