La Iglesia versus Pudreval
El teniente coronel está logrando salirse con la suya. El inmenso escándalo alrededor de Pudreval y la crisis eléctrica, que lo han enloquecido durante las últimas semanas, ya no aparecen en las primeras páginas de los periódicos y, en algunos casos, ni siquiera figuran como noticias relevantes. Los estrategas de la sala situacional levantan todos los días nuevas polvaredas sobre episodios, reales o ficticios, que atraen la atención de los medios informativos. Un día reviven la hipótesis del magnicidio y al poco rato capturan a un potencial asesino -de apellido Chávez, por cierto- a quien deportan hacia Cuba sin siquiera haberlo interrogado. ¡Vaya policía eficiente! Luego le libran orden de captura a Alejandro Peña Esclusa, quien supuestamente pertenece a una compleja red de conspiradores y terroristas, ante la cual Al Qaeda se queda en escarpines; al “extremista” lo atrapan in fraganti en su casa con un arsenal de chinas y cerbatanas; su peligrosidad es evidente: intenta desatar la guerra asimétrica.
Frente al fracaso de esas maniobras de tan baja estofa, el comandante se ha cebado con la Iglesia Católica. Aquí sí ha tenido éxito. A pesar de que se trata de un giro táctico distraccionista, no hay duda de que la desmesura de los ataques al cardenal Jorge Urosa Savino han preocupado, con razón, a buena parte del país. Traigo a cuento la conseja de Woody Allen: el hecho de que yo sea paranoico, no quiere decir que no me persigan. El hecho de que resulte evidente que las agresiones al Arzobispo buscan el objetivo de disminuir el tamaño del tumor de Pudreval y proteger a los delfines del Presidente –especialmente al destructor de PDVSA, Rafael Ramírez- del ojo escrutador de la opinión pública, esto de ningún modo quiere decir que la nación deba permanecer indiferente ante esas embestidas del caudillo. La solidaridad con la Iglesia es importante, entre muchas razones, porque el Cardenal tiene razón: el gobierno quiere llevar al país por el camino del totalitarismo comunista.
Se nota que los embates contra el Cardenal fueron orquestados. Forman parte de una política. Luego de los excesos de Chávez en la Asamblea Nacional el 5 de julio, en los que denigró de Urosa Savino, continuó una arremetida bien acoplada. El teniente coronel poco después utilizó el patio de la Academia Militar para golpear otra vez al prelado, con lo cual no sólo vejó a la jerarquía eclesiástica y a los fieles católicos, sino que también ofendió a las Fuerzas Armadas, involucradas en un conflicto que en nada les atañe; fue este un acto inmoral. Más tarde vinieron las declaraciones del Tribunal Supremo de Justicia, de la Fiscal General de la República, de la Defensora del Pueblo, de la Presidenta de la Asamblea Nacional y de los diputados del PSUV. Los máximos representantes de estas instituciones denostaron al Cardenal. Obedecieron como amanuenses la orden de Miraflores. Muy mal parada quedó en este episodio la autonomía de los poderes. Ni siquiera por sindéresis los representantes de esas ramas del poder público llamaron a la moderación y al entendimiento entre el Ejecutivo y la Iglesia, dos instituciones esenciales para el país. El carácter autocrático y caudilllesco del régimen se mostró en la forma de caricatura.
El sainete montado por el jefe de Estado fue desmontado con inteligencia y sutileza por el Cardenal y el resto de los obispos de la Conferencia Episcopal Venezolana. El cardenal Urosa se ha mantenido firme y respetuoso, a la vez. Venezuela avanza hacia el comunismo, ha repetido; los problemas fundamentales de la nación no son los que conciernen a los desencuentros entre la Iglesia y el Gobierno, sino esos que afectan a las grandes mayorías (inseguridad, desabastecimiento, corrupción, inflación, precariedad de los servicios públicos); el 26 de septiembre el país tiene una cita crucial: las elecciones legislativas; ese día debe pronunciarse de forma categórica sobre la gestión del Ejecutivo.
Hasta monseñor Mario Moronta, tan inclinado a coquetear con el chavismo y con ideologías atrasadas y autoritarias, puso a Chávez en su sitio. Con refinamiento de político curtido lo regañó: ocúpese de cumplir con sus obligaciones y deje que la Iglesia resuelva de forma autónoma los asuntos que le competen. Su lealtad a la autoridad del Urosa Savino fue importante para disipar las dudas sobre supuestos conflictos en la cúpula del poder eclesiástico.
Los pastores de la Iglesia Católica le han dado una lección de política democrática al autócrata.