La feroz e imperiosa desinformación
Parte de la arrogancia del venezolano es la creencia que nada extraño le puede suceder. Está sucediendo y más rápido de lo suponen los ingenuos sempiternos. Estamos padeciendo de considerables asimientos ilegales y pérdidas de nuestros derechos, sobre todo el de propiedad, por la oficiosidad de un régimen fuera de control. Ha decidido arremeter, cada día más, esencialmente contra los ciudadanos honrados; los que trabajan. Aunque los tarifados oficialistas tiren de sus greñas revelando lo contrario, se está golpeando, sobre todo, a los más pobres. Estas ocurrencias, nocivas y arbitrarias, harían palidecer a las épocas más descocadas de nuestra historia.
Las instituciones, cubiertas por el subterfugio de una revolución, han renunciado de hecho a sus deberes constitucionales y delegado sus funciones en manos de un militar golpista; ahora presidente. Cabe recordar al inefable ex fiscal, ahora embajador en España, Isaías Rodríguez, cuando al inicio de su gestión en la Fiscalía declaró: «un Fiscal de un gobierno revolucionario también debe ser revolucionario». En otras palabras, poco importa la Ley. Ciertamente esa instancia sigue siendo la plataforma cardinal del «jefe del Estado» para dar vía libre a sus turbulentas ejecutorias. Desde allí se vigila a capricho la conducta social y económica de cada persona. La permanente emergencia gubernativa y el instituido estatus de crisis son herramientas perfectas para dar rienda suelta a las acciones oscuras del régimen. La constitucionalidad es lo de menos. Basta observar la cayapa corporativa contra Globovisión y dirigentes de oposición para corroborarlo. La palabra presidencial, por absurda que sea, es asentida como ley por la migaja institucional que queda. Veamos algunos de estos mandatos:
1- Control de todos los medios de comunicación (faltan pocos).
2- Control de toda la energía eléctrica, petróleo, gas, combustibles y minerales en general.
3- Control de todo ámbito relacionado con el área alimenticia incluida la confiscación de fincas productivas.
4- Toma de todos los medios de transporte, carreteras y puertos.
5- Movilización de civiles y personal bajo supervisión gubernamental con propósitos políticos impetuosos y poco claros.
6- Toma del sistema de salud, beneficencia pública y educación.
7- Control de los registros de correspondencia a través de la oficina de correos centralizada.
8- Toma de puertos, aeropuertos y hasta de aeronaves.
9- Toma a la fuerza de entidades territoriales legítimamente ganadas por la oposición en elecciones libres.
10- Allanamiento a capricho de la propiedad privada.
El mayor obstáculo que tiene el Gobierno para instaurar su conducta ocultista, fanática y fundamentalista, es la resistencia ciudadana. Las encuestas revelan el rechazo mayoritario a cualquier mandato inspirado por la intimidación y la mentira. Por ejemplo, los burócratas exaltados por el fanatismo pretenden implantar una política educativa y un sistema financiero y jurisdiccional controlado por una izquierda atrasada. Como la mentira no puede coexistir con medios libres es indispensable acabar con los pocos que quedan.
Des, prefijo (preposición inseparable), denota negación, oposición o privación parcial o total de su forma original. La desinformación, por lo tanto, significa lo opuesto a la información; al juicio y la comprensión. La desinformación es quizá el recurso más extensamente utilizado por las agencias de inteligencia de los regímenes autoritarios para preservarse. Caso Irán. Ese gobierno de corte totalitario, ante la profunda crisis que lo atosiga, decidió expulsar de su país a todas las agencias internacionales de noticias; incluidas CNN y BBC. La única verdad es la que forja el jefe de ese régimen arcano y brutal.
Pero hay algo más substancial. Las agencias de inteligencia de desinformación de los regímenes autoritarios se esmeran por divulgar alguna mentira «conveniente» hasta lograr su instauración como un hecho veraz. Caso paramilitares de Zulia y Táchira en los que gobierna precisamente la oposición. Nada nuevo por cierto. La KBG en la eclipsada Unión Soviética había creado un aparato de desinformación llamado «La medida activa». Ésta, con un presupuesto anual de 200 millones de dólares, tenía la misión de posesionarse ideológicamente, con mentiras acicaladas, de países débiles y convencerlos de las bondades del marxismo. El plan implicaba también la desestabilización y posterior destrucción de la civilización occidental.
La verdad surgió luego de la caída del muro de Berlín. La bribonada del sistema político basado en el control y la intimidación sucumbió; pero no por voluntad de algún héroe sino por la inviabilidad de un régimen ineficiente y corrupto. El mito del emporio escondido se develó. Un parque industrial arruinado; campos agrícolas degradados bajo la dirección de un práctico improvisado pero eso sí, revolucionario, como el «héroe» Lysenko. Sus métodos estaban atrasados, por lo menos, en 40 años. La comunicación entre las dos Alemania no era posible debido a las anticuadas redes de transmisión del área oriental. Mientras se hacían los correctivos de fondo, fue necesario instalar unidades móviles provisionales para hacerla factible. Todo era así.
No, los venezolanos no procuran ni pueden asimilar un régimen caracterizado por el terror, la intimidación y la mentira. Esa sistemática podrá encajar en culturas rezagadas; pero no en la nuestra.