La política de lo peor
– I –
Naturalmente, tenemos el hábito de centrar la atención en los ocupantes del poder, mas no en quienes les adversan. En la oposición, afortunadamente diversa, destacan gestos y posturas a veces de una soporífera candidez y, en otras, inútilmente feroces, pero -cierto es- tiende a promediar una cultura política teñida de un iluminismo populista y acuñada por las apariencias de un moralismo no menos soporífero e inútil, a la vez.
La emblematización publicitaria, la mera formalidad estructural y la diligencia ocasional impuesta por las circunstancias, dibujan el fenómeno de la infrapolítica como reflejo y recreación de las condiciones que impone el actual régimen. El desarrollo de un debate que igualmente conceda una distinta interpretación de lo que acontece, parece sobrar al interior de una oposición que no se adecua a las fórmulas organizacionales que la hagan una experiencia de ciudadanía, ni la ocupan tareas que digan de un compromiso de representación y participación de legítimas ideas, iniciativas e intereses.
Lejos de desanimar, importa subrayar las conductas irradiadas en todos los ámbitos sociales para una rectificación que, precisamente, tiene en la política (y en la política democrática, una infaltable redundancia), su mejor herramienta. A modo de ilustración, la concepción de un liderazgo puro e infalible que opera subrepticiamente a través de una suerte de departamentalización del trabajo ocultando su esencial rasgo autoritario y prejuiciado, escasamente obedece a la necesidad de reemplazar a un gobierno que manipuló las consignas del cambio, en favor de otro que preserve las alucinaciones del rentismo.
La actividad política ha adquirido una crudeza tal, que afloran valores definitivamente insostenibles en una fase en la que lo público y lo colectivo ameritan de una reinserción de los problemas personales y domésticos, tendiendo los puentes antes fracturados de un destino inevitablemente compartido. Por ello, el liderazgo alternativo no emergerá de los predios exclusivos del plató, set o estudio de televisión, y tampoco de la arrogancia de conductores que proclaman -incansables y enfermizos – una democracia que no practican en el seno de sus organizaciones, creyendo monopolizarlas éticamente y disponiendo de los cercanos colaboradores para el trabajo sucio: liquidar cualquier disidencia con algo más de imaginación, zurciendo intrigas y falacias de una puerilidad que asombra.
Sonoramente, la intención discursiva se cuela en la más modesta sesión de trabajo, presumiendo de los espacios verbalmente ocupados. La argumentación política descansa en una constante moralización de quienes mantienen secas las manos, pero cuentan con las que las enfangan en el cinismo de una acusación hacia el otro y los otros que efectivamente realizan el trabajo; jamás será posible decir que lo que es igual no es trampa, porque el administrador de las maniobras formalmente no ha estado involucrado en ellas y dispondrá, si fuere el caso, de chivos expiatorios que lo releven de toda responsabilidad, principalmente moral; y advertirá, asediado, una campaña de descalificación hacia una conmovedora y reiterada trayectoria en la que, esos operadores, no tienen siquiera el derecho de dejar sus nombres cuando se convierta en un grueso impreso curricular.
En el paisaje devastado de la política, suele quedar en pie lo peor de ella. Una transformación cabal de lo heredado, obliga a llenar el crucigrama de un liderato exhausto que sobrevive por la falta de un decidido empuje de los liderazgos naturales, ética y moralmente habilitados en esa conjunción que ayuda a reconstruir a las organizaciones políticas, partidos, gremios, sindicatos y otras sociedades intermedias que asoman una vocación de servicio, fuera o dentro de la órbita del Estado.
Quizá involuntariamente, vivimos la inmensidad de otros instantes como el de la independencia, la guerra federal, los inmediatos postgomecismo y postperezjimenismo, por el agotamiento de un modelo de desarrollo más que por la vanidad de los circunstanciales inquilinos del poder. Suele ocurrir, prolongamos la agonía de un largo capítulo, mientras no consolidemos una opción ante todo ética y moral que avise de la innovación de un liderazgo que toca las puertas de un país, a veces sin la necesaria desesperación.
– II –
POPULISMO AMBIENTAL
Obviamente, las trágicas consecuencias de las lluvias activó la temida alarma de las responsabilidades y el gobierno presurosamente inculpó a Estados Unidos por no suscribir el Protocolo de Kyoto, agendándolo en la opinión pública que desconocía tamaño compromiso internacional. E, inevitable, evidenció una vez más la cuota que le corresponde en desastre que viven estados como Vargas, Táchira o Mérida.
Creímos ver un punto de inflexión en las primeras horas de la vaguada, cuando los integrantes del consejo de ministros recorrieron inmediatamente los escenarios urbanos y otros altos funcionarios compitieron por testimoniar el aporte de los fondos disponibles, a través de los medios de comunicación. Sin embargo, las anacrónicas consignas anti-imperialistas, mostraron flaquezas y debilidades imperdonables cuando se trata de vidas humanas.
Kyoto es la consecuencia y concreción en 1997, de la Convención de las Naciones Unidas Sobre Cambios Climáticos celebrada en Río de Janeiro, en 1992. Trata de la reducción de las emisiones de gases (óxido de nitrógeno, metano, principalmente dióxido de carbono, entre otros) con efecto invernadero (acumulación que produce un calentamiento global); tiene por meta una reducción de 5% para 2008-2012, respecto a 1990, a un costo aproximado de 300 mil millones de dólares; y, para completar la nota didáctica, estelariza la absorción de dióxido de carbono de la atmósfera mediante la preservación de los bosques, en el marco de un desarrollo limpio.
Igualmente, dibuja las posibilidades de un mercado de las emisiones, ya que cada país tiene un cupo, límite o techo, por el cual recibe una certificación o bono susceptible de negociación, sugiriendo el perfeccionamiento de un mecanismo de intercambio lucrativo para los países del sur, aunque a la postre pueda tratarse de una suerte de canón de arrendamiento por habitar el mismo planeta, entre otros aspectos que se refieren al desarrollo necesario y a la calidad de vida. Nada conocemos de las probables iniciativas oficiales en una materia acaso novedosa que también convierte en inquilinos a los del norte.
El presidente Chávez reprochó a Estados Unidos por no ratificar el protocolo en cuestión, pero mucha de su verdad se desvaneció ante la circunstancia de que Venezuela lo hiciera tardíamente, pues la primera discusión en la Asamblea Nacional de la respectiva Ley Aprobatoria se hizo el 22 de junio de 2004 y, un mes después, fue sancionada para aparecer en Gaceta Oficial el ¡ 7 de diciembre de 2004 !. Vale decir, el jefe de Estado venezolano estampó el ejecútese luego de cinco años y medio de gobierno, frente a otro jefe de Estado que lleva cuatro años y más de un mes en la Casa Blanca.
El populismo, ésta vez ambiental, aflora –por una parte- cuando la agenda legislativa del chavismo ha privilegiado el tratamiento de otras iniciativas autoritarias, como la Ley Mordaza, la reforma del Código Penal o la propia del Reglamento de Interior y de Debates, y, por si fuera poco, advertía la vulnerabilidad del país frente a los fenómenos climáticos, a juzgar por las declaraciones de la entonces ministro del Ambiente, Ana Elisa Osorio, o las de su directora de Hidrología, María Martelo (véase “El Nacional”, del 4 de noviembre y 11 de diciembre de 2004). Y –por otra parte- mencionemos que, efectivamente, Estados Unidos es responsable de 35% de las emisiones, distante de la Venezuela que emana 0,48%, afortunadamente basada en la energía hidroeléc! trica, cuya infraestructura no se construyó precisamente en el sexenio. Sin embargo, es necesario destacar el intenso activismo ciudadano que, por poco, lleva al entonces presidente Clinton a la ratificación del protocolo, ilustrando un debate democrático que no concluye; la implementación de programas de administración e intercambio de emisiones de las empresas, bajo la responsabilidad de la Agencia de Protección Ambiental por alrededor de veinte años; y, diluyendo el alegato de Bush sobre los riesgos de competitividad para las empresas de su país, las exitosas experiencias de Dinamarca que pasó de 4% en 1993 a 16% en 2004 en el uso de la energía eólica, creando 150 mil puestos de trabajo, o la de China que ha reducido sus emisiones de 715 a 181 millones de toneladas, sin afectar su expansión económica.
Un grupo de expertos socialcristianos en la materia, del cual he tenido el honor de ser vocero, apunta al cinismo del oficialismo que no ha comprendido cabalmente ni asumido técnicamente los alcances del Protocolo de Kyoto. No será –precisamente- la jerga anacrónica del gobierno, la que pueda escenificar un debate necesario sobre los retos que impone a un país exportador de petróleo.
– III –
NOTAS DE TRISTEZA MILITANTE
Frecuentemente, acumulamos para el fin de semana una selección de la prensa semanal dada la tiranía del tiempo, sin percatarnos de pérdidas como la de Pablo Brassesco, quien fuera responsable de las páginas editoriales del diario “El Nacional”. Supimos de él cuando tuvimos oportunidad de acceder a la sección de “Nuevas Firmas” y, aunque no tuvimos la fortuna de conocerlo personalmente, el intercambio telefónico e internetiano reveló al inquieto y honesto cazador de reflexiones. Específicamente, recuerdo aquella solicitud de un texto sobre la constituyente que –aspiraba- fuese en lo posible novedoso y, se nos ocurrió, ingenuamente, versar sobre la teoría del caos, como si el régimen no dispusiera de una férrea voluntad disciplinaria sobre materias a fi! ltrar ni modelara la asamblea a través de un “kino”.
Más publicitada fue la desaparición física de Rafael Vidal y Milagros Socorro produjo una nota de profundidad envidiable al reseñar el hecho, en el citado diario, con la cual me identifico. Empero, agreguemos la imposibilidad de una estafa del heroísmo, porque el país lo supo y lo celebró como tal en los predios del deporte y de sus actividades profesionales, cuya autenticidad deja muy atrás a la maquinaria propagandística de un régimen que dice crearlos con infalible vocación épica.
Un historiador que visitó tantas veces nuestras aulas de bachillerato, José Luis Salcedo-Bastardo, también ha desaparecido, y, aunque nos desanimara una posterior relectura de algunos de sus títulos, e –incluso- ejemplificara las vicisitudes del intelectual que pisa las alfombras del poder, tuvo en su haber una obra efectivamente hecha y presta al debate que contrasta con no pocos tinterillos del actual régimen. Debemos añadir a otro historiador, español, Javier Tussell, que dejó importantes ensayos, algunos de los cuales aportaron novedad a nuestra modesta afición por los acontecimientos ibéricos de los años treinta.
Una tristeza de militante ciudadanía sentimos ante quienes se han ido: no fue necesario el conocimiento personal y directo para valorarlos. Seguirá en pie el testimonio creativo que rindieron.