Opinión Nacional

La grandilocuencia del atraso

1.La sencillez del Poder

El lamentable espectáculo que el país presenció el pasado 5 de julio en la avenida Los Próceres muestra cómo, a medida que nos hundimos cada vez más en el subdesarrollo y el atraso, (%=Link(«/bitblioteca/hchavez/»,»Hugo Chávez»)%) aumenta los símbolos externos del Poder, otro indicio de que va en sentido contrario al curso de la Historia. También en esta esfera sus ojos apuntan, no hacia la estrella Polar, sino hacia la Cruz del Sur, tal como le confesó al periodista Walter Martínez.

Luego de la Segunda Guerra Mundial, y especialmente después del auge de la globalización, las naciones más desarrolladas del mundo realizan esfuerzos sostenidos por despojar el ejercicio del Poder, de toda esa parafernalia que lo único que hace es acentuar la separación y las diferencias entre quienes cumplen funciones de Estado o de Gobierno y los ciudadanos comunes y corrientes. En Europa, y hasta en los Estados Unidos y Japón, el Poder se ha ido desmistificando. Algunos países como España, Inglaterra y Japón tienen monarcas que cumplen funciones formales en la jerarquía del Estado. El Rey de España, la Reina de Inglaterra o el Emperador de Japón, se conservan como símbolos de la tradición cultural. Como íconos que representan el esplendor de épocas pretéritas, conservando los valores de importantes sectores de la sociedad. A su alrededor se despliega una gran pompa. Sin embargo, la capacidad de estas figuras para actuar en el ámbito gubernamental, en las decisiones que conciernen al Gobierno, son muy limitadas.

Los gobernantes propiamente tales, a quienes corresponde lidiar diariamente con la conducción de sus respectivos países, ésos que deben tomar decisiones cotidianas, suelen ser personas que se han despojado de los atuendos absolutistas del Poder. Entre los modernos estadistas ha desaparecido la grandilocuencia en el lenguaje y en la acción. Ese estilo épico, desgarrado, escatológico que permanentemente utiliza Hugo Chávez para referirse a los problemas del país y para descalificar a sus adversarios, no encaja en los patrones de la nueva forma de ejercer la política y el liderazgo. Tony Blair, por ejemplo, quien disfruta de una enorme popularidad afincada en sus dotes de intelectual brillante y carismática personalidad, se expresa y actúa en términos sencillos. Su inmensa autoridad y prestigio se fundan en la eficacia de su Gobierno y de su liderazgo que han recolocado al Partido Laborista como una fuerza de vanguardia política en Europa y que han repotenciado la alicaída economía inglesa. Lo mismo podría decirse de José María Aznar, quien recientemente fue reelegido con una cómoda mayoría (más de 60% de los votos), y, en América Latina, de Fernando Henrique Cardoso.

En Venezuela también encontramos ejemplos de sobriedad, popularidad y eficacia. Eleazar López Contreras e Isaías Medina Angarita ilustran estos casos. La parafernalia y grandilocuencia son características de regímenes de opereta, no de democracias modernas y eficientes.

2. La parada militar: un signo de autoritarismo

El desfile militar del 5 de Julio fue deplorable en muchos sentidos. Se concibió como un carnaval a destiempo. Las carrozas, las mises, las representaciones histriónicas. Todo ello coronado por el discurso pegagoso del general Manuel Rosendo, quien, más allá de la desmesura de su propia humanidad, pronunció unas palabras que ninguna relación guardan con la sobriedad que debe caracterizar a las Fuerzas Armadas y a la investidura de un oficial de su alta jerarquía.

Si apartamos los hechos anecdóticos y hasta pintorescos de la parada militar, entre los que destaca el uniforme de gala número 1 que vistieron el Presidente de la República y algunos de los oficiales que lo acompañaron, tal como lo hacía Marcos Pérez Jiménez y su comitiva (la foto de El Universal fue lapidaria), aún quedan algunos asuntos de fondo.

El primero, ya señalado por Soledad Morillo y Fausto Masó, tiene que ver con el hecho de que el 5 de julio se convirtió en una celebración militar, cuando estrictu sensu tendría que ser una fiesta civil. Quienes el 5 de julio de 1811 declararon la Independencia y Soberanía de las siete provincias que luego formaron a Venezuela, integraban un grupo de civiles que nada tenían que ver con el estamento militar de la época, que de paso representaba y protegía los intereses de la Corona española en nuestro territorio. El 5 de julio no se libró una batalla militar, sino una batalla civil. Fue ése un acto de arrojo civil. Sin embargo, la tradición caudillista y militarista del país, ahora exacerbada por Hugo Chávez, convirtieron ese día en un estandarte de la supremacía castrense. En el futuro, esta efeméride confiscada habría que restituirla a sus verdaderos propietarios.

El otro asunto importante es el del desfile militar en sí mismo. ¿Cuántos países realmente democráticos celebran su fecha patria con una parada militar? ¿Ese despliegue de fuerza –mejor dicho, de fuercita- tiene algo que ver con el ejercicio de una democracia moderna y participativa? En las democracias más avanzadas del mundo los desfiles militares han desaparecido, o sólo se realizan en circunstancias muy especiales. No forman parte de una rutina anual. En cambio en la antigua Unión Soviética, la Revolución de Octubre el Partido Comunista la celebraba (el resto del pueblo la conmemoraba) todos los años con un enorme desfile, en el que el régimen desplegaba todo su poderío militar para alertar al mundo, particularmente a los Estados Unidos, de lo que era capaz de hacer en el caso de un conflicto bélico. El Imperio daba una demostración de fuerza mundial. La movilización buscaba el efecto de amenazar y disuadir, a la vez. Algo similar ocurría en la Alemania nazi. Cada vez que el fuhrer quería mostrar su poder y la lealtad de sus tropas, organizaba una parada militar. Las democracias modernas celebran su fecha patria con fiestas civiles, no con engendros “cívico militares” como los del pasado 5 de julio.

3. Cadenas opresivas

El 5 de julio el país estuvo encadenado, una vez más, durante casi cinco horas. Las estaciones de televisión y las emisoras de radio transmitieron el desfile, sin que los venezolanos –aparte de los afortunados con acceso a la televisión por cable- tuviesen la oportunidad de escoger entre otras opciones.

Las cadenas de radio y televisión constituyen un atropello contra los ciudadanos y un abuso de poder por parte de los funcionarios del Estado. Representa una confiscación inaceptable de los derechos sociales. Ya no importa que el espectáculo sea de alta o de baja calidad. Se trata de que el Estado está secuestrando un derecho inalienable de todo ciudadano a ver en su casa o en el lugar donde se encuentre, lo que a él le interese, entre las distintas ofertas existentes.

La noción de cadena, y aquí hay que volver a la Estrella Polar, no existe en los países más desarrollados del mundo. Los Estados se abstienen de realizar cadenas, no porque en el ordenamiento jurídico no esté contemplada tal posibilidad, sino por el hecho de que se respeta el derecho de los ciudadanos y de la sociedad a ver en el monitor de televisión u oír en el receptor de ondas hertzianas, lo que a cada quien le plazca, de acuerdo con lo que ofrezcan las distintas emisoras existentes. El Estado democrático respeta la variedad de preferencias de los ciudadanos. No intenta uniformar los gustos, tal como pretenden los regímenes totalitarios.

En Venezuela, el Estado es el propietario de Venezolana de Televisión y de Radio Nacional. Los actos oficiales del Presidente de la República o de cualquier otro funcionario o institución pública, deberían ser transmitidos obligatoriamente por ese canal y por esa emisora. De esa manera, el Estado competiría con los particulares y trataría de ganar el favor popular. A esas transmisiones podrían “encadenarse “ voluntariamente las plantas o estaciones que deseen hacerlo. Imponer por mandato el encadenamiento de todo el circuito televisivo y radial en un signo de arrogancia, abuso y atropello por parte del Estado, que no debe aceptarse en una democracia, menos si ésta se autocalifica de “protagónica”.

Hugo Chávez ha hecho uso y abuso de la prerrogativa que le da al Estado la posibilidad de hacer cadenas nacionales, y que la nueva Ley de Telecomunicaciones refrenda. A tal punto hemos llegado, que hay que agradecerle al comandante que no haga cadenas diarias, y que cuando las convoque no sean demasiado largas. La excepción se ha convertido en norma. El capricho del Primer Mandatario, en rutina.

A la Defensora del Pueblo y al Fiscal General de la República les corresponde ponerle coto a este desmán de Hugo Chávez. Esas instancias del Poder Público tendrían que pronunciarse porque las cadenas sólo puedan realizarse en circunstancias muy especiales, claramente tipificadas por el Poder Ciudadano. El derecho a la información, a la recreación y a la selección, tiene que estar por encima de un Presidente, que prevalido de su poder, tortura a una colectividad indefensa.

El hecho de que estemos en medio de una recesión, no significa que estemos condenados al atraso, y que tengamos que aceptar los comportamientos típicos de las satrapías que ven hacia la Cruz del Sur.

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