La obligación de ser libre
“No paro de recordar
aquello que me decía
de morir sin libertad”
José A. Muñoz Rojas
EL HOMBRE ESTA CONDENADO A SE LIBRE
Ortega y Gasset había escrito ya, en 1930, que siendo la vida humana algo que hay que hacer –un “quehacer”-, no hay más remedio que decidir a cada momento lo que se va a hacer, esto es, lo que “voy” a hacer. Como lo que hay que hacer es la propia vida, intransferible e insobornable, cada uno decide a cada momento lo que va a hacer, y con ello lo que va a ser, inclusive cuando decide no decidirlo. No hay, pues más remedio que “inventarse” de continuo a sí mismo, decidiendo a cada momento qué “si mismo” se va a causar. La libertad no es algo que tenemos, sino algo que somos –o tal vez que vamos siendo-: estamos obligados a ser libres.
Este último pronunciamiento podría servir de lema para gran parte de El Ser y la Nada, de Sartre. Para empezar, la relación entre la existencia y la esencia no es en el hombre lo que es en las cosas. “La libertad humana –escribía Sartre- precede la esencia del hombre y la hace posible; la esencia del ser se halla en suspenso en su libertad. Lo que llamamos libertad no puede distinguirse, pues, del ser de la “realidad-humana”. El hombre no es primeramente para ser luego libre, sino que no hay diferencia entre el ser del hombre y su ser libre
El hombre, ha afirmado Sartre, está condenado a ser libre, aunque rehuya, o no quiera saber de esta condena. Por eso inventa artificios y artilugios que le permitan no tener que hacer frente a la decisión de lo que tendrá que hacer con ella.
Se ha puesto de relieve en ocasiones que hay una diferencia notoria a este respecto entre el “primer Sartre” y el “ultimo” (o el “segundo”) Sartre; entre El Ser y la Nada y la Crítica de la razón dialéctica. En muchos sentidos la diferencia es grande. Pero la cuestión de la libertad sigue siendo central en la última obra citada.
Sartre estima que las limitaciones de la libertad son servidumbres que el hombre mismo se forja. Es cierto que, en tanto que condicionado por la “escasez” en el reino de lo que Sartre llama “práctico-inerte”, el hombre no nace libre, sino esclavo. Pero esta esclavitud no es “natural”, esto es, no es el resultado de un proceso de la Naturaleza; el propio hombre, al constituirse como hombre, se encadena a sí mismo, ya que “internaliza” la “escasez”. Por otro lado, en el curso de la existencia social el hombre da –bien que no “necesariamente”- una serie de pasos, que son otras tantas “totalizaciones” dialécticas, por medio de las cuales se va liberando de sus propias servidumbres.
“Los hombres hacen su historia a base de condiciones reales anteriores (entre las cuales figuran los caracteres adquiridos, las deformaciones impuestas por el modo de trabajo y de la vida, al alineación, etc.), pero los hombres mismos y no las condiciones anteriores hacen la historia. De lo contrario, los hombres se convertirán en meros vehículos de fuerzas inhumanas que, por medio de ellos, regirían el mundo social. Cierto que estas condiciones existen, y ellas, y sólo ellas, pueden proporcionar una dirección y una realidad material a los cambios que se preparan. Pero el movimiento de la praxis humana las supera conservándolas”, escribía Sartre. Mediante esta superación podrá, por así decirlo, “irse haciendo” la libertad, pues ésta está tan por hacer como la filosofía de la libertad.
“Nunca he creído –decía otro filósofo francés- que la libertad del hombre consista en poder hacer lo que quiere, sino en no tener lo que no quiere”. A esta libertad la fueron a enterrar un día, como a la popular Petenera, y la letra más exacta y conmovedora que recuerdo con este ritmo, a este compás, es aquella que dice: “La libertad se ha muerto / la llevan a enterrar / los frailes van cantando. / “¡Viva la libertad!”