La ofensiva autoritaria
Durante la celebración de la intentona golpista del 4-F (¡qué ironía que quien llama golpistas a los que piden elecciones, festeje un cuartelazo fallido en el que hubo dos decenas de muertos!), Hugo Chávez mostró su faceta más intemperante y autoritaria. El caudillo de la boina roja ha ido pasando progresivamente de las palabras a los hechos. Ya no sólo aplica una técnica totalitaria que consiste en descalificar los hechos y tergiversar la realidad, tal como hizo con El Firmazo. Ahora su estrategia de choque se basa en ocupar todos los espacios institucionales, para completar la faena iniciada en diciembre de 1999 cuando toma por asalto todas las instituciones del Estado. Los instrumentos fundamentales del nuevo ataque son la Ley de Contenido, la Ley de Reforma del (%=Link(«http://www.tsj.gov.ve»,»Tribunal Supremo de Justicia»)%) y el control de cambio.
Para la aprobación de la ley mordaza y de la que modifica la composición del máximo tribunal de la República, Chávez cuenta con una Asamblea Nacional dócil, en la que a pesar de contar con una ajustada mayoría, logra imponer siempre su voluntad. La bancada chavista, para obrar con total impudicia, aprovechó la ausencia (e ingenuidad) de la bancada de oposición durante varios días del paro cívico en diciembre, para modificar el Reglamento de Interior y Debates con el fin de permitirles a los suplentes, que se incorporen a la Cámara con sólo una notificación del principal al Secretario de la Asamblea, y no como se hacía hasta ese momento, que la incorporación pasaba por una discusión en el Parlamento. Los suplentes, que suelen ser utilizados para materializar maniobras de última hora y lavarles la cara a los diputados principales que sienten algún pudor ante las arbitrariedades del Jefe, ahora se convierten en un arma letal en manos del Gobierno. Se valdrán de ellos para no perder, ni siquiera empatar, ninguna votación. Así es que los diputados que sientan pena, por ejemplo, por votar a favor de la confiscación de la libertad de expresión, podrán ponerse su hojita de parra y dejarles este trabajito sucio a sus suplentes, de ese modo no se enemistan con el Chávez, quien desde hace años puso la mira en los medios de comunicación. En este punto el comandante tampoco es original. Todo dictador que se estime debe atacar sin piedad a los medios. Autoritarismo y libertad de prensa y de comunicación no pueden convivir en el mismo espacio. La Ley de Contenido coloca en comisarios de la revolución bolivariana el control de los medios radioeléctricos. El nuevo tirano no les perdona que se hayan colocado a la vanguardia de la lucha por la defensa de la libertad y la democracia.
La ampliación del número de magistrados del TSJ en un ambiente de crisis fiscal tan agudo como el que se vive en la actualidad, se explica porque el gamonal de Sabaneta pretende darle a su despotismo todos los revestimientos legales del caso. Nada de estarse declarando dictador como un Fulgencio Batista cualquiera. Ya pasó la época de la alianza de las espadas. El mundo globalizado no está para esos desplantes. Chávez quiere que su autocracia, así como su control de cambio, sea un modelo en América Latina. Desea que sea legal. Sus atropellos a la voluntad popular deben ser legitimadas por el Poder Judicial, para lo cual necesita multiplicar los Iván Rincón y los Luis Martínez. No quiere volver a correr riesgos. Requiere con urgencia de cagatintas que salgan presurosos a justificar sus abusos de poder. Ya tiene allanado el camino para imponer esa ley: la Asamblea Nacional: se aprobará con mayoría simple, y como en ella se contempla que los nuevos magistrados se eligen, a su vez, por mayoría simple, pues tendrá el TSJ a la medida de su talante autoritario. Todo dentro la ley.
El tercer instrumento de la ofensiva autoritaria es el control de cambio. Aquí se dejó de sutilezas. Ya lo dijo: los golpistas no tendrán dólares. En esta encomienda llamada Venezuela, las divisas se repartirán como al señor encomendero le parezca. Ya eligió al caporal, uno de los conjurados del 4-F y acólito a toda prueba, el capitán Edgar Hernández Behrens. Para aplicar con rigor el control cambiario sometió a PDVSA. A la empresa petrolera, hasta el primero de diciembre pasado la empresa estatal petrolera más importante del mundo, la está transformando en una sucursal de Miraflores. Alí Rodríguez, el comandante Fausto, se ha comportado como un emisario ejemplar. Puso la empresa al servicio del proyecto bolivariano. Ahora todas las divisas que produzca esta corporación menguada irán a manos del amo del poder. La oposición sabrá cuál es el costo de desafiar a un déspota. Fedecámaras, los dueños de las televisoras, las radios y los periódicos, entre muchos otros empresarios, padecerán la ira de la fiera herida y acorralada.
Estamos en presencia de una ofensiva autoritaria que tiene su origen en la pérdida irreversible de la popularidad de Chávez y en su entrega, ahora sin rubor, a Baduel, García Carneiro, Acosta Carles y compañía. La Asamblea Nacional es su manso cordero. Si se producen deserciones la atropellará e ignorará. Lo que más le interesa es un TSJ complaciente. Allí reside su fuente de legitimidad, pues la que se basa en el pueblo la perdió. La debilidad de este esquema reside en que cuando uno o varios de los militares que lo apoyan se le voltee, sentirá el frío de las bayonetas en su pescuezo, y se dará cuenta de que un líder político no puede vivir sin el respaldo genuino de la mayoría de la gente, que es la que realmente quita y pone presidentes.