La guerra de Chávez contra Alejandro Sanz
Como el cantautor español, Alejandro Sanz, dijo por allá en el 2004 que no le gustaba Chávez, entonces el líder máximo de la revolución continental y mundial, y futuro presidente vitalicio de la República Bolivariana de Venezuela, entró en cólera, tocó a arrebato, y dio órdenes al Ejército Nacional “Forjador de Libertades”, a la milicia y la reserva bolivarianas y socialistas para que pusieran rodilla en tierra, contraatacaran y no permitieran que Sanz volviera a cantar en ninguna de las instalaciones que Chávez le ha confiscado al pueblo venezolano y usa solo para celebrar los autos de fe que llama mitines, asambleas, reuniones o concentraciones revolucionarias.
La oportunidad llegó 3 años después cuando la empresa Evenpro contrató al cantante para dar un concierto en El Poliedro de Caracas a comienzos noviembre y el comandante en jefe, recordando el juramento de Bolívar en el Monte Sacro, y el suyo propio en el Samán de Guere, hizo saber por intermedio de su ministro de Educación, Luís Acuña, que “primero muerto antes que un descendiente de los conquistadores españoles, golpista y provocador, hollara el sagrado suelo del coso de La Rinconada”.
Celo que no puede resultar más ridículo por lo peregrino y traspapelado, ya que si hay una edificación en Caracas a la cual identificar con el puntofijismo y los 40 años de democracia, pues esa es El Poliedro, obra magna del período del presidente Rafael Caldera, que ciertamente la construyó para que el pueblo tuviera acceso a un teatro moderno, masivo y funcional y no para que un pichón de dictador se fajara a hablar día y noche, en cadenas de radio y televisión que pueden durar hasta 8 horas, contra la democracia, sus líderes y sus gobiernos.
Espectáculo que también vemos a diario desde la eficiencia arquitectónica del Teatro Teresa Carreño, construida durante el gobierno del presidente, Luís Herrera, para que el pueblo se acercara a las culturas, a todas las culturas, y no para que un exaltado, resentido y redentor promoviera el odio, la división y el rencor.
En otras palabras, que en 8 años de gobierno, Chávez ni siquiera ha construido un galpón donde reunirse con los suyos y debe pasar por la vergüenza de hablar de los 40 años perdidos, hablando justamente desde instalaciones que demuestran lo contrario.
De todas maneras, una prohibición contra Sanz conmovedora por lo inútil, y cómica por lo banal, pues habría que ver lo fácil que resulta procurarse por Internet las copias de los discos y de los conciertos del autor de “Corazón partío” y “Aprendiz”, pero en absoluto de extrañar en un gobierno tan retro y analógico, que ha ido a endeudarse con otro gobierno retro analógico como el de Cuba, para que le alquile consignas y slogans de hace 40 años para movilizar a las masas.
Aún más: Si revisáramos en un mes o semanas el comportamiento de las cotizaciones de Sanz en el corazón del público de todos los continentes, notaríamos que se han ido por las nubes, que como nunca se venden sus discos, entradas para conciertos, se cantan sus canciones y consultan sus páginas web y todo por obra y gracias a unos retros del tercermundismo de hace medio siglo que no aprenden que la victimización es el mejor camino para hacer ídolos.
Chávez lo fue una vez y ganó puntos en eso de agredir pero pasar después como agredido y desde la indefensión de David retar y vencer a unos Goliat que no eran tales, puestos que ellos mismos le quitaron la onda y se la pusieron al cuello.
No es el caso del comandante en jefe, quien ha hecho saber al David español por intermedio de su ministro de Educación, Acuña, que este es el primer aviso, porque después vendrá la cárcel.
Porque, por si Alejandro Sanz no lo sabe, Chávez se está haciendo aprobar por un congreso de su propiedad, una reforma constitucional de su puño y letra, una que no consultó ni con su almohada, y con la que pretende hacerse coronar presidente vitalicio, cambiar la estructura territorial del país, ser el dador y confiscador de la propiedad, poner los nombres a las personas y llamar a la guerra al pueblo, al Ejército, la reserva y la milicia cada vez que un Alejandro Sanz cualquiera se le ocurra decir que “no le gusta Chávez”.
De modo que se olviden Alejandro Sanz y sus fans de volver a reunirse en cualquier lugar de Venezuela, si es que el país decide convertirse después de diciembre en una monarquía y continuar en el zafarrancho de está revolución cuyas guerras no son contra los estados enemigos, sino contra los ciudadanos que se niegan a aceptar que Chávez puede tomarse en serio.
Revolución que no es otra cosa que el cadáver no precisamente exquisito de la revolución del siglo XX, y por tanto, circunscrita a gestos, palabras, discursos, estandartes, consignas, ritos, desfiles, ceremonias, como jirones de una idea grandiosa que a fuerza de irracionalidad, voluntarismo, caudillismo, odio, dictadura y violencia terminó convertida en la estafa más dolorosa que se ha fraguado contra la humanidad.
Al efecto yo les recordaría a los que todavía permanecen adictos de los paraísos verbales de Chávez, que se fijen, mientras el comandante en jefe llama a la guerra, y arenga a los cientos de miles de soldados y a los millones de reservistas y milicianos a que se preparen para derrotar la invasión gringa y a limpiar la América de capitalistas e imperialistas, en los cientos de tanqueros que salen día a día de los puertos venezolanos a trasladar el combustible con el que los aviones de combate y las naves de guerra norteamericanos cuidan la salud del imperio que falsamente Chávez y los chavistas dicen odiar y combatir.
Emblemas de un feroz comercio internacional por el que Venezuela es también uno de los grandes clientes de la economía capitalista mundial y global, con sus gigantescas compras de armas en Rusia, alimentos en Sudamérica, maquinaria industrial y agrícola en China, vehículos automotor en Norteamerica y Japón, y bebidas alcohólicas en España, Francia y Escocia.
Una suma en productos importados que el año pasado alcanzó los 35 mil millones de dólares y este año ya se aproxima a los 50 mil, en una demostración de dependencia y entrega al intercambio neocolonial, como quizá no se vió siquiera durante la corona española.
Y todo sin contabilizar los gastos en importación de la ideología marxista, stalinista y fundamentalista, que empaquetada en Cuba, Irán y Corea Norte, no solamente le está significando a los venezolanos egresos responsables de un déficit que hace inevitable que el país se tropiece dentro de poco con una hiperinflación, sino igualmente del regreso a los tiempos oscuros en que en Rusia, China y Cuba se necesitaba un permiso del jefe y el partido hasta para cantar.
El mismo jefe y el mismo partido, en fin, que no ha dejado cantar a Alejandro Sanz en El Poliedro de Caracas y todo porque dijo en el 2004 que definitivamente no le gusta la dictadura, el control, la intolerancia, la exclusión y el totalitarismo.
O sea, Chávez.