La ofensiva presidencial contra el movimiento sindical
Finalmente se han concretado las amenazas que, contra el movimiento sindical organizado, fueron anunciadas desde hace ya tiempo. El jefe del Estado, en uso de la palabra, exhibiendo con fruición algunas de las frases más representativas de su arsenal verbal, dijo que lo que le espera a la CTV es “candanga con burundanga” y que “a cada cochino le llega su sábado”. Expresiones de antología, semejantes a otras a las que con frecuencia acude el titular del poder ejecutivo cuando quiere aplastar al adversario sin darle oportunidad a que se defienda. Actitud muy típica, por lo demás, de la naturaleza autoritaria y militarista que ostensiblemente muestra en su comportamiento habitual el Comandante en Jefe.
Y de los dichos a los hechos. Dos acciones puntuales encabezan el proyecto de reordenamiento sindical de cara a la “bolivariana revolución democrática y pacífica”. La primera, la constitución de un Frente Bolivariano de Trabajadores, suerte de central sindical oficialista que, para el efecto proyectado, no requiere contar tanto con sindicatos adscritos a ella sino con un significativo núcleo de trabajadores (formales e informales) comprometidos políticamente con el MVR o con alguna otra de las organizaciones que integran el Polo Patriótico. La otra, la convocatoria a un referendo consultivo coincidente con la jornada comicial prevista para el 3 de diciembre en el área municipal, en el que participaría todo el universo electoral y con el cual se pretende extender la partida de defunción al movimiento sindical organizado para sustituirlo por una nueva estructura en el campo laboral.
No parece fácil alcanzar el objetivo propuesto. Consideraciones de diversa índole deben tomarse en cuenta. Si bien hay consenso en que la mayor de las centrales sindicales existentes (CTV) debe relegitimar sus autoridades a través de un proceso transparentemente democrático, como está acordado para el entrante mes de octubre, no es menos cierto que la estrategia oficialista, de persistir, puede desembocar en una situación de anarquía en ese terreno que no presagia propiamente un futuro estelar para la clase obrera. Lo anterior es aplicable al terreno doméstico, puesto que en el área externa habrá que tomar en cuenta las reacciones que inevitablemente se producirán, entre otras, desde la OIT y las organizaciones sindicales internacionales, las cuales seguramente harán valer los compromisos que en ese plano tiene contraidos el país.
De entrada se observa que en este asunto el oficialismo se comporta en una forma que no tiene por qué sorprender a nadie: la arbitrariedad y la intolerancia marcan, de modo indeleble, las posturas políticas del régimen. Lo que está cocinándose, pues, en el terreno sindical, en vez de contribuir a la reconstrucción del movimiento obrero, dotándolo de una nueva dirigencia democráticamente seleccionada, más bien se encamina hacia su liquidación o, en todo caso, hacia su transformación en una estructura dócil, incapaz de mantener actitudes y posiciones autónomas e independientes de cara a las frecuentes y necesarias negociaciones con los distintos entes de la administración pública. Lo cual no tiene por qué extrañar ya que de lo que se trata es de extender a la esfera señalada el proyecto autoritario, militarista y personalista de la República Bolivariana y de la “revolución democrática y pacífica”, que tiene su figura emblemática en el jefe del Estado.