La libertad de la Iglesia
Benedicto XVI en la reciente recepción del nuevo embajador venezolano dijo que la Iglesia católica en Venezuela “necesita libertad para ejercer su misión, escoger a sus pastores y guiar a sus fieles”. En lo de escoger a sus pastores, Caracas lleva más de dos años sin arzobispo. No es la primera vez que el Gobierno se resiste al nombramiento del arzobispo de Caracas por la Santa Sede, de una terna enviado por la Iglesia de Venezuela. Al Gobierno no le gusta éste, tampoco le gusta el otro, ni el otro. Sólo quiere uno, porque lo considera dócil a su política. Ya se presentó una resistencia política similar en los comienzos de la democracia antes del Modus Vivendi: la Santa Sede tenía su propuesta y Acción Democrática y Copei la objetaban, y cada uno tenía su candidato. Al Vaticano llegaron emisarios de ambos partidos con objeciones. Juan XXIII se mantuvo firme y el Gobierno terminó accediendo al nombramiento de Mons. José Humberto Quintero.
Personalmente prefiero no tener arzobispo a que nos envíen uno impuesto por el Gobierno, porque su función no es partidista, ni subordinada a la política. No sé qué opinara el “católico, apostólico y romano” JoséVicente Rangel.
¿ Y cuál es la misión que la Iglesia necesita ejercer con libertad? La gente lo entiende sin mucha discusión teológica. El modelaje católico en Venezuela es más familiar que eclesiástico. La vivencia religiosa de matriz cristiana y el sentido de identidad y pertenencia católica son muy superiores a la estadísticamente pobre asistencia dominical a la iglesia. Ello no por un reciente descenso de la práctica religiosa dominical, como ocurre en Europa, sino que, desde hace por lo menos doscientos años, en gran parte de la geografía venezolana la misa dominical no es el termómetro de la temperatura religiosa. En este contexto las fronteras de la pertenencia no son precisas y el derecho a sentirse católico es más amplio de lo que se puede imaginar. Un amigo mío, comunista convencido desde los doce años y fallecido recientemente, me permitió ver lo delicado del papel de la Iglesia y lo abiertas e indefinidas que son las fronteras religiosas en Venezuela. Un día me invitó a su casa. Hablamos de todo y con mucho sentimiento me dijo que él quería que su hija (estudiante entonces de la UCV) conociera la Iglesia, se vinculara con Fe y Alegría y con la acción social de nosotros los curas en los barrios y que se casara por la Iglesia. Que en lo personal y familiar no quería para ella una vida como la suya con múltiples y accidentados matrimonios. Nunca supe si su hija estaba bautizada, pero se dio su vinculación a Fe y Alegría de manera afortunada y muy positiva. Luego de una convivencia de maestras y profesores donde se reflexiona sobre valores, el sentido de la vida y el cristianismo, ella me habló emocionada de este encuentro y de la importancia de lo religioso que ella estaba descubriendo.
En el viejo comunista con los golpes del 92 reverdecieron sus creencias políticas. Primero se entusiasmó con el “Chiripero” por Caldera y luego se anotó en el triunfo de Chávez y fue nombrado para un alto cargo. La tragedia lo golpeó como un rayo: Su hija recién casada falleció en un trágico accidente de carro. El dolor y el desconsuelo del padre fueron abismales. Me llamó para decir una misa en la funeraria. Se me quedó grabado cómo él mismo llamó a sus compañeros dispersos en la funeraria para que nos juntáramos en la oración que íbamos a hacer por su hija. Esta experiencia y otras similares me enseñan que en Venezuela no son claras las fronteras de la Iglesia y que ella debe ser libre y no dejarse atrapar partidístamente; que la gente tiene derecho a exigir nuestro acompañamiento en nombre de Dios, sin exigirles renunciar a sus ideas políticas y sociales. Que es muy importante la libertad de la Iglesia frente a los gobiernos y que ésta libertad debe ser usada con delicadeza de conciencia por obispos y sacerdotes para apoyar espiritual y socialmente la causa de la paz, la reconciliación, la justicia, la defensa de la dignidad humana, la democracia y los derechos y la vida de los más pobres. Libertad espiritual de la Iglesia para no arrodillarse ante otros poderes y para reconocer que el Espíritu sopla donde quiere y que siempre tenemos que ser mediadores de la Buena Nueva de Jesucristo. Libertad también de las propias telarañas internas que, a veces, paralizan y amarran como gruesas cadenas de hierro.
Más pronto que tarde se ve lo inútil y contraproducente de un conflicto entre Gobierno e Iglesia y lo grotesco y falso de clérigos serviles y adulones del poder. El venezolano, aun el no practicante, tiene un buen sentido cristiano cuando no le gusta una Iglesia autoritaria y con poder de imposición; como lo tiene también al valorar su libertad y buen sentido evangélico. Desde luego, como expresó el Papa “hay numerosos ámbitos en que resulta conveniente establecer diversas formas de colaboración fecunda entre el Estado y la Iglesia con el fin de prestar un mejor servicio al desarrollo de las personas…” “ La educación es un área donde se da esa colaboración con evidentes frutos. Hay otras muchas donde la labor asistencial de la Iglesia es altamente valorada y podría hacer más si la autoridad política antepusiera el bien de los más necesitados.