La pobreza como problema
Algo debe estar claro ya para los venezolanos, no hay posibilidad alguna de un proyecto democrático alternativo a la barbarie y estafa del chavismo sin que se produzca una devastadora lucha por disminuir la pobreza. Si bien convenimos que para reducirla la consolidación de los derechos de propiedad, el acceso al sistema legal y al crédito y la institucionalización de un sistema competitivo justo, surge indispensable, tanto más lo es el compromiso de la sociedad en su conjunto de, ya no ver la pobreza con el ánimo de una molestia dañina a su calidad de vida, indeseable por fea y mal oliente, referido al estado de las ciudades, de los servicios públicos o de las personas mismas en situación de indigencia, sino que cada vez se pueda traducir esa lucha en una materialización de real práctica social y activa solidaridad. Los sectores medios y altos en la escala social en Venezuela, han mostrado por lo general un grado bastante satisfactorio de compromiso ante la ocurrencia de tragedias naturales o de otra índole, se hayan desencadenado estas catástrofes dentro o fuera de Venezuela; la respuesta, debe reconocerse, ha sido de intensa cooperación, ayuda y solidaridad.
No obstante, esa misma entrega y desprendimiento que reseñamos para mostrar su sensibilidad en las contingencias de trágicos sucesos se desdobla congelando la sensibilidad ante la inmensa miseria que rodea nuestras ciudades.
Es frecuente que un cinismo egoísta brote espontáneamente para deslindar el campo de la pobreza y de los pobres por quienes tienen un status mejor de educación y vida material.
Es común ya una inadmisible gramática que se aplica para descalificarlos con el uso de expresiones como: «mono», «niche», y ahora también «chavista». Para personas que presumen poseer niveles educativos y por tanto mejores herramientas de comprensión del infortunio en que les toca vivir a otras, es sencillamente vergonzoso. Desde luego, estas reacciones no se justifican pero pueden explicarse en el contexto del discurso de odio de Chávez, junto al crecimiento de la pobreza y los escandalosos niveles de criminalidad. Pero lo cierto es que, mas allá de los planes económicos para aumentar la productividad, detener la inflación y crear un clima propicio para la inversión, la lucha contra la pobreza pasa por ir desmontando elementos harto perniciosos que quiebran las relaciones sociales entre las diferentes clases.
La enseñanza en la escuela debe tener ahora una vital misión que promueva con especial énfasis la liberación de prejuicios y auspicie direccionalmente la interacción social entre los diferentes estamentos venezolanos. El encuentro entre las barriadas populares y la urbanización debe ser ejercicio constante y la escuela es la llamada a articular una confraternidad ineludible entre personas que comparten un territorio y destino común. Será urgente que la agenda parlamentaria democrática por venir legisle sobre los planes sociales para que sean menos de los políticos y más de la sociedad y la ciudadanía: universidades, institutos educativos católicos o no, comunidades, fundaciones, etc. Llegó la hora de mostrar digno respeto por los pobres y no jugar más al clientelismo y a la demagogia con el tema de la pobreza.