Opinión Nacional

La guerra ya empezó

El mundo tiembla hoy, según la sensibilidad de la consciencia, por los crímenes del hombre contra la naturaleza. Los cometidos contra el hombre nos parecen travesuras. Las guerras, las dos últimas mundiales, y las que siguieron, aún mas temerarias, mas crueles, con mayor tecnología, sabiduría y malas intenciones, como las que antecedieron, guerras de años, de inquisiciones, de dominación, resultan datos estadísticos intrascendentes, salvo que se trate de los muertos judíos, que gracias a ellos y a Jehová, (Yahvé) tienen dolientes hasta el fin de los siglos y los que de allí en adelante comenzarán, será una nueva vida, felices, sin preocupaciones de espacio ni tiempos ni mercado porque su Dios, el mismo mío, se encargará de darles el lugar adecuado de pueblo escogido. Y así será, pues, a pesar de que el Infierno había desaparecido como castigo eterno, el Papa actual, Joseph Ratzinger, lo reivindica, sin tomar alguna otra consideración que su muy aferrada, acerada y fuerte dogmática, que constituye uno de los mayores aportes de la teología del pasado siglo, que es el mismo de todos los tiempos, incluido el futuro, si se trata de estos complejos temas de los cuales él, sacerdote, obispo, cardenal, papa, sabe tanto, como el que más de ayer. Empero, este espinoso asunto teológico debiera ser pensado de otro modo, sin que en ello haya herejía alguna de mi parte: que sería del infierno con Caligula, Hitler, Stalin, Hefner, alma pater y mater de Playboy, Agripina, pero, ¡como será sin ellos y sin ellas! Se que faltan muchos en la lista, no se si cabría allí mi presidente, Hugo, el Sr. Fidel, el jefe del neoimperio, Bush…y todos los que pudo incluir Dante en ese tractatus estético teológico, tal cual es La Divina Comedia. Probablemente el verdadero castigo sea tenerlos juntos, en algunos casos, o premio en otros, mucho más allá de la absoluta ausencia de Dios. Tampoco se de mi destino, pero tan insignificante soy que quizá, por mi pobreza de espíritu y la otra, vaya a lugares mejores, peores, o a ninguno. Este lugar, ninguno, es espacio sin tiempo y sin espacio, pero debe existir.

Esta guerra que viene que será definitiva, última, la destrucción final, es por agua. Será la peor guerra que jamás existió. Nos moriremos de sed, quiero decir se morirán de sed los sobremuertos, que así se llamará a los sobrevivientes. Se morirán ahogados de sed todos: las plantas, los animales, los humanos, si así distinguir se puede eso que queda. Esta guerra, por el agua, será más y mayor de todas las condenas. Morirse en la hoguera, puede ser ardoroso, como en efecto, pero es casi instantáneo el tiempo necesario para cambiar de estatus. Mártir primero, santo luego, puede serse según sea la maldad de los autores intelectuales, que suelen ser piadosos. La crueldad la dan a los verdugos. Ahorcado, es también cosa de unos pocos segundos y dicen que aun se tiene el placer de vivir el último orgasmo, que se lleva como regalo de la muerte para la espera ágil de la resurrección. La decapitación, la silla eléctrica, nada es comparable. No ha faltado quien espera la muerte con cinismo extremo y también sobraron quienes allí quedaron por las virtudes de la ciega justicia, que justos tantos tiene a cuestas y a cuentas sin disculpas ni actos de constricción ni arrepentimiento tímido. Morirse de sed es algo muy distinto. La tierra se reseca, se abre en pedazos hasta brotar de sus entrañas su último aliento de tormentoso fuego, vaho del infierno. Los árboles crujen y se oye a lo lejos las explosiones de sus alaridos, última esperanza de ser socorridos. Empieza la sequedad en la lengua, luego, viaja lenta pero muy cruel para beberse a su propia víctima, chupando hasta la última gota de sangre, sudor, lágrimas y un sabor seco a hiel, trago vació lleno de amargo desespero sin frenos. Se reseca el alma en ese viaje. No hay tiempo ni lugar para el amor, no hay tiempo ni lugar para la historia bella de cuanto quedar dejó de hacerse. Nada está en la memoria, nada hay en la conciencia, todo se destruye hasta hacerse cenizas ineptas inaptas para emprender vuelo. Fue la sed y no otra cosa la que hizo exclamar a Jesucristo: “Padre, por qué me has abandonado”.

Las guerras de antes y de siempre tuvieron motivos. Se dijo que eran justas aquellas para alcanzar o no perder la libertad, así dijeron y así quedo establecido, a pesar de su inevitable crueldad. Las injustas, todas fueron, todas, sin que quede una afuera, las que emprendió el poder para extenderse y mejor dominar, y hacer de la libertad su esclava o sierva. La de Troya por el rapto de Helena, la de cualquiera otra parte por cualquier tontería que la verdad esconde. El asesinato de un archiduque, o el rescate de las reliquias santas, como quien da ejemplos. Las buenas, las únicas, las que sembraron vida, batallas de amor fueron, campos de flores son, evoco libre en mis recuerdos la sublimad de Góngora y Calderón. Todas las otras, todas, fueron feas, batallas de odio, campos de terror. Pero las cosas de hoy muy peores son. Los canadienses buenos, que aman la libertad de su existencia, palidecen y tiemblan de pánico y terror por saber que alguna vez más cercana de cuanto todos piensan, su vecino, invadirá sus suelos para despojarlos del agua. A Brasil, Paraguay, Argentina ofrecen, por ahora, comprarles el subsuelo, dicen que allí anida y lecho tienen las mayores reservas de aguas dulces, serenas y tranquilas de la tierra. La China colma sus Tres Gargantas para que el avío pueda calmar la sed de su carrera, que aún no se sabe a donde llegar puede, desenfrenados a donde sin saber se dirigen. Otos, los menos, acarician a sus Aguas, para beberlas sin avaricia, pero con el mismo miedo de perderlas… y así y así…crece la sed.

Pero mi país, este país, en este mundo extraño que ahora es la tierra, es la más dulce aberración que en este mundo vive. Las gargantas se secan muriéndose escuchando correr al Orinoco, rugir al Caroní, lanzarse en aventuras desde los más altos cerros, el Churumerú; desbarrancarse El Chama, El Escalante y el resto de ríos chiquitos, pequeños y grandes de Los Andes y de todas partes, de Guayana, Oriente, el centro, el llano, e inconmovibles se les ve ahogarse en las excretas, deliberadamente vertidas para asesinarlos, tal también, los Lagos de Valencia, Maracaibo y todas las lagunas las grandes y las chicas se quedaron sin libido, porque nadie, gobiernos y oposiciones, clérigos y ateos, santeros y científicos, demás brujos de las postmodernidad, reaccionarios y conservadores, oligarcas y pueblo llano, burguesía, aristocracia o cualquier sustantivo que brote del cerebro de Chávez y otros secuaces suyos digan, no se da importancia a la vida, y, como si fuéramos mexicanos, vivimos la idea-maña de que “vida no vale nada, no vale nada la vida” y, por eso, felices se van de su tierra para encontrarse con la muerte al Norte. Y no se equivocan quienes afirmaron para siempre que el agua es la vida, su causa, su existencia y su futuro.

Pero como Maracaibo es la Primera ciudad de Venezuela, dice ufano su catire alcalde, lo gritan sin recato las mejores gaitas, que van más allá de toda timidez, pero sin la hipocresía de la falsa humildad, Maracaibo es mejor que todo eso, la primera de Venezuela, también de América, y de la bolita der mundo. Pero si bien no es poca cosa ser tan bella, que deja ante ella en asombro de vergüenza colmadas a París, Praga, Roma, Buenos Aires, Montevideo, San Francisco, Venecia, Florencia, Toledo, Granada, meras aldeas, testimonios de tiempos ya idos, como sería si tuviese Maracaibo agua, cloacas, transporte, gas, sistema eléctrico sin apagones …y una minguita de seguridad.

Cosas buenas tenemos, qué decir, las mejores del mundo. Un Metro que mide en milímetros su trayecto, pero recorre sin embargo espacios abiertos intocables por la ley de la gravedad, del Varillal hasta Venus. De la tierra al cielo. La Cañada de Morillo, donde se señorea la muerte y sus demás colegas y vecinas, son la vergüenza de los canales de Ámsterdam, así como avenidas tan largas y tan bellas que La Quinta Avenida de NY es asquerosa cosa del imperio, y las nuestras, unas incluso, van del Primero de Mayo hasta Cinco de Julio, y hay que ver la distancia que hay entre tanto tiempo, así gateando sea su recorrido. Nuestra reafirmación de ser la primera ciudad del Venezuela, El Caribe, América, el mundo se contempla mejor, como arrobados por la mística de ver a Dios tan cerca, de saberlo allí huésped de La Chinita, cuando nos desplazamos en un por puesto, en donde se alcanza la más alta belleza socialista y paseamos alrededor del lago con los ojos vendados para poder ver mejor la belleza interior de nosotros mismos, altar de nuestro ego…
Y nuestra originalidad es concluyente, aleccionadora. En cada casa, edificios de apartamentos, urbanizaciones y villas, para la creación de la armonía, la paz, la felicidad, en fin, entre vecinos, se instala en cada espacio de estos y otros, una, dos, tres cuatro bombas, de caballos y yeguas a la vez, que se pegan a los tubos madre para evitar la intensidad de la sequía perenne y al lograrlo, alcanzamos se impida la sequedad del alma, su miseria, pues, al bañarnos y excretar sin penas, preservamos el alma de toda envidia por la cosa ajena y curamos al vecindario de las impúdicas hecencias. Así somos en esta primera ciudad de la galaxia, si pueblos en otras partes de ella hubiere alguno. No es la guerra a muerte declarada en proclama. Es la batalla de la solidaridad en el reparto del aire que traen las tuberías como testimonio del amor que nos anima a compartir la vida, en donde todos dueños somos de nada y ésta de propiedad social es, por encima de los negros intereses egoístas de las sociedades que en el Imperio desde Roma hasta urbes inmensas de esta era de salvaje capitalismo, aguas tienen para beber, comer, defecar… y dormir.

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