La inteligente mentira de Maduro
La campaña electoral ya arrancó. El presidente impuesto por los formalismos de Luisa Morales está en campaña, desde la fiesta de lanzamiento del 10 de enero. Por supuesto, como corresponde a toda campaña oficialista que se respete, ya comenzó a mentir. Y en una de esas declaraciones para la historia de la burlesca política, tan propias de su antecesor, ha declarado que los altísimos índices de inseguridad y violencia en nuestro país son culpa de las películas y series de televisión «imperialistas».
Es entendible, y hasta inteligente, la mentira del actual presidente. A sabiendas que la inseguridad es de lejos el principal problema que registran las encuestas en Venezuela, se apresura a evitar –siguiendo el ejemplo de su antecesor– que la gente haga cualquier asociación causal de la violencia desatada en nuestro país con su persona como presidente o con la de la oligarquía gobernante de los últimos 15 años. Para los reflejos condicionados de la actual clase política en el poder, es mucho menos importante resolver tan cruento problema que ver cómo se evita que la sangría que hoy recorre las calles de Venezuela tenga impacto electoral negativo en sus pretensiones de eterno continuismo.
La inseguridad y la violencia son ciertamente fenómenos multicausales, en cuya génesis y mantenimiento concurren una gran cantidad de factores, entre los cuales es posible mencionar la alta densidad poblacional urbana, el mercado de la droga, la desordenada urbanización de nuestras ciudades, el consumo de alcohol, el incremento de armas de fuego entre la población, la mayor cantidad de aspiraciones al lado de una menor capacidad para satisfacerlas, el menor control por parte de las familias, la cultura de la masculinidad y el machismo, y una tendencia generalizada al hedonismo y a la satisfacción inmediata de necesidades.
Pero en esta multicausalidad de factores no todos tienen el mismo peso explicativo. De hecho, existen unas causas de naturaleza política coyuntural asociadas con la larga administración chavecista. Entre ellas, mencionemos solamente tres: 1) La altísima impunidad. Según cifras del propio Estado venezolano, menos del 4% de los delitos que ocurren a diario en Venezuela son castigados. En consecuencia, no hay razones para no delinquir, porque el mecanismo de disuasión conductual que son las sanciones no existe: el delincuente sabe que no va a ser castigado, y que si es apresado, las palancas políticas y económicas funcionan. Resolver el problema pasaría por una revisión profunda del sistema judicial, dándole independencia, estabilidad y descentralización, pero ninguna de estas cosas es posible bajo la actual administración, porque significaría perder el control político sobre el sistema judicial, uno de los pilares de continuidad del régimen.
2) El cultivo y reforzamiento de la polarización. Ya se ha explicado en otras ocasiones que existe una demostrada relación entre la polarización política y la criminalidad, porque una sociedad polarizada tiende a ser menos cohesionada, menos sólida, y en consecuencia presenta un mayor nivel de inestabilidad social, una de cuyas manifestaciones típicas es la violencia generalizada y el aumento de la inseguridad y la criminalidad. De este modo, la polarización –estrategia central en el modelo chavecista– no sólo erosiona las bases de confianza y convivencia mínimas para el funcionamiento social, sino que termina provocando, indefectiblemente, mayores niveles de conflictividad y violencia.
3) El modelaje del discurso: a imitación de su máximo líder, el gobierno mantiene desde hace 15 años un discurso que en el fondo es un intento de idealización fascista de la violencia como forma de expresión y participación política, y con esto destruye la necesaria sanción moral y cultural que se debe a toda forma de agresión.
Este discurso moralmente legitimador de la violencia, caracterizado por la recurrencia permanente a la figura de las armas, la primacía de adjetivos descalificadores en el lenguaje, y la incitación al odio, es a su vez consecuencia de un estilo personal incapaz de reconocer y administrar las diferencias, caracterizado por evidentes dificultades para controlar la propia emocionalidad y de una concepción primitiva de la política, según la cual ésta es una relación dicotómica entre 2 polos que mantienen una dinámica de «suma cero», según la cual el avance o triunfo de uno es a costa de la desaparición del otro.
Son factores como éstos los que permiten demostrar cómo los demonios de la inseguridad y la delincuencia desatados en nuestro país son consustanciales con la administración chavecista, y no consecuencia de ninguna peliculita de Hollywood. Con razón la expresión de un vecino de la comunidad en medio de una Asamblea de Ciudadanos en Antímano: «¡lo que pasa, hermano, es que con Chávez manda el hampa!». Me temo que dentro de poco dirán lo mismo de Maduro. No en balde –a decir del TSJ– hay continuidad de gobierno.
@angeloropeza182