La locura colectiva
El estremecedor episodio del campesino tachirense que golpeó a su mamá de 80 años, le disparó, le cortó las manos y los brazos y luego la incendió porque había recibido órdenes del más allá de sacrificar a su madre para lograr la recuperación del presidente Chávez no es un simple caso de psicosis o locura individual. Es un síntoma de la locura colectiva que invade nuestro país, de la clásica histeria de masas estudiada por Tarde y Le Bon y que hoy infecta a una parte importante de la población venezolana. Cuando el 10 de enero las multitudes se movilizaban gritando «yo soy Chávez» o «Chávez no está en Cuba, está aquí en Venezuela, está en todo el mundo, porque todos somos Chávez», había algo más que un simple eslogan o lema publicitario, se estaba dando un verdadero proceso de transubstanciación de identidad.
Ocurría un síntoma típico de las psicosis y de los fenómenos de masa: la despersonalización, la pérdida de los límites de la personalidad individual y la adopción una personalidad arquetípica. Los signos de locura han estado presentes desde el comienzo de la revolución bolivariana. Una de las primeras anécdotas que se divulgó de Chávez es que en su casa había una silla que estaba siempre reservada para Simón Bolívar, el convidado de piedra.
De las muchas marchas chavistas a las que he asistido, uno de mis más nítidos recuerdos es el de las caras enajenadas de centenares de milicianos que veían la espada de Bolívar volando por los aires empuñada por la mano resucitada del héroe que venía a hacer justicia. Lo que hoy sucede en Venezuela en nada difiere del fanatismo religioso y el movimiento mesiánico que dirigido por El Consejero llevó a la guerra de Canudos en las áridas tierras del Sertao. Es un eco en nuestra cultura.
Pedro I de Portugal hizo exhumar y coronar a su amada Inés de Castro y la sentó en el trono a su lado para obligar a todos los cortesanos a besar la mano de la muerta. El problema de la locura colectiva es que al estar inmersos en ella no nos damos cuenta de la misma.
A veces he dedicado algún tiempo a pensar si tendría sentido el profundizar en la posibilidad de crear una nueva ciencia que hasta nombre le he puesto y que medio en serio, medio en broma, la he llamado la Socioetología , y cuyo objeto de estudio sería la comprensión del comportamiento social partiendo de lo que en la naturaleza se da de forma natural. Y es que con el aporte de Lorenz a la Etología en sus estudios del comportamiento animal, se da un paralelismo y una vinculación tan parecida a la nuestra en el terreno del comportamiento colectivo que no puede ser una mera casualidad.
Si mal no recuerdo se llaman »lemins» unos pequeños roedores que cada determinado tiempo se arrojan por los precipicios »suicidándose colectivamente». No están claras las razones de tal comportamiento que inhibe el instinto de conservación de la especie y produce efectos tan dramáticos en la conservación de la vida de estos roedores; lo cierto es que esta »locura colectiva» parece ser un mecanismo regulador de su población en su adaptación a un medio ambiente donde los recursos se vuelven peligrosamente escasos.
Como bien señala el señor Capriles el fenómeno psicosocial de la »locura colectiva» es una realidad. El pueblo alemán bajo Adolfo Hitler adoptó ese comportamiento de una manera mas que irracional, anulando la personalidad individual y adoptando un perfil colectivo compartido colectivamente que llegó hasta a definir lo que se llamó »el alma del pueblo alemán». Una »locura colectiva» que destruyó toda una nación al punto de quedar reducida a cenizas. En la España del Caudillo aunque matizada por los imperativos de su particular realidad de posguerra, el fenómeno perduró por varias décadas. Franco era Dios y Dios era España, hasta el momento de su muerte. La única diferencia notoria era que Hitler era un líder carismático y Franco no.
En nuestro caso, el ex presidente Chávez fue de menos a mas, construyendo paso a paso el edificio de esta »locura colectiva» apoyado en un discurso cada vez mas radical y respaldado por un innegable liderazgo carismático que fue sustentado en realizaciones concretas, apoyados en unos ingentes recursos económicos que hicieron posible el convencer a un colectivo de que la hora de la justicia había llegado para las masas depauperadas y que terminó comprando las voluntades de propios y extraños dentro del mas absurdo engaño. Sus sucesores no pudieron mantener el mito y han acelerado el fin de la leyenda al tratar de mantener a un muerto como si estuviese vivo, y donde hasta la presidenta de Argentina huyó horrorizada cuando se disponía a dar un discurso a un monigote de cera que en modo alguno era el cuerpo de su amigo difunto.
Pese a lo anterior y salvo sectores muy fanatizados, pareciera que las masas rojas comienzan a reaccionar frente a un liderazgo impuesto hereditariamente pero que carece de ese don de mando, verbo encendido y una chequera abultada, que le dio tanto renombre al difunto y que nos están anunciando el desmoronamiento de una presunta revolución que pareciera haber llegado al principio de su fin, con la desaparición real y verdadera del »Comandante Supremo», que solo se mantiene vivo por la magia del »celuloide» y el poder de los medios digitales. Pudiera ser que estemos en presencia de esos pocos casos en donde un caso de »locura colectiva» involucione en si misma y la población retorne a la »cordura», deslastrada ya de las causas que la crearon y motivaron. Solo el tiempo futuro lo dirá sin tener que esparcir nuestras cenizas en los volátiles vientos de nuestra convulsa historia nacional.