La negación, miedo, traición, verguenza
Si del resguardo de la vida se trata, la negación de Pedro a Jesús, tres veces consecutivas, queda justificada, formalmente. El reconocimiento a Cristo habría sido fatal, trágico, si Pedro asume como verdad, que verdad era, la acusación de ser su discípulo, cuya condición fue delatada por una mujer esclava, como bien testimonian los Evangelios, los de Juan y Mateo, a mi memoria vienen, pero, además de la delación de la esclava y la ulterior negación, también testimonian que Pedro había prometido a Jesús seguirle, serle fiel y su fidelidad, asumida con tal fuerza, con tal convicción, que prometió demostrarla con su propia vida, si necesario era. Nada de sorprendente si algunos detalles se asoman al ojo. En medio de la crisis que apunta a la crucifixión, Pedro procuraba no estar muy cerquita de Jesús, sino más bien prudentemente lejos. No era difícil para Pedro prever el desenlace y buenas razones bien prácticas tenía para cuidar su pellejo; pero, y a pesar de su prudencia, mal que bien, allí estaba. Nada escapa a Dios y Dios advirtió que antes del cantar del gallo Pedro lo había negado tres veces. Y ello así, porque nadie más que el propio Dios sabe de las debilidades del hombre. En otros textos, y otros contextos, he intentado probar que la negación de Pedro es más grave que la venta que de él hace Judas, pues mientras esta venta es una delación, que no por definición es pérdida de fe, ni desconocimiento al Maestro, sino quizá más bien que el proyecto de Cristo, probablemente no concordaban con sus proyectos. Judas parte de ese reconocimiento y, por tanto de sus límites, por eso lo vende, mientras que la de Pedro es una traición no solo a Cristo, una negación a Cristo, sino que es una negación de sí mismo, una inequívoca pérdida de fe, un acto, pues, de infidelidad. Probablemente también de cobardía y aquí no podría serse tan severo, pues, el miedo de perder la vida es siempre tenebroso. Empero, la grandeza de Cristo, no sólo estuvo en prever la traición, la infidelidad, sino en concederle a priori su comprensión, su misericordia y preservarlo mediante su perdón para la más compleja de las tareas a apóstol alguno encomendada, crear su Iglesia. Ser la piedra donde ésta se levantaría para siempre. Quede la duda, más compleja aun, si Pedro flaqueó y dudó de la deidad de Cristo, de su condición de Mesías de la humanidad toda, de ser el camino, la verdad, la vida. Pero fuere como fuese, a partir de la negación de Pedro, se levanta la grandeza divina: el perdón a la rectificación auténtica, el amor como el más alto premio que Dios puede dar y que ni siquiera él mismo puede superar.
Otras negaciones revisten, salvando la distancia, caracteres análogos. Hugo Chávez niega y se esconde de Kleber Ramírez, el verdadero ideólogo de la V República, el creador de los pocos fundamentos que nutrirían, con alguna base, la sincrética voracidad de Chávez. El ocultamiento y la negación los sustenta Chávez en que era imprudente, inconveniente mucho más, aparecer junto a Kleber, quien era y fue un abierto comunista, de esos que su genuinidad alcanza caracteres de una dogmática con apego a las fuetes, con una especial moral sobre ella construida, donde, valga este reconocimiento, ni la corrupción ni la miseria tenían cabida, sí en cambio, un ideal donde la ética, de justicia, de equidad, de pulcritud, la moral habitaran en cada ser que asumiese la revolución como principio y como acción de vida y del hacer y hacerse. No era, pues, a Chávez, en términos de la Realpolitik, conveniente aparecer con Kleber para evitar que el imperio, la oligarquía, el poder económico, religioso, de medios, etc., lo viesen contaminado de comunista, al estilo de Kleber. Chávez apostó a la trampa para mediante el engaño alcanzar el poder. Kleber que era enemigo de lo sinuoso, de lo perverso, del engaño, murió sintiendo, cuando menos, una gran distancia del comandante Chávez.
En los modelos en donde el terror es arma de control, dominio, de alienación, sea la inquisición, el fascismo, el comunismo real, Pinochet, Videla, etc., el acercarse a un disidente, a un crítico, a un ser que, sencillamente no acata ni obedezca las órdenes del poder, lo convierte automáticamente en un enemigo, en hereje, tal condición acarrea los mayores castigos, la muerte incluida y, por si fuese poco la muerte en vida, tal cual es la condena al silencio, al ostracismo, al desempleo permanente, a ser, en definitiva un ser sin posibilidades de existencia.
En la vida diaria, a menor escala, casi a tono individual, pero no menos trágico, la negación suele ocurrir con alta frecuencia. Tantas veces por seguridad se ve el hijo, el familiar, en general, en la necesidad de negar a su padre, tío, madre, pariente, y esconderse de un hermano u ocultarse de su amigo. Todo ello según sean las debilidades, defectos, fechorías, los hechos del padre, del hijo, del hermano, del amigo, y que de una u otra manera, según las circunstancias, el contexto, evidencian deficiencias, fallas, errores, fracasos, o rebeldías ante las hegemonías, en general y de la propia familia en especifico, que pueden servir de castigo, de negación a la persona que nada tiene que ver con las acciones y conductas de sus otros. Las circunstancias, diría Ortega, condicionan la conducta, la toma o inhibición de decisiones, tanto de manera positiva o negativa. Pero, muy especialmente según son los intereses de quien niega. Sin trascendencia, pero no menos doloroso, resulta el huir del otro porque no conviene su presencia, ayer por ejemplo, la lepra, hoy el sida. Por el horror al qué dirán y por la sumisión a las reglas del juego que el poder ha impuesto como sus valores, u otros terribles males, incluido el tiempo. Por el desprecio al tiempo transcurrido se crearon los geriátricos, pero, es poco trascendente, el dolor de los viejos duele menos, el espacio de la vergüenza puede taparse con la caridad o con el ocultamiento. Dime con quien andas y te digo quien eres, es la proclama de la perversidad del poder; dime con quien me ven, con quien estoy y definen lo que soy, esgrimimos como autoprotección.
Nuestro caso, en esta Venezuela de hoy vivimos quizá este hecho con tal magnitud que se desgarra el alma tan solo de su reconocimiento. En efecto, hemos transitado muchas dictaduras, la crueldad que habitó La Rotunda queda en la memoria de obras inmensas para la literatura, baste un elocuente recuerdo, José Rafael Pocaterra. La crueldad del gomecismo, tenía algunos compadres que se condolían de sus ahijados. Pérez Jiménez, mas que los presos y algunos muertos, (estadísticamente mucho menos que las del padre de la democracia RBB) con su SN hizo del silencio una gran cárcel donde vivían casi todos, tal vez todas las voces que razón de justicia de dignidad tuvieron. Con Rómulo Betancourt Bello, por más que se empeñen en su inocencia, dejó huellas de crueldades muy severas, crueles, contra sus adversarios y se hizo verdugo contra sus disidentes. Testigos son Paz Galarraga y Prieto, pero hubo muchos mas. Sin embargo este modo de ejercerse el poder dictatorial o del caudillo, es una acto episódico ante las aberraciones que ejerce el poder hoy, que ha logrado para mayor tragedia socialización del terror, con tanto ensañamiento, con tanta universalidad, que es único en nuestra historia patria. Veamos.
En efecto, cualquier observación por leve, sutil, elemental, cuya verdad sea de sencilla prueba, de verificación simple, que se haga contra el presidente y su gobierno, merece la condena a priori. Traidor a la patria, oligarca, ladrón, contrarrevolucionario, de una u otra forma, una especie de muerte política, pero también la permisión de asesinato legalizado que sobre él se posa. Se le codena al escarnio público, se azuza al pobre para que tome venganza contra otro, por lo que nunca el Otro en contra de él hizo, o le haya despojado de lo que nunca tuvo. Odio sembrado por la envidia, las frustraciones, las miserias. Tal vez el macabro juego lo iniciaron las listas de Tascón que el presidente ordenó hacer y tener en sus manos y en las manos de todos sus secuaces para garantizar la exclusión, de modo que quien está en la lista es su enemigo. Del mismo modo es también un grave riesgo para un trabajador de las empresas públicas existentes o las nacionalizadas, petroleras, petroquímicas, etc., etc., que uno de sus trabajadores, cualquiera sea, mientras menor el rango mayor la crueldad, pueda tener amigos que no sean los guardianes, los amigos, los actores del proceso. Paralelamente, isócronamente, se crea una pseudomoral para la justificación de quien robe, mienta, engañe, estafe, delate, en nombre de la revolución, y a cada converso se le impone probar su conversión, a cualquier precio.
El macabro principio de quien no me obedece, quien no está conmigo es mi enemigo, nutre el alma del poder. Su efecto es devastador, el inmenso miedo, en grado de pánico, terror, que siente quien no está cobijado del manto protector del PSUV, y de modo especial del deificado presidente, no alcanza límites. No menos doloroso es el que esta conducta, a muy menor escala por evidentes razones, se repita entre algunos pocos, muy pocos, que dicen rechazar al régimen. Este tipo de conducta es homóloga a la que ejerce el dominio Chávez. Ambas son repudiables. El crimen no distingue actores socialistas, comunistas, macartistas, fascistas, nazis…
El miedo alcanza tales desproporciones que las instituciones, como las universidades autónomas, reducen su discurso a la limosna para el presupuesto y en el silencio sepulcral, para cumplir con su misión de buscar la verdad y orientar al país, creen hallar su salvación. La iglesia católica, que se proclama la de mayor feligresía, trueca su discurso teológico, legítimo, por el discurso político formal de la democracia. Cristo sustituido por Betancourt. Y si esas instituciones recurriesen a su ser, a sus principios, a su deber ser, el poder habría empezado a desbaratarse desde hace tiempo porque la razón que a la libertad nutre, a pesar del miedo, brota como la primavera que es mas bella mientras más duro ha sido el crudo invierno.