Opinión Nacional

La oposición administrada

Los venezolanos hemos comprobado hasta el hartazgo que el principal problema de la oposición es la ausencia de una eficaz unidad política, estratégica y afectiva. No hay circunstancia, por más ingenua y espontánea que parezca, sin la facturación y fracturación de una diversa postura, a veces caprichosa y, otras, francamente oportunista y portadora del desaliento. Se dirá que pesa una maldición sobre ella y, al fallar los mecanismos normales de entendimiento, habrá quienes desesperan por acciones ciega e instantáneamente violentas, cuando no por la mediación de brujos que coloquen el acento donde la razón ha fracasado tan estruendosamente. Sin embargo, lucen eficientes y cuantiosos los recursos del Estado confiscado para administrar toda la disidencia.

A pesar de las iniciativas acertadas y contundentes que pueda exhibir la oposición venezolana, así como de los fracasos del gobierno que también lo acercan a la estupidez, éste se mantiene casi intacto a la vez que aquella aparentemente luce aniquilada en el tablero de la opinión pública. Denuncias tan obvias y de hondo calado referidas al Registro Electoral, la inseguridad personal o la adquisición masiva de armas, prontamente conocen de una canalización del oficialismo, restándole capacidad y vehemencia movilizadoras. Poco importará que el drama final sea el del registro propiamente civil sin ocasión de un control institucional y real con participación de la oposición, el de las cifras de bajas que bien superan cualquier guerra convencional ocurrida en el mundo o el entrenamiento de grandes contingentes bajo consignas que nuestra propia cultura política creyó superadas, ya que existe una manera de estructurar las cosas que permite una respuesta automática del régimen para el descrédito doloso y culposo de quienes osan cuestionarlo. Fundamentalmente, las emisoras radiales y televisivas del Estado saben de un diseño propagandístico y publicitario que no tarda en neutralizar los efectos opositores a través del cinismo y de todo un basural de calumnias que tiene por sólida ventaja una administración de justicia dependiente y contaminada, o de la distorsión absoluta del conflicto en el Medio Oriente, descubriendo la complicidad criminal de la oposición, mientras se habilitan sendos aviones para la distante evacuación de las personas que inevitablemente deberán agradecer lo que es un gesto y una obligación del Estado, más allá de la personal preocupación de su titular.

Recientemente, asediado por las estadísticas del crimen, el Presidente Chávez dijo aplacar las críticas regañando públicamente a sus ministros del área. Imaginamos que los más incautos apuntarán a sus cercanos colaboradores y no al principal responsable de la otra cara de la pobreza, relevándolo de una responsabilidad adquirida hace largos siete años. O se dirá de la consagración de un arbitraje que, en medio de las duras pugnas internas del poder, confirma que es capaz de relevar al ministro del Interior, quien a los fines del gobierno se encuentra entre sus mejores servidores. Ocurre que la materia tiende y tenderá a diluirse por la saturación de otras materias no menos urgentes e importantes, lanzadas cotidianamente desde cada uno de los poderes controlados por Miraflores para banalizar el punto esencial: la discusión sobre una democracia que no se siente democrática.

El mayor de los éxitos que se anota el sistema es el de la gerencia de los medios violentos que utiliza, impidiendo que la oposición misma se una ya que no está efectiva, directa y abiertamente cegada por la persecución y la agresión física, excepto las muy selectivas señales de alerta que recibe. Teóricamente se ha respectado el derecho humano a la activa militancia política y, por si fuera poco, Margarita López Maya, en la última entrega de la Revista de Economía y Ciencias Sociales de la UCV, saluda el descenso de los casos en los que el Estado reprime violetamente la protesta, aunque olvida que ahora ha utilizado intensamente dispositivos informales para literalmente aplastar cualquier síntoma de una seria disidencia organizada en las calles. Pero, ciertamente, no se ha implementado medios semejantes a los que hicieron triste la fama del trío Pérez Jiménez, Vallenilla y Estrada en los cincuenta, por citar un ejemplo, pues tamaña sinceridad provocaría una apurada y desesperada unidad de supervivencia de todos los partidos políticos y organizaciones sociales de la oposición que hoy, unos más que otros, ambientados y satisfechos en una ilusión de normalidad, compiten leal y deslealmente entre sí y, además, atraen al ruedo de la candidez a figuras aisladas que se creen próximas al trofeo presidencial. Inevitable, emprenden una carrera de la unidad nominal en los márgenes administrados de esa normalidad y tientan –junto al propio gobierno nacional- a minorías desesperadas que favorecen el discurso de la violencia, sin reparar en los datos objetivos del régimen que la ha manipulado ni en los retos políticos que supone para entidades y personalidades que únicamente la asumen si los otros, masiva y descarnadamente, ayudan ofreciéndose como una escudería humana que plene las calles.

Es muy fácil clamar por un enfrentamiento violento contra el gobierno, sin suponer que requiere de los tanques y cañones que los directivos del Estado monopolizan. O, mínimo, presumir que el debate y las prácticas partidistas exigirán de una buena dosis de coraje, sobre todo en la visión de una etapa que pueda superar la que ha de ser algo más que una escaramuza de la coyuntura. Acendrado y contraproducente voluntarismo, exaltan otras circunstancias como el de la consabida, sublevada y festejada Plaza Altamira, esquivando el análisis verídico de las realidades hambrientas de una estrategia unitaria convincente. Y ésta solamente surgirá si hay consciencia de la necesidad de una unidad eficaz que no espere la aparición de un francotirador o de un carcelero que se ensañen desinhibidamente sobre aquellos que conforman una suerte de celebridades de la oposición, para forzarla.

Sugerir que la oposición sufre el rigor de una diaria emboscada del gobierno, siendo adecuadamente administrada, no significa que toda aquélla sea entreguista y cobarde, ni que todo éste padezca de un trance permanente de genialidad consumada. Ni tan calvo ni con dos pelucas, dirá el más avisado. De este lado del mundo, existen tantos o más peligrosos prejuicios que del otro. Por lo pronto, basta saber que el torpe diseño, pero eficiente implementación del régimen, sorprende a unos y otros, en el inédito combate político que acumula riesgosos y futuros apuros en la oposición y en el oficialismo.

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