La encrucijada cubana
Descalificar a esta ante los ojos del continente, con el señalamiento archimentiroso y cínico de que sería «golpista», es estigmatizar preventiva y negativamente un eventual cambio político en Venezuela, por democrático y electoral que sea, tratando, al mismo tiempo, de dar al chavismo una suerte de «cartas de nobleza» política, que refuercen su precaria situación constitucional de hoy, doblemente afectada por la no asunción de Chávez y por la usurpadora condición de la vicepresidencia de Nicolás Maduro
La interpretación que ha dado Hugo Chávez a la designación de Raúl Castro como presidente por un año de la CELAC (ese organismo, inocuo, por lo demás, que reúne a todos los países del continente y del Caribe, excluyendo a EEUU y Canadá), es que se trataría de un nuevo gesto de afirmación de América Latina y el Caribe ante Estados Unidos y un triunfo de la «revolución» cubana (comillas ahora imprescindibles).
Esa óptica nostálgica, de aquellos tiempos de «Cuba Sí, Yanquis No», a estas alturas no posee pertinencia, porque de hecho las relaciones entre ambas partes ya no poseen el carácter conflictivo que una vez las signó. Ahora el imperio y su ex «patio trasero» han establecido un nuevo modelo de verse el uno al otro. Más bien se hace visible, en la decisión de la CELAC, una intención, que Obama no vería con malos ojos, de proporcionar al dirigente cubano un entorno y un piso continental que convaliden y animen el camino reformador que aquél trata de adelantar, tanto a lo interno de su país como en las relaciones con el imperio.
No es casual, y ni siquiera paradójico, que haya sido el presidente de Chile, el derechista Sebastián Piñera, quien «invistiera» a Raúl.
El problema de éste es que se ve obligado a nadar en dos aguas