Opinión Nacional

La oposición criptochavista

El régimen ha creado las condiciones necesarias para neutralizar y ornamentalizar a la oposición. No le interesa que sea alternativa, orgánica, coherente y eficaz y, por ello, la ha golpeado en demasía confesando una infiltración hasta de sus huesos. Ha obtenido dividendos de la larga costumbre de inculpar de los males del país a la propia institución partidista, afectando a los partidos históricos y recientes, conocidos o por conocerse, legatarios de un mínimo de tradición doctrinaria, organizacional y estratégica. Y es que a los resabios de la vieja cultura partidista sobreviviente, se suma una cultura criptochavista que desemboca en la división, el oportunismo, la irresponsabilidad histórica.

No es el caso de precisar ahora quiénes tienen la razón, pero el caso de la dividida Primero Justicia bien retrata el drama. O las encendidas declaraciones de Alfonso Marquina a las puertas de la sede de AD. No ha trascendido suficientemente la situación de COPEI, en la que muy recientemente fue desconocida la Comisión Electoral Nacional nombrada en 2003 para un mandato de cuatro años a fin de parapetear otra que sirva a los intereses neoautoritarios de su actual dirección interina, o la caprichosa intervención del Frente de Trabajadores Copeyanos, cuyos dirigentes han desplegado una intensa y difícil lucha en la CTV presidida por Carlos Ortega, encarcelado y ahora perseguido después de un juicio de utilería.

Excepto la noticia de la candidatura de Manuel Rosales, a la cual arribó la oposición por un rapto de sensatez, o de las restantes que incluyen la curiosa promoción de quien hasta hace poco fue un alto funcionario del régimen, el deterioro de la calidad política de la oposición es palpable en el derrumbe de sus herramientas. Esto ha de ser suficiente motivo para una reflexión que vaya más allá de los gestos mediáticos o de la irresistible tentación del vedettismo, ya que no pocas individualidades impusieron como pauta esencial la de una celebridad transitoria, los cinco minutos de fama de los que han gozado muchos desde el revocatorio hasta el presente año, sin construir un sentido y una lucha pacientemente política que acarrea el trabajo de aportar un mensaje, compenetrarse con los más desfavorecidos, prever la desobediencia civil como instrumento fundamental o, en definitiva, construir partidos democráticos que ante todo sean políticos.

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