Opinión Nacional

La Misión Balazo

Lo peor es que te acostumbras. En un país donde morir asesinado por un delincuente que se atraviesa en tu camino se ha hecho rutina, la muerte se convierte en paisaje. Al principio te afecta, pero con el paso del tiempo, para proteger tu salud, cada asesinato se transforma en un número más. Una estadística.

De vez en cuando te conmueves de nuevo. Por ejemplo, cuando miras en la televisión a una señora llorar frente a las cámaras, desconsolada por su hijo asesinado, confesando impotente que sólo espera la justicia divina porque sabe que en esta tierra nadie castiga a los culpables. Aunque no tengas relación alguna con la señora, el corazón se te arruga, pero igual tienes que plancharlo apresurado porque es lunes y debes salir a trabajar.

Una vez en la calle recuerdas que en este país, especialmente en las grandes ciudades, todos los que no vamos con guardaespaldas oficiales -­ricos o pobres, clases medias, profesionales u obreros, embajadores o cantantes famosos- ­ tenemos asignado gratuitamente un cupón de lotería cuyo premio mayor es un balazo. Entonces andas con mucho cuidado, adivinando sospechosos, desde la mañana hasta la noche, tratando de impedir que el premio te toque ese día.

Hasta que, cuando menos te lo esperas, sale tu número o el de alguien cercano. Una voz te avisa que el amigo X es víctima de un secuestro express, otra que a la amiga Y la asaltaron y golpearon en su casa, y a la Z le arrebataron el celular. Son los premios secundarios. Trágicos aunque  menos dolorosos.

Pero un día llega el premio gordo y una voz quebrada en el teléfono te anuncia que el hijo de alguno de tus buenos amigos está en terapia intensiva con una bala en la cabeza. Entonces la estadística se vuelve otra vez persona y el dolor de todas las madres que has visto durante estas semanas se hace otra vez tuyo, y recuerdas que esta mañana escuchaste a un ministro diciendo que en Venezuela la violencia y la inseguridad no son hecho reales sino “una sensación creada por los inventos de la oposición con el apoyo de los medios del imperio”, y que meses atrás viste a otro, a Andrés Izarra, riéndose en un plató como una vaca loca ante las cifras que ofrecía a CNN uno de los más serios estudiosos de la violencia en Venezuela, y te preguntas en manos de qué tipo de club de maestros del cinismo hemos caído, y piensas si será necesario que ellos pasen por uno de estos duros trances para que dejen de carcajearse del dolor ajeno.

Esta semana, uno de los nefastos premios le ha tocado a Juan David Chacón Benítez, Juancho, músico de excelencia de los predios del reggae y el rap, quien jugando con la fonética de su apodo un día decidió llamarse Onechot. A Onechot le conozco desde antes de nacer y desde cerca le he visto crecer, elegir la música como oficio perseverante, el pacifismo como militancia, y ser buena gente con sus amigos y familia como condición de vida.

Hace dos años Onechot se convirtió en noticia internacional por el videoclip de una canción, “Ciudad podrida”, en la que se muestra en toda su crudeza lo que está ocurriendo en Venezuela. Los medios del Gobierno le atacaron alegando que exageraba. Quisieron convertirle en persona non grata y hasta propusieron que fuese legalmente investigado, cosa que por suerte no ocurrió.

Pero ocurrió algo peor, la violencia insensata de esta ciudad que tanto le angustiaba, como lo muestran sus composiciones, lo confrontó en las calles de Bello Monte y ahora, luego de recibir una bala en la cabeza, con el apoyo de miles de amigos, familiares y seguidores musicales batalla por su vida desde una sala de cuidados intensivos.

Onechot cantaba: “Esta noche, en algún lugar la sangre correrá. Esta noche, una hija, una canción morirá. Esta noche, sola en casa, una madre llorará. Porque un hampón, de su arma, una bala perderá”. Escribo esta nota el miércoles en la noche, con el corazón otra vez arrugado pero con la certeza de que Juancho regresará a la escena para que su mensaje antiviolencia se mantenga y nos ayude en la tarea colectiva de salir de este infierno del que un gobierno perverso se ha desentendido.

La mejor misión del Gobierno: la Misión Balazo.

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