Opinión Nacional

La meta

El gobernante autoritario es un individuo con una carga de ignorancia fuera de lo común y, de usual, surgido del segmento militar que, con paciencia de relojero, va conformando un grupo de allegados inmenso en apariencia, así lo hace sentir al grueso de sus seguidores, pero que en realidad está integrado por un círculo íntimo al cual sólo tienen acceso los escogidos entre frustrados, resentidos e intrigantes de los más ponzoñosos, con algún historial susceptible de ser utilizado para aplastarlo al menor indicio de descarrío; eso si, encuadrados dentro de la tipicidad del lambiscón. Con ellos comparte algunos secretos y complicidades manteniendo, en todo momento, férreo control de sus domeñadas voluntades, auxiliado por el expediente que de todos guarda. Ninguno está libre de sospecha.

Como su objetivo es la perpetuidad, necesario es transitar el tortuoso camino del totalitarismo para alcanzar la meta del continuismo, allí están los lambiscones y su propia ignorancia construyendo el andamiaje constitucional que lo permita. Montan un retablo de ilusiones y el autócrata está convencido de que perpetuará más allá de los herederos inmediatos, sin percatarse de que el continuismo no ha resultado beneficioso en ningún lugar del planeta tierra y que al final, cuando logra la meta, siempre lleva buena parte de lo peor. Desde antes de Nerón, por señalar el más próximo de los antiguos, pasando por Hitler, Mussolini, Tacho Somoza, Trujillo (Chapita), Franco, Strossner, Noriega y nuestros Guzmán Blanco, José Tadeo Monagas, Andueza Palacios (continuista frustrado), Juán Vicente y Marcos Evangelista, a los cuales es indispensable agregar el recientemente cosechado Sadán Hussein, todos líderes del totalitarismo continuista, han sido dados de baja, bien en su cama por la voluntad del altísimo o por la de mortales y aún los que sortearon las iras de sus agraviados, terminaron sus días con la amargura del proscrito y la repulsa general al réprobo.

Es posible que el poder auto-conferido le estimule sueños de perpetuidad, hasta sus más lejanos descendientes. Es igualmente probable perdure por algún tiempo. Pero en la era de la revolución cibernética y de las comunicaciones los procesos de obsolescencia corren más veloces que la luz. No existe la perpetuidad.

No hay espacio para el desánimo. La historia almacena sorpresas que va liberando en cada vuelta del camino. Es la hora del trabajo afianzador de la conciencia democrática, exorcismo para autoritarios. No podrán demoler nuestras convicciones que incluyen el valor de la libertad, porque la meta es el final de la carrera.

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