La Fortaleza Sitiada
Si “Aló, Presidente” se escucha demasiado, puede tenerse la sensación de que la “ofensiva estratégica” anunciada por Chávez está en auge; serían varias sus manifestaciones: canales de televisión a punto de ser cerrados, diarios sometidos por hambre de dólares, militares(%=Image(4088910,»R»)%)
revolucionarios unidos a los Círculos del Terror en la represión a la oposición, persecución a Carlos Ortega, secuestro de Carlos Fernández adornado de la legalidad innoble de Isaías Rodríguez. Hechos enmarcados en los horrendos asesinatos de los soldados desobedientes y de la joven vinculada a la Plaza Altamira, junto a la embestida oficial contra el Hospital de El Llanito. La revolución estaría avasalladora; los cuarteles generales de la oposición se encontrarían a punto de sucumbir, mientras los ingenuos de la Mesa de Negociación estarían confiados en las palomitas que pinta el cinismo de José Vicente Rangel cuando firma una Declaración de Paz que viola con sadismo apenas Gaviria se voltea a toser.
Frente a esa visión de desastre para la oposición es posible tener otra. Chávez, en realidad, está en una fortaleza sitiada por la inmensa mayoría del país. Cierto que se mantiene dentro de su ciudadela provisto del botín fiscal y de una porción importante de la armas de la República; tiene sus grupos de apoyo, sus bandas armadas, sus alabarderos y bufones; pero, está rodeado y asediado. Fuera del búnker está la sociedad venezolana sitiándolo; poco a poco se ha ido concentrando alrededor, ganando voluntades y provocando que muchos de los que estaban adentro del refugio hayan salido para sumarse al repudio generalizado. También es verdad que el pueblo que sitia la fortaleza no ha podido penetrar, todavía, en ella; tampoco Chávez, salvaguardado dentro de los muros, ha tenido fuerzas para romper el asedio.
Los “moderados” tienden a ver esta situación como una especie de “tablas”, en la cual el pulso entre dos bandos no se decide; sin embargo, la realidad es que hay un sector que sitia y uno que es sitiado, uno que avanza y otro que retrocede, una sociedad mayoritaria que combate contra un gobierno despótico que se refugia en la fuerza bruta. En los hechos, Chávez ha perdido la mayor parte de los apoyos estratégicos que su régimen tenía (sectores sociales, partidos e instituciones); hoy está sostenido por el tibio respaldo de un sector minoritario del país; por los Círculos del Terror, que son una pequeña y agresiva fracción armada; por algunas poderosas pero escasas unidades militares, y por el lobby internacional que el gobierno financia. Chávez está social, política e institucionalmente aislado; se mantiene porque está en una fortaleza; pero, hay que recordar, que ésa es una fortaleza asediada. Los millones de firmas recogidas le colocaron el dogal a la superchería chavista y los próceres revolucionarios deambulan aterrorizados porque tienen la confirmación irrebatible de que saldrán arrollados cuando ocurra cualquier consulta electoral.
En el sentido estratégico, el régimen perdió la iniciativa desde hace más de un año y no la ha recuperado. No ha ganado ni un nuevo apoyo desde entonces y ha perdido la mayor parte de los que constituían su poderío. La revolución se quedó en el aire; el sueño de cambio se transformó en un Estado policial, corroído por el pillaje de los que saben que se van; los soñadores traicionaron sus luchas para convertirse en burócratas que persiguen a los disidentes, despiden trabajadores y alientan el cierre de medios de comunicación. Esta es una revolución que ya tiene en las alforjas sus torturados, asesinados, encarcelados y perseguidos.
Lo que Chávez está intentando ahora con sus gritos es reventar el cerco que lo asfixia; quiere terminar con el asedio que la sociedad le tiene, por eso está promoviendo una ofensiva táctica, que no le proporciona ningún aliado importante, ni le restituye posiciones perdidas, pero cree que le comunica poder de negociación y que atemoriza a sus adversarios. En este sentido, puede apresar a algunos dirigentes y solazarse en su bellaquería, también puede intentar cerrar algún medio de comunicación o puede encubrir los crímenes ocurridos y proyectados, pero cada uno de esos pasos le implica un costo mucho mayor que el beneficio que obtiene. Chávez no duerme en el mismo sitio cada noche; Miraflores es un recinto artillado que espera con angustia el Día D y la Hora Cero que se aproximan; ya no se atreve a viajar al exterior con tranquilidad; cada vez confía en menos gente; sabe que sus lugartenientes tienen proyectos personales; entiende que las posiciones de los más radicales no serán obstáculo para negociarlo cuando el momento sea llegado. Chávez sabe que ya él es pasado; que su proyecto está muerto; que Lula, Lucio Gutiérrez y otros lo abandonaron; sabe que lo de Fidel es una zanganería de viejo revolucionario, capaz de hacer cualquier cosa –hasta aplaudirle delirios al discípulo- para alimentar de petróleo a la exangüe economía cubana. Chávez ya es un recuerdo de sí mismo y le ocurre, como a los líderes en retirada y desilusionados, que sigue convocando en sus fantasías a las huestes que tuvo alguna vez y sólo se le aparecen treinta motorizados armados y pagados con los dineros públicos. Ninguna lealtad lo acompaña que no sea tasada en plata contante y sonante.
Tampoco la oposición logrará ocupar la fortaleza si no se articulan y suman las fuerzas que están en juego. Son cuatro los elementos que deberán acoplarse: protesta ciudadana radicalizada, capaz de emerger en los territorios populares vedados hasta el presente; presión internacional que vaya más allá de Gaviria y que convoque la presencia activa del Grupo de Amigos; movilización de los afectados por la hecatombe económica generada por el régimen; y, finalmente, la presión fuerte, activa e institucional de los militares sobre sus mandos. Esos cuatro factores no pueden ser acoplados voluntariamente por la oposición en el corto plazo, sino que dependen de circunstancias en alta medida azarosas y en un trabajo que lleva su tiempo, pero cuando se engranen, derrumbarán las murallas de la fortaleza asediada. Lo que discute Venezuela (y buena parte del gobierno) no es si Chávez se va, sino cuándo.