La muerte: fundamento existencial del chavismo
La reciente crítica de Chávez al neoliberalismo deja de manifiesto el agonizante intento por crear un esquema de ideas para perpetuar la manipulación de masas, que ha caracterizado al discurso chavista.
Es el apego a la vida y el impulso a la supervivencia los que inscriben a la libertad en el catálogo de las necesidades humanas. El liberalismo histórico, tanto político como económico, recoge y traduce en el plano de la realidad, esa necesidad de ser libres.
Chávez, cuya presidencia es producto de una elección democrática, desestima los valores liberales que han dado origen a la democracia moderna, valores éstos cuyo fin último es la consecución y profundización de las libertades individuales.
En contraposición a esos valores liberales, Chávez ha preferido adherirse a la fusión ideológica nacida de la unión entre los opositores de la globalización, la vieja izquierda desorientada luego de la caída de la Unión Soviética y los herederos de los movimientos guerrilleros y de protesta de los sesenta: los terroristas.
El movimiento anti-globalización no representa necesariamente una condena del sistema capitalista sino más bien un reproche a la acumulación de poder desmedido por parte de las corporaciones multinacionales. En tal sentido, no está opuesto a la expansión del liberalismo económico. Predica, en cambio, la necesidad tomar en consideración más allá de las prioridades del capital, el aspecto humano y la protección del medio ambiente. Se equivoca Chávez en considerar a este movimiento como una alternativa contraria al liberalismo.
Preocupa si embargo, su volver constante sobre las viejas falacias comunistas. El modelo económico estatista se reveló a lo largo del pasado siglo, no como un camino de ampliación de la libertad individual sino como un sofisticado medio de opresión y destrucción progresiva del individuo. Adscribirse a estas teorías, como lo hace Chávez, es aliarse a la muerte paulatina de los ciudadanos en pos de un falso bien común que los niega como entidades independientes.
Así, el aumento desmedido de la deuda pública que incrementa las tasas de interés; la ampliación de los impuestos al consumo; la injerencia abusiva en el quehacer de PDVSA y la tendencia presidencialista de la Constitución Bolivariana, han dado pie al fortalecimiento del monstruo estatal que aplasta al venezolano y que no le permite construirse una existencia digna.
Esta inclinación destructiva se manifiesta de manera más clara en el acercamiento de Chávez a varios de los grupos terroristas que asolan el panorama contemporáneo. Su relación íntima con Fidel Castro, sus solicitudes de empréstitos a Libia, su poco velado apoyo a la guerrilla colombiana y sus visitas a Saddam Hussein, expresan su admiración e identificación con los personajes más sombríos del escenario político moderno.
Los terroristas, incapaces de canalizar su crítica y de imponer una ideología han quedado atrapados en la idea del terror como forma de participación activa en el devenir político. Tal idea, los aísla, encerrándolos en la alucinación de la violencia redentora, del extremismo incuestionable. De esta visión enfermiza nacen los pistoleros de Puente Llaguno. Poseídos por la “verdad revolucionaria”, no pueden concebir el carácter criminal de sus acciones y como tal, disparan sin consideración alguna sobre sus hermanos nacionales. Asimismo, los círculos bolivarianos, intoxicados por la retórica revolucionaria, destruyen y saquean los comercios ubicados en las zonas marginales, sin detenerse a pensar, que de estos obtienen las clases pobres (supuestos defendidos y defensores de la revolución chavista) sus productos de consumo.
La creciente estatización, el deseo de sofocar toda objeción, la formación y apoyo de grupos de terror, nos hace concluir que acaso sea entonces, el culto a la muerte, la base del actuar chavista. Nos queda, para combatirlo, apoyar el culto a la vida, del cual la democracia verdadera quizás sea una de sus manifestaciones más importantes.