Opinión Nacional

La muerte se viste de rojo

Hannah Arendt, al estudiar y describir la banalidad del mal, demostró que
muchos de los más crueles y sanguinarios exterminadores nazis eran amorosos
padres de familia, apacibles vecinos, gente simpática que jamás habría
matado una mosca de haber vivido como seres comunes y corrientes. El poder
del que fueron investidos que involucraba el asesinato, la tortura y los
vejámenes más aberrantes a otros seres humanos, con absoluta impunidad; les
permitió esa transición sin traumas ni cargos de conciencia. Hanna Arendt se
empeñó en probar que no se trataba de enajenados o débiles mentales (resulta
tan fácil disculpar cualquier atrocidad con el argumento de la locura) sino
de personas con absoluto uso y dominio de sus facultades mentales y muchas
de ellas con inteligencia y cultura por encima del promedio. Mengele, el
ángel de la muerte de Auschwitz, era un hombre realmente hermoso, seductor y
culminó sus estudios de medicina con honores. Pero no tuvo el menor reparo
en utilizar a mujeres, hombres y niños como ratones de laboratorio para sus
experimentos seudo científicos y en decidir quienes de los prisioneros del
campo debían ser llevados a las cámaras de gas y quienes no.

Tal pérdida de la conciencia, de principios y de valores esenciales de la
condición humana, muchos de ellos provenientes de las enseñanzas religiosas
recibidas durante la infancia (la madre de Mengele era una ferviente
católica que obligaba a sus hijos a rezar y a visitar la iglesia cada
domingo) solo se logra mediante la deshumanización del otro, del previamente
catalogado y definido como enemigo. Todos los genocidios del siglo XX, todos
los anteriores y todos los que ocurren y ocurrirán, se basan en despojar de
su condición de humano al enemigo que se quiere extinguir, con el agregado
de que su presencia en este mundo es perniciosa. Los turcos contra los
armenios; los nazis contra los judíos, gitanos, eslavos, homosexuales y
artistas de vanguardia: los primeros eran no personas, todos los demás razas
inferiores o practicantes de costumbres y artes degeneradas. Los hutus
contra los tutsis en Rwanda: estos últimos eran cucarachas y debían ser
aplastados como tales. Los bosnios cristianos contra los musulmanes en la ex
Yugoslavia y ahora en Darfour los musulmanes contra los cristianos. Sin
olvidar la matanza interreligiosa de los musulmanes chiitas y sunitas en
Iraq.

¿Puede extrañarnos que el vicepresidente, el ministro del Interior y
Justicia y los parlamentarios del chavismo se conmuevan por la muerte de un
venezolano a manos del hampa común? No en un país normal pero si en uno
donde solo en la capital son asesinadas no menos de diez personas cada día,
número que asciende en los feriados. Jamás, óigase bien, jamás, el
presidente locutor de radio y animador de televisión, ha dicho una palabra
que condene la violencia in crescendo en las zonas más pobres del país,
cuyas víctimas son pobres. Ni una sílaba para ordenar a sus súbditos que
hagan algo por controlar la delincuencia, verdadera dueña de esta republica
bolivariana en trance de ser socialista: decenas de secuestrados, otras
decenas de asesinados por los motivos más banales como un par de zapatos
deportivos o un teléfono celular. Esto sin contar los centenares de crímenes
que no se denuncian porque las víctimas prefieren dar por perdido lo que les
fue robado o no denunciar las lesiones sufridas, seguras de que jamás
lograrán que se haga justicia. Entonces si extrañan y enardecen esas
manifestaciones de pesar cuando el asesinado por hampones es un dirigente o
militante del chavismo, porque son ellos, los que tienen el poder y lo
ejercen de manera discriminatoria y excluyente, quienes al ofrecer sus
condolencias establecen la diferencia entre quienes son humanos y por
consiguiente dignos de su pesar, y quienes no.

Más indignante aún es la conducta de esos servidores de Chávez cuando
pretenden insinuar cada vez que muere un chavista de cierta relevancia, que
su muerte debe ser achacada a la oposición. En un país tan polarizado como
éste habría que deducir entonces que el gobierno es el responsable de los
miles de homicidios -en estos ocho años de desmadre- cuyas víctimas no
tienen nombre ni apellido ni rostro y cuyas muertes jamás serán investigadas
ni los asesinos castigados.

Para terminar por donde empezamos: el diputado Luís Tascón, el mismo que fue
capaz de elaborar y hacer pública una lista de personas que votaron por la salida de
Chávez, en el referéndum revocatorio de agosto 2004, y someterlas así al apartheid
político y laboral; acaba de promover en la Asamblea Nacional un proyecto de Ley de
Protección de los animales domésticos, dominados, silvestres y exóticos
libres o en cautiverio”.
De acuerdo con ese proyecto hasta un zancudo o una
garrapata deben ser respetados en sus derechos animalescos a la vida y al trato considerado.

Es lo quedecíamos, la vida de los opositores al régimen vale menos que la de una garrapata o
un zancudo.

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