Opinión Nacional

La función social de PDVSA: ¿para qué sirve?

Además de mantener las instituciones del país controladas y sometidas a su designio, Hugo Chávez las ha puesto a desempeñar tareas que no tienen nada que ver con su naturaleza y misión. Al frente de Aluminios del Caroní, C.A. puso a Carlos Lanz, quien está más preocupado por acabar con la división capitalista del trabajo -para sustituirla por la “división socialista” y crear el “hombre nuevo”, tal como predicaba el joven Marx de los Cuadernos económicos y filosóficos y de la Ideología alemana, y como mucho después propuso el Che Guevara en Cuba- que en administrar y dirigir esa importantísima empresa de acuerdo con las recomendaciones de las más modernas y eficaces técnicas gerenciales. Ahora los trabajadores de Alcasa están preparados para combatir la “invasión” del imperio y llevar adelante la cogestión, pero saben muy poco acerca de cómo lograr que esa industria compita en condiciones ventajosas exhibiendo los altos niveles de rendimiento que demanda el mercado globalizado. Lanz salió del Ministerio de Educación donde dirigía el Proyecto Educativo Nacional (PEN) hacia Alcasa, con el único propósito de transformarla en ejemplo de lo que debe ser una empresa revolucionaria y socialista del siglo XXI. A los trabajadores se les irá el tiempo en discutir quiénes ejercen los cargos supervisores y cómo se construyen las relaciones “horizontales” entre obreros, técnicos y profesionales. Alcasa será, entonces, como las empresas de la desaparecida URSS y de Europa Oriental: ineficaz, burocrática e ineficiente. Pero, eso sí, con muchos “hombres nuevos”.

Ahora bien, el caso más dramático de trastocamiento y confusión de papeles es el de Pdvsa, donde la inversión social ha crecido a un ritmo de vértigo durante el año que corre. Entre enero y marzo estaba contemplado destinar 465 millones de dólares a ese rubro, no obstante, la erogación se elevó a 850 millones de dólares; esto es, 82,8% por encima de lo previsto. ¿Se justifica que el Gobierno, a través del holding petrolero, realice un desembolso tan alto, que, de paso, no se somete a las normas de control y rendición de cuentas establecidos por la Contraloría? Sin duda que semejante suma no tiene ninguna justificación, si se le examina desde la perspectiva de la organización institucional y la separación de funciones, que deben guiar la estructura de un Estado moderno en el que prevalezca la racionalidad. Pero ese no es el caso de la Venezuela sometida a la voluntad del jefe del la “revolución bonita” (y calamitosa). Aquí todas las instituciones cumplen la misión que el autócrata les asigna, no las que corresponden a su naturaleza intrínseca.

Durante los años posteriores al derrumbe de la dictadura de Marcos Pérez Jiménez, el país vio mejorar de manera continua y notable los indicadores sociales. La educación se expandió en todos los niveles. El analfabetismo se redujo de manera sustancial, sin necesidad de importar lingüistas cubanos. La esperanza de vida se elevó gracias a las mejoras en alimentación, salud, salubridad y, en general, a la extensión de los servicios ligados a la vivienda. Se aplicaron políticas universales que llevaron bienestar y aumentaron la calidad de vida de millones de venezolanos. El desarrollo del país se concibió como progreso para la inmensa mayoría. La pobreza logró mantenerse por debajo de 20% del total de la población.

¿Cuáles instituciones planificaban y ejecutaban las políticas de desarrollo social? Pues las que por su propia naturaleza fueron creadas para que cumplieran tal fin: el Ministerio de Educación, el Ministerio de Sanidad y Asistencia Social, el Banco Obrero, además de los institutos autónomos y otros órganos de la administración central y descentralizada, creados para que sirvieran como órganos de ejecución del los proyectos del Gobierno y el Estado en esta área. La época de mayor desarrollo con equidad fue, por extraño que les parezca a los chavistas, aquella en la que la industria petrolera estaba en manos de empresas transnacionales administradas por gerentes altamente competentes, que pagaban sus impuestos y se sometían a los controles que les imponía el Estado venezolano. Ninguna empresa trasnacional se ocupaba directamente de la inversión social, o, en todo caso, lo hacía en escalas muy reducidas. Sin embargo, los impuestos y regalías que le cancelaban al Fisco nacional suministraban los recursos que servían para fomentar el desarrollo nacional y propiciar el ambiente de equidad en el que el país vivía. Después de la nacionalización, en 1976, esta doctrina, aunque con algunas variantes, orientó el trabajo del holding. La eficiencia en toda la cadena industrial se decidió mantenerla. De la inversión social tenía que ocuparse el Gobierno nacional y los gobiernos regionales. La crisis económica y social que arranca en 1978 y que, salvo breves coyunturas de auge, aún no ha culminado, no es el resultado de que la industria petrolera no haya efectuado inversiones en el área social, pues no era esta su obligación. El aumento de la pobreza, el desempleo, la informalidad, y todos los otros severos problemas sociales y económicos que existen, surgen como consecuencia de un intrincado conjunto de factores, entre los cuales hay que destacar la quiebra del Estado. Este colapso se manifestó en el deterioro de los ministerios y organismos públicos, que tenían la responsabilidad de garantizar que el gasto del Gobierno en la esfera social respondiera a planes coherentes.

Hugo Chávez en vez de dedicarse a reconstruir los despachos responsables de atender el sector social, o a crear otros en sintonía con los nuevos tiempos y las nuevas demandas, lo que hizo fue asignarle a Pdvsa funciones que no le corresponden y la desvirtúan. Mientras tanto, el aporte fiscal de la industria se reduce. En 2004 su contribución fue $16.545 millones; en 2005 será $14.546, 12% menos. Sus tasas de rendimiento han decrecido. De ser la tercera empresa petrolera más importante del mundo ha pasado a estar en el noveno lugar. La inversión social ha servido sólo para alimentar la infinita voracidad del régimen y propagar una clientela que crece sin cesar.

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