Opinión Nacional

La lección del afecto

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Podríamos aseverar que la familia es el núcleo social donde nacen y se reflejan los acontecimientos humanos más importantes. Todo suceso social significativo, tiene su primera lectura en el seno familiar y tambien, por cierto, su reflexión más importante.

En un mundo bombardeado por incontables informaciones y estímulos que abarcan todo el espectro sensorial del ser humano (Educación Cósmica), la manifestación de la conducta surge como respuesta a ese entorno multifacético de la realidad contemporánea que envuelve al individuo en un escenario de circunstancias que lo obligan o motivan a un comportamiento determinado. Mientras mayor es la información que accede o invade al individuo, en tanto tiene un origen externo a él, mayor es tambien su necesidad, en tanto sistema abierto, de responder a esa multiplicidad de solicitaciones que le llegan desde fuera. Su exposición a tales agentes foráneos es total y en oportunidades, brutal. Sólo la familia es capaz de convertirse en la estructura que amortigua y reorienta los impactos psicológicos que la persona recibe de ese mundo, a través de la inefable herramienta de la comunicación. De esta misma forma, se constituye en el “receptor” original de sus respuestas, el ente que “escucha” el juicio que la persona emite de lo que el exterior le induce y el que observa su “entrenamiento” para responder con una acción a la motivación externa. Esa respuesta se discute, se confronta, se ensaya en el seno familiar. La familia que valora ese encuentro, que lo alimenta y lo nutre, que lo propicia y lo enriquece, es una familia que se hace fuerte ante la adversidad y es capaz de revertir sus efectos nocivos .Pero la que no lo hace, sin duda deja de actuar como ente de pensamiento vivo, presente, actual y por lo tanto, al no ejecutar su acción, manifiesta una tendencia clara a desaparecer como actor social, propagando un” virus de inmunodeficiencia colectiva” que se propaga a lo largo y ancho de la sociedad. Así como la anorexia y la bulimia han llegado con el postmodernismo, tambien arribaron la anomia (conjunto de situaciones que derivan de la carencia de normas sociales o de su degradación) y la ecualización (igualación sensocognitiva que los eventos o sucesos adquieren frente al espectador, a pesar de exponer valores contrapuestos, cuando éstos se exhiben al observador casi simultáneamente), las cuales encuentran amplio espacio explicativo en la obra del filósofo alemán Jürgen Habermas ; esas anomalías fenomenológicas presentes en la sociedad del presente, constituyen poderosas tendencias que minan la personalidad del ser humano de hoy, en particular de los más jóvenes, por sus implicaciones formativas.

La postmodernidad, requiere de una nueva familia. Pretender que la familia tradicional pueda superar las consecuencias de un cambio tan severo en el clima de la psicología global, es pedirle a una embarcación de papel que sobreviva a la confrontación con un poderoso tifón o una tromba marina de gran envergadura; literalmente, será arrasada por los vientos huracanados de la realidad. Sencillamente, no puede mantener su vigencia en los términos en que la conocemos. A pesar de que deseáramos que su liturgia se mantuviese, el paisaje abrupto al cual se expone, hace que lamentablemente, sus vestiduras, por muy hermosas que fuesen, sean objeto de amargas y costosas rasgaduras. Hemos de reconocer entonces, que la familia debe reaprender el ejercicio de sus vínculos y dotarlos de estrategias flexibles que permitan la asimilación de los impactos externos sin experimentar la ruptura de su estructura.

Para hacer esto posible, debe alimentarse afectiva, espiritual e intelectualmente con contenidos que puedan intercambiar en el seno familiar. Vale decir, debe ampliar su espacio de comunicación, concediéndole un lugar prominente entre todas sus actividades. Debe cambiar violencia por reflexión, agresión por entendimiento, imposición por argumentación.

La investigación ha revelado, cada día con mayor cuantía, la importancia del contacto afectivo en el estímulo de la conducta e inteligencia “sensorial” humana. Se ha verificado en la temprana infancia, incluso en la etapa prenatal, la influencia beneficiosa de la estimulación precoz en el despertar de la inteligencia del ser humano, que responde al tacto y sonido desde el vientre de la madre y que reconoce las voces de sus familiares y personas cercanas con increíble sensibilidad y tino.

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