La guerra sucia
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Una de las consecuencias más nefastas de la polarización política que vive Venezuela es la negación de las fallas del bando propio. Es decir, en razón de defender una posición frente al desgobierno chavista o a favor de éste, se ocultan la corrupción y las equivocaciones de cada polo.
Es un chantaje de la peor calaña exigir silencio ante los corruptos de la oposición bajo el argumento de que si se denuncian se le hace un favor al chavismo. Nunca he creido en tal manipulación. Si quienes estamos en la oposición queremos cambiar este país, debemos deslastrarnos de los corruptos protagonistas de este lado.
Si no lo hacemos así, no estaríamos haciendo otra cosa que actuar como chavistas. Y no habríamos aprendido nada, en estos diez años. La llamada Cuarta República estaría vivita y coleando en cuanto a cabronería con los robos al Estado.
Ahí está el caso de las denuncias del célebre Tascón, mandadero de Chávez para publicar la lista negra de quienes firmamos por el Revocatorio presidencial de 2004. Sin que se investigue su denuncia sobre un evidente sobreprecio en una compra de vehículos rústicos hecha por el ministro de MINFRA de entonces, hermano del que ha llamado Cháves “qué bello es”, ha sido expulsado del naciente PSUV, partido de los seguidores o adoradores de Hugo Chávez,
El argumento para expulsar al diputado tachirense es que “ha dado armas al enemigo”. Un chantaje a todos los chavistas. “Quien se mueva no sale en la foto”, dicen en España. Quien denuncie la corrupción y a los ladrones será puesto a un lado, defenestrado de las mieles del poder.
En estos años los opositores que tenemos acceso a los medios muchas veces hemos tenido que mirar para otro lado, ante gestiones de alcaldes y gobernadores de oposición nefastas, ineficientes o corruptas. Todo sea por la bendita polarización política. Primero muertos que reconocer a un corrupto o a un incapaz nuestros.
Y ellos lo saben. Quienes han ejercido con torpeza o mala intención cargos públicos con el signo de la disidencia saben que han gozado de un manto de impunidad en cuanto a la sanción moral de los correlegionarios. Actúan, a veces hasta con desfachatez, porque pueden aducir el chantaje de oro: “Si me atacas, le estás dando armas al chavismo”.
Es la resurrección de aquella “solidaridad autómatica”, también cuartorrepublicana. Si eres de mi partido o de mi bando te defiendo sin estudiar los argumentos de quien te ataca. Si no, sería “dar armas al enemigo”.
Con ese talante moral no se podrá reconstruir el país. Siguiendo los pasos del corrupto chavismo, donde es más importante ser pariente del Presidente que preparado y honesto, no alcanzaremos reconstruir un Estado medianamente decente.
De vez en cuando el debate político cae en las alusiones personales sobre la actuación de los antiguos o actuales funcionarios. Entonces aparecen las voces plañideras, hijas predilectas de la polarización política. La calificación que se hace a este tipo de argumentación es facilona: “Guerra sucia” gritan las vestales.
Guerra sucia es no respetar las reglas de juego acordadas, usar ventajas ilegítimas, ocultar información que debería publicarse para todos, etc. Guerra sucia no constituye la denuncia de hechos de corrupción. Y mucho menos la crítica a actuaciones del pasado de un contrincante.
La verdad nunca es sucia, simplemente es la verdad. Y si hay candidatos con rabo de paja y techo de cristal, deben saber que es legítimo y hasta necesario que sus adversarios circunstanciales, en el mismo campo opositor, señalen sus negociados, sus incoherencias y sus errores.
Por ejemplo, ¿Es guerra sucia recordar la pésima administración de los recursos estadales que hizo algún candidato? ¿Es sucio mostrar el fraccionamiento ilegal de contratos? ¿Constituye una bajeza recordar el nepotismo practicado por un ex Gobernador? ¿Es inmoral nombrar a William Fajardo, narcotraficante preso en La Pica (Monagas), financista de un candidato a goberndor de Mérida en 1989?
Y como esas, se pueden hacer decenas de preguntas. Lo que está en juego en las próximas eleciones regionales y locales no son las meras posiciones de poder, sino conseguir que quienes seamos candidatos nos convirtamos en una garantía de lucha contra la corrupción.
Ladrón que robó, seguirá robando. Y dan ganas de vomitar al ver a quienes imitan a los peronistas cuando decían: ¡Perón, aunque sea ladrón!
En esa de cinismo yo no me anoto. Si la oposición quiere crecer, lo tiene que hacer en votos pero también en decencia