¡La Histeria me absolverá!
Hay frases de frases, conductas de conductas: unas son heroicas, otras temerosas. Ganar perdiendo no lo quiere nadie. Perder ganando menos todavía. Asistimos los bolivarianos súbditos, encadenados, a una constante verborrea superior que intenta explicar lo ya sabido y lo ya visto. Que no se obtuvieron los objetivos es pan comido, realidad electoral que nadie cuestiona. El por ahora tiene visos de más nunca.
Pierde la calma el que comanda, se sulfura y vomita fuego que quisiera eterno, se baña de improperios porque la popularidad ya no lo cobija. Grita amenazas, escupe insultos y se desgañita incontinente, acusa a diestra y siniestra para defenderse de lo que lo vulnera de frente; la anunciada Isla Borracha es un destino preludiado y vigente. Sus más cercanos preparan mochilas para ejercer el humano recurso de la supervivencia, más de uno, antes solidario, se solaza de su exilio, desea intensamente estar lejos de ese menguado volcán que no lacera, de ese dominado huracán que se torna lentamente en tormenta tropical.
Sudado, angustiado, frustrado, vencido en su orgullo, decepcionado, traicionado, inmodesto, farfullero, amedrentado, lloroso y sentimental, sabedor de que no lo quieren, de que están dejando de quererlo, desliza una lágrima furtiva por el micrófono candente y encendido, mientras más tarde – a moco tendido – llora en la soledad de su palacio solariego.
Para la eternidad deseada y no previsible, remedando a su mentor, parodiando a su menguado consejero, el Comandante en su laberinto acuña la frase celebre, la sentencia capital:
La Histeria me absolverá!