La Madre Villalón
Hay personas que nos marcan de manera especial, maravillosa y definitiva. Una vez que aparecen, permanecen en nuestras vidas para siempre. Y cuando evocamos los tesoros que tenemos, su presencia, sus lecciones y su recuerdo están allí invariablemente.
Hay maestros, como decía el ex Presidente de Harvard, Derek Bok, cuya influencia llega hasta la eternidad. Para mí, tal es el caso de las Madres de mi colegio, el Sagrado Corazón. Los años del colegio fueron especiales y eso se debió a la filosofía de la congregación: no sólo fue la instrucción que nos impartieron, sino los valores que recibimos. Además, fuimos inmensamente felices. Cualquiera que haya pasado aunque sea un año en el colegio puede dar fe de que lo que digo es cierto. Uno de los primeros artículos que escribí para El Universal se llamaba «Honor a ti, colegio querido», el primer verso del himno del colegio, y explicaba que más que un colegio, el Sagrado Corazón fue un lugar donde, a la par de mi hogar, se forjaron mis sueños y mis inquietudes, y un camino para quienes tuvimos la suerte de transitarlo.
Todas éramos amigas, no importaba la edad. De hecho, todavía muchas somos amigas y mantenemos una red a través de la cual compartimos, nos apoyamos, reímos y lloramos juntas. Por esa red fue que nos llegó la noticia de la muerte de la Madre Villalón. María Mercedes Lepervanche nos escribió: «realmente a la Madre Villalón todas le debemos un porcentaje muy alto de lo que somos hoy en día»
La Madre Villalón fue uno de los iconos del colegio. Yo tenía cuatro años cuando mi mamá me llevó a inscribirme, y recuerdo vívidamente cuando ella apareció en lo alto de la escalera, con un hábito y un velo negro sobre una suerte de cofia blanca y ondulada alrededor de la cara, que le obstaculizaba la visión lateral. Era una mujer alta, delgada, bellísima. En primer grado nos dio aritmética. Tenía una técnica muy particular para enseñarnos las tablas de sumar y multiplicar, una ruleta en la que cambiaba los números constantemente. También era quien dirigía la salida y nos llamaba por el micrófono: conocía a todo el mundo. También durante un año nos dio un curso sobre todo lo relacionado con el cine.
Pero más allá de la aritmética, la salida o el cine, la Madre Villalón nos enseñó a ser mujeres de bien, humanas, solidarias, modernas, independientes y con visión de futuro. ¡Ojalá que se haya enterado de que las semillas que sembró florecieron! Que haya sabido, por ejemplo, que María Mercedes Lepervanche ha dedicado su vida, como ella lo hizo, a ser formadora. O que se haya enterado del trabajo de Cecilita Vegas de Puppio en la Fundación Pro Cura de la Parálisis. De los éxitos políticos de Virginia Rivero y María Teresa Romero. Espero que haya oído hablar de todo lo que ha hecho Bolivia Belisario de Bocaranda primero para Senosalud y ahora para Senosayuda. También de la bellísima obra que Carolina Sánchez de Herrera hace para la Fundación Blandín. Y del trabajo que realizan Jacqueline Phelan de Álvarez para Hogar Bambi, Morella Mendoza a través de su Fundación MMG y Myriam Valencia en el Rotary. De las muchas cosas buenas que hizo Aurora Zuloaga de Creixems al frente del Comité de Damas del Ministerio de Justicia. O de lo incansables que han resultado ser Gabriela De Sola de Di Guida y Elaisa Ferris Wallis en las Alcaldías de Chacao y El Hatillo. Quiero pensar que se fue sabiendo que la gran mayoría de sus «hijas» son profesionales exitosas y buenas madres.
Quienes conocimos a la Madre Villalón recordaremos con cariño sus enseñanzas y sus regaños, y su sonrisa que iluminaba el sitio donde se encontrara. Para ella y las Madres Suárez, Sampedro, Meliá, García de la Rasilla, Vecchini, Castro Palomino, Alcoz, Colás, Martínez, Villa, Forero, Flores, Osorio, Jiménez, Anduze, Auza, Caldentey, Fernández de Meza, Trueba… las que están y las que se fueron, como decía el himno del colegio, nuestra «filial gratitud». También nuestro respeto, y sobretodo, nuestro amor.