Opinión Nacional

La pesadilla

Uslar Pietri imaginó alguna vez el peor escenario imaginable para esta Venezuela petrolera: un país parasitario, improductivo, ocioso, echado indolente y apático a las ubres del petróleo, como ante un Tótem tribal. Esa pesadilla, con el agregado del abandono, la criminalidad y la muerte, se ha hecho realidad. Dios se apiade de nosotros.

Ayer era una metáfora: hoy se ha convertido en una realidad. Venezuela se despierta de los vapores del ensueño para encontrarse de frente con una pesadilla de carne y hueso. Un país que naufraga entre espasmos, ráfagas de ametralladoras, niños que juegan a quitarle el cuerpo a las balas asesinas, madres que esperan ansiosas la mala nueva: un hijo asesinado. En las escaleras del barrio o en la celda en que purga delitos reales o imaginarios. Venezuela se ha convertido en estos trece años de desgobierno en una pesadilla.

El colmo, por ahora – que de los abismos se sabe dónde y cuándo comienzan, no dónde, cómo ni cuándo terminan – es el hundimiento en la crisis estructural más severa vivida por Venezuela desde la Guerra Federal. Sobraron desde entonces las dictaduras, pero ninguna le acarreó al país tantos males y daños estructurales e irreparables como la imperante.

El emblemático de nuestros dictadores, Juan Vicente Gómez, pacificó al país, acabó con el caudillismo, estructuró el Estado moderno – de mágico, y con toda razón, lo califica Fernando Coronil – modernizó sus fuerzas armadas y lo dotó de un ente fiscal para el manejo de las finanzas públicas. Con él, para nuestro bien y para nuestro mal, nació la Venezuela petrolera. Con lo cual sentaba las bases de la Venezuela moderna.

De Pérez Jiménez se puede afirmar lo mismo: es el segundo de nuestros grandes dictadores, pero se le deben aportes sustantivos a la construcción de la infraestructura de la Venezuela moderna. En menos tiempo que el que lleva este régimen montando esta pesadilla, sumiéndonos en la miseria, despilfarrando nuestros recursos, torturando a la gente y jugando a la desintegración de la nacionalidad, Pérez Jiménez realizó obras extraordinarias. Alguna de ellas, patrimonio artístico de la Humanidad. Insólito que sesenta años después la producción petrolera haya disminuido un tercio respecto del que entonces se extraía de nuestro suelo. Tampoco se explica la Venezuela de hoy sin su aporte.

Incluso racial, etnográfica y culturalmente somos lo que hemos llegado a ser gracias a sus decisiones políticas, de entre las cuales la de mayor envergadura terminaría siendo su política inmigratoria. No se explica el perfil demográfico de la Venezuela actual, incluso su talante raigalmente democrático, culto y educado, sin el aporte de españoles, portugueses e italianos, entre la inmigración de otros pueblos europeos, que llegaron atraídos por la sensata decisión de su gobierno.

Chávez detenta el Poder por más tiempo que Pérez Jiménez y ya alcanza la mitad del período de gobierno de Juan Vicente Gómez. Nadie puede reprocharle a Gómez no haber sabido rodearse de grandes figuras de nuestra vida política y profesional. Tampoco cabe hacerle el reproche a Pérez Jiménez. Fueron brutales, pero inteligentes y nacionalistas. E impulsados por un afán de posteridad supieron escoger a sus colaboradores.

El resultado está en sus obras. Chávez ha sido no sólo un pésimo gobernante: inculto, zafio, grosero y en ocasiones hasta patán. Ha sido un destructor de una potencia infinita, respaldado por la marginalidad social – masas enfebrecidas sin anhelos de progreso sino acicateada por medrar de las ubres que Chávez les ha puesto al alcance de su insaciable voracidad insatisfecha a cambio de su lealtad electorera.

Para cumplir cuyos propósitos no ha hecho más que rodearse de la incompetencia, la incultura, la voracidad, la ignorancia y la patanería de ministros, funcionarios y embajadores sin la menor valía.

Uslar Pietri imaginó alguna vez el peor escenario imaginable para esta Venezuela petrolera: un país parasitario, improductivo, ocioso, echado indolente y apático a las ubres del petróleo como ante un tótem tribal. Esa pesadilla, con el agregado de la criminalidad, el abandono y la muerte, se ha hecho realidad. Dios se apiade de nosotros.

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