Opinión Nacional

La política de colegiación

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Además, segura rutina retroalimentada por el régimen, la política y lo
político en Venezuela depende de las ocurrencias, caprichos y – más de
las veces – veleidades de sus conductores circunstanciales. Y es que,
aún la realizada en la oposición, tiende a menospreciar la colegiación
de las decisiones, a favor de posturas ventajistas y endemoniadamente
individuales.

Agravada la situación del país, buena parte de las organizaciones
políticas y sociales lucen como piezas ornamentales de voluntades que
reclaman y aspiran a monopolizar una opinión y un espacio, como si el
resto de los mortales fuesen solamente una suerte de motor para el
aplauso, cuyo único combustible es la acrobacia de las emociones.

Observamos frecuentemente que los anuncios partidistas, por citar un
ejemplo, obedecen exclusiva y fielmente al sentir del anunciante que
al cuerpo que dice representar.

En efecto, hay una ventaja desdeñada en los partidos como es el de la
colegiatura de su conducción, la cual permite también debatir cada uno
de los asuntos que sintetizarán la postura oficial de la organización,
más allá de la implementación compartida de lo decidido.

Independientemente del origen de sus cuadros de dirección, presumimos
que la discusión y aprobación de determinados temas no sólo ayudan a
su perfeccionamiento, sino les concede la fuerza y autoridad moral
para llevarlos a la práctica. Empero, no es lo que suele ocurrir.

Generalmente, existe un frondoso y nominal organigrama que poco dice
al cabecilla que, a lo sumo, por una reducida y directa asesoría,
adopta las decisiones vitales de la entidad. Las direcciones políticas
nacionales, regionales, municipales y locales de los partidos, apenas
se ofrecen como un escenario para los actos que quepan en una cámara
fotográfica o de videofilmación, en lugar del encuentro o comunión de
responsabilidades que puedan enriquecer una polémica y garantizarle la
debida profundidad cualitativa y cuantitativa a una posición,
necesitada de estudio y de aplicación inmediata en todo el territorio
nacional.

Convengamos, hubo – y hay – personalidades fortísimas que se imponían
al conjunto, pero – lejos de justificar las pretensiones dle monopolio
– solían probar sus tesis ante los semejantes. Betancourt se esmeró
siempre por legitimar sus decisiones en el CEN de AD, convencido del
dañino exceso de fulanizar la vida del partido; e, incluso, Caldera
más de las veces perfeccionaba una decisión – ya tomada – con la
mayoría del comité nacional de COPEI, pues no dejaba de consultarla
con todos sus integrantes, incluyendo el esfuerzo que hacía por
integrar a los potenciales disidentes con una paciente aceptación de
matices, como regla común.

Es cierta la dificultosa morosidad de consultar a los numerosos
miembros de una dirección nacional, proclives a tergiversar el motivo
inicial a través de largas horas de diatriba inútil, pero no menos
cierto es que buena parte de las decisiones importantes de un partido
ni siquiera hoy son parlamentadas. Por ello, la débil fuerza moral y
la fragilidad del compromiso político que dicen sorprendernos muchas
veces respecto a iniciativas que finalmente se diluyen, perfectamente
incumplidas.

La política es un fenómeno de la irreprimible pluralidad de pareceres
y variedad de concursantes, y – por más delegación o representación
que haya – toda jefatura o dirección no se entiende sin la debida y
mínima consulta, clave secreta del compromiso moral que se acrecienta.

Además, permanente aprendizaje, en la colegiatura se encuentra el
mejor, más visible y contundentemente obvio camino para la
recuperación de los partidos, pues la participación organizada, eficaz
y convincente, es una demanda que sobrevivirá aún deshecho el
chavezato que la ha adulterado y traicionado.

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