La herencia
. El saldo lo dirá la historia, pero no existe la menor duda de que los próximos meses las omisiones y posposiciones del pasado se convertirán en un duro golpe al bolsillo de los venezolanos. Esta será la herencia económica que tendrá el gobierno actual, electo o designado, de su predecesor.
No importa qué tanto evoquen el intento de exhibir una herencia distinta. Una épica, ornamentada en forma de grandes batallas y de directrices que nunca fueron debidamente escritas, desde la cual se pretende perpetuar un legado, pero que difícilmente resistirá la erosión de nuestra vida pública haciéndola efímera y ajena.
Quién diría que, a escasísimos días, varios miles de compatriotas cambiarían sus preferencias (por no decir sus lealtades) y protagonizarían un estrechísimo margen que hoy tiene a la opción perdedora sintiéndose ganadora y a la otra triunfante cargando con una derrota.
Pero no sólo de lo bueno se nutren las leyendas. Las mañas también se heredan. Ya comenzó la campaña gubernamental de tratar de convertir los efectos del ajuste económico, ese que comenzó el gobierno itinerante en sus primeros días, en una mezcla de sabotaje económico que cohabita con la charada del energético.
En otras palabras, están tratando de transformar sus propias culpas e irresponsabilidades en malvadas acciones de los enemigos de siempre.
De poco valieron las observaciones y alertas que se hicieron, desde la acera contraria, para evidenciar la inviabilidad del modelo socialista petrolero importador, como podría calificarse este enrevesado intento de acabar con la burguesía nacional conspiradora, una vez que la renta tocara techo, hasta finalmente caer, por la sola razón de que estaba excesivamente alta.
El reloj político fue demasiado determinante como para detener el corrimiento de arruga y la profundización de los desequilibrios. A la fecha de hoy parece que ningún precio del dólar es suficiente para mejorar la balanza de pagos, ninguna reducción de gasto puede colocar el déficit fiscal en un nivel manejable, y no hay forma de corregir de un plumazo el precio al que debe venderse la gasolina en el mercado interno para al menos cubrir los costos de su producción.
El padre «vendió la vaca» para darles la leche a los hijos, sería una forma castiza de describir lo que nos ha sucedido. No habiendo más animales en la granja, parece que toca decir la verdad o, al menos, actuar con heterodoxa arrogancia, sin declarar el origen de los males presentes.
La intolerancia, el desconocimiento del otro, la insistencia en la polarización, el descrédito y hasta la arrogancia son varios de los documentos que contiene el folio del testamento. Algunas no poco valiosas oportunidades también nos han dejado estos años. La revalorización de lo social, el interés por lo público, la participación ciudadana, la incorporación (aunque fuese mediada y politizada) de los excluidos, son realidades que llegaron para quedarse y que alimentan el nuevo liderazgo de la Venezuela emergente.
La herencia tiene un saldo, aunque mejor sería detenerse en sus componentes. Esa cuenta, en definitiva y para todo análisis objetivo, siempre quedará con la duda de si fue necesario tanto mal, para que arrojara tan poco bien