Opinión Nacional

La juventud y el poder político

El forcejeo de la juventud por copar posiciones en los centros de poder político, es tan añejo como cuando el hombre se hizo gregario. Así, nada de sorprendente ni de reprobable ha de tener el que jóvenes, con formación académica y liderazgo forjado en desigual lucha por la recuperación del Estado de Derecho, aspiren figurar en las listas de candidatos a la Asamblea Nacional.

Tampoco asesina el futuro de la patria el que los menos jóvenes, con equiparables formación y liderazgo, sin mácula en sus hojas de servicio y con experiencia y habilidades políticas no despreciables, hagan uso de de sus capacidades de experimentados operadores en procura de puestos salidores. De manera tal que ningún aspirante puede ser descalificado con los vanos argumentos de la inmadurez o de las ambiciones desmedidas.

Quienes hemos participado en esas lides debemos sentirnos felices y orgullosos. Se está reeditando, dentro del arco iris de la oposición, el accionar democrático, en momentos difíciles para la República y sus instituciones, y ello significa el triunfo del Sistema Democrático, de esa muralla conceptual que ha dificultado la marcha triunfal del totalitarismo al cual, en un futuro muy próximo, la nación dirá: ¡hasta aquí llegaste, criminal!

Por supuesto que antes, ahora y después existirán quienes, como en el futbol, jueguen posiciones adelantadas. Son “jóvenes” pasaditos de edad y que han saboreado las mieles del poder los que, con sus innegables liderazgo y carga de frustraciones, atiborran de angustia a los menos experimentados y a los independientes.

En tiempos de la llamada IV República el debate, para la confección de listas de representación parlamentaria, se dio con apego a un baremo en el cual primó: la identificación ideológica, el nivel intelectual, la representatividad y la ética. Hoy copa la escena un debate similar, con las naturales diferencias de forma impuestas por el tiempo. Pero por tratarse de un componente social que aporta frescura y la necesaria irreverencia en el debate, la legitimidad de sus aspiraciones es definitivamente incuestionable. Esa cualidad impone dar peso a la equidad.

Lo preocupante es la injustificada alharaca de líderes reconocidos, exitosos y pasaditos de edad, con apalancamiento financiero que facilita el acceso a los medios, dedicados a rechazar cuanto acuerdo es aprobado por la Mesa de la Unidad Democrática que no se acomode a sus particulares intereses, como es el caso de Leopoldo López, Julio Borges y Enrique Mendoza, cuya impertinencia podría dar al traste con fundadas perspectivas del restablecimiento del Estado de Derecho.

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