Opinión Nacional

La Gavia

El domingo 21 de octubre de alguna manera murió «EL PAIS» y nació otro
«EL PAÍS» al día siguiente. Perdón, no es vicio repetitivo, si no que
también la célebre publicación de la península ibérica decidió acatar
las reglas del idioma que trasgredía en su propio nombre desde su
fundación en 1976.

En la desaparición de ese PAIS no es que se hayan encontrado armas de
destrucción masiva que justificaran la invasión de un territorio
hasta su extinción y tampoco se trata del magma de volcanes submarinos
que una vez atemperado haya creado ínsulas inéditas que dieran lugar
al nacimiento de un nuevo PAÍS. Y no es que no hayamos sido advertidos
de un advenimiento y una conclusión. Desde hace varias semanas se
anunciaba y se nos venía preparando en letras de molde para esa
especie de salto en el vacío de una re-creación, de la «invención
renovada» de algo que ya existía, pero que se consideró pertinente
innovar, esa palabreja necesaria en todo fin de ciclo, en todo término
de vida que decide someterse a un renacimiento. Confieso que me vi
sumido en la perplejidad. Con miedo a la transformación. En este caso,
al cambio de un estilo, de una manera de hacer un periódico de
difusión internacional que es un hábito de lectura cotidiana para
cientos de miles de personas (en España se calcula que se venden medio
millón de ejemplares cada día y dicho diario se publica y se
distribuye también en Latinoamérica).

Hablo de un órgano de prensa en español que se considera
ideológicamente centrado en la social democracia, con una trayectoria
de información muy significativa en la defensa de valores universales.

Ese periódico, «EL PAIS», ha decidido cambiar las reglas de juego, es
decir, el tipo, su diseño visual y el enfoque y agilidad de sus
contenidos, la manera de ofrecer al lector las «nuevas», esa manía de
trasladar el tiempo de ayer a hoy con una vigencia virtual, el famoso,
llevado y traído concepto de Actualidad. Además, y eso es una ventaja
para nosotros, la diferencia de siete horas con Europa nos permite
leer ese diario con la misma puntualidad matinal con que lo hacen al
desayunar l los españoles.

EL PAÍS es un diario que afirma preocuparse por explicar mejor y de
manera más clara la realidad y los hechos de un mundo sometido a las
violencias más extremas, las de intensidad constante en ámbitos que
van desde la paz social a la salud del planeta. Particularmente me
refería a cierto desazón por los cambios que esa lectura diaria me
produciría, porque uno se acostumbra a los patrones trazados y
cualquier ingerencia en ellos obliga a una mínima adaptación, es
decir, ya no encontraremos las mismas secciones o su orden y concepto
habrá sido invertido. No dejé tampoco de considerar un juego
fascinante asistir al fin de la «vieja» manera de editar ese fascículo
cotidiano y la nueva presentación que se originó a caballo del fin de
semana. El periódico mismo habla de algo distinto pero igual y en eso
acierta, porque las modificaciones de diseño han sido menos cruentas
de lo que esperaba. Además, creo que aún pasarán por un proceso de
aceptación o de rechazo que les hará capitular en algunas decisiones,
por ejemplo, el sentido de «columna». Una de las que leo con más
avidez, es la colaboración semanal del escritor barcelonés Eduardo
Mendoza. Hay que recordar que Mendoza cubrió la ausencia definitiva de
otro gran hombre de letras afincado en Cataluña, Manolo Vázquez
Montalbán.

Pues al autor de la imprescindible «Ciudad de los Prodigios» en el
nuevo formato lo dejaron acostado. La columna se volvió horizontal,
perdiendo con ello la configuración simbólica de elemento
arquitectónico, en este caso de palabras, que sostiene ideas, tesis,
imágenes y porqué no, sentimientos azorados por la marcha de las cosas
de hombres y mujeres. Los suplementos también han pasado por un
cuestionamiento y han sufrido modificaciones que pretenden volver más
atractivos los contenidos, aspirando a contribuir en el debate de una
agenda global en temas de ciencia, sociedad y cultura, sin dejar de
consignar la marcha de la creación española en todas las disciplinas.

«Babelia», por ejemplo, que aparece todos los sábados con reseñas de
libros y análisis de los acontecimientos más destacados en materia de
exhibiciones, conciertos, teatro, danza y arquitectura, es leído por
más de dos millones de personas cada semana, sin contar los lectores a
través del Internet.

Para que vean ustedes un ejemplo de la riqueza y de la óptica del
material que maneja un periódico que además de informar contribuye al
flujo de las ideas y al enfoque de cuestiones que preocupan de manera
universal, mencionaré que en la presentación de su primer número optó
por dar paso a una noticia de cinco columnas aparentemente de índole
local: «¿Qué nombre tiene esa enfermedad que no recuerdo?
¿Eisenhower?», en relación a la dolencia más grave de la memoria que
acaba de reconocer que le aqueja al propio político catalán Pascual
Maragall, ex presidente de la Generalitat de Cataluña, a quien traté
durante su gestión como alcalde de Barcelona, y que es nieto de uno de
los poetas más célebres en lengua catalana. Pero la noticia no paraba
en los pormenores de una dolencia de un hombre público. Además de
cubrir la noticia, el periódico publica también un artículo del propio
Maragall donde trata su propio caso de Alzheimer incipiente y se
refiere a la lucha que está dando contra una enfermedad sin mucha
esperanza de cura y su empeño en apoyar políticas públicas e
iniciativas privadas que contribuyan a paliar las consecuencia de tan
grave mal.

Bienvenidos los cambios de un diario que bien se puede autonombrar el
Periódico Global en Español; representa la lección de una empresa de
extremo rigor y entrega en uno de los oficios más bellos del mundo, el
periodístico, que linda y atraviesa confines con la literatura, en lo
que tiene su prensa de buen decir, agudeza, puntual expresión, y
corrección en el idioma.

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