Opinión Nacional

La eliminación de las ONG independientes

En materia de solidaridad y apoyo internacional, el teniente Coronel Hugo Chávez aplica un principio un poco extraño: resulta que la salsa que es buena para el pato no es buena ara la pata. Él se permite utilizar el dinero que pertenece a todos los venezolanos para apoyar a las izquierdistas madres de la Plaza de Mayo, a los piqueteros argentinos, a los sandinistas y salvadoreños que controlan algunos cuantos municipios, y a toda la izquierda comunista latinoamericana. Participó activamente en la campaña presidencial en Perú donde compitió Ollanta Humala, financió en gran parte la campaña de Evo Morales, y, por su fuera poco, una vez Presidente lo ha colmado de regalos y favores. De la tiranía cubana ha sido su principal soporte financiero durante los últimos años. ¿Alguien lleva el control de esos aportes? ¿Existe alguna instancia nacional o internacional que centralice, supervise o simplemente haga el seguimiento del monto, uso e impacto de esa catarata de petrodólares que el autócrata gasta a diestro y siniestro? ¿Esos montos quedan asentados en algún libro que algún organismo contralor pueda revisar? Por supuesto que nada de eso ocurre. El orden, la gerencia planificada y los controles previos y posteriores, no forman parte de la rutina administrativa ni del proyecto político del comandante. Él administra los recursos públicos de la nación como todo dictador bananero: a su real saber y entender.

Chávez es un amante apasionado de la informalidad. Utiliza el poder que le proporciona el petróleo para desestabilizar los gobiernos democráticos de la región, aúpa los movimientos subversivos del continente, coquetea con el régimen teocrático de Irán y simpatiza con esa caricatura que es Kim Jong II porque desafía a los Estados Unidos y al resto de la comunidad internacional, al persistir en su enloquecida campaña guerrerista, a pesar de que encabeza el gobierno de un país miserable al que las Naciones Unidas le proporciona permanentemente ayuda alimenticia.

Ahora resulta que Chávez pretende asfixiar todas las organizaciones no gubernamentales (ONG) que operan en Venezuela y que reciben modestas colaboraciones internacionales de organismos que están sometidos a severos controles en sus naciones de origen. Desde luego que el objetivo principal del teniente coronel es cercar a Súmate, una asociación civil que sobre la base del esfuerzo, la disciplina y la eficiencia, se ha convertido en la organización que goza de la mayor confianza y respeto en el plano nacional e internacional. Este éxito resulta inaceptable para un gobierno en el que predomina la mediocridad y la incompetencia. El jefe del MVR quiere impedir que surjan otras agrupaciones civiles que posean la potencialidad de Súmate, y que en el futuro cercano puedan convertirse en una referencia importante para los factores democráticos. Por ese motivo fue que le ordenó a Carlos Escarrá, el abogado de las peores causas, elaborar el Proyecto de Ley de Cooperación Internacional. Mediante este instrumento el Gobierno de Chávez intenta asumir el control pleno del registro y financiamiento de las ONG de todo el país. Para alcanzar esta meta, uno de los dispositivos que pondrá en marcha es el Sistema Integrado de Registro de ONG, variante de la DISIP. Estar empadronado en él será una condición obligatoria para que esas organizaciones puedan funcionar legalmente. En el mismo proyecto de ley se contempla la creación de un fondo que financiara a aquellas ONG que se adecuen a las prioridades de la política exterior y a los intereses del proyecto nacional, o sea, chavista.

Esta visión restringida y controladora de las ONG es típica de los sistemas totalitarios. Tanto el comunismo como el fascismo y el nazismo combaten las organizaciones independientes de la sociedad civil, las llamadas organizaciones intermedias, que tejen los nexos de interconexión entre la sociedad y el Estado. Las naciones democráticas más avanzadas se caracterizan por contar con numerosas organizaciones civiles independientes, desde los sindicatos hasta los clubes deportivos y los de abuelitas tejedoras. Al contrario, en países como Cuba y Korea del Norte, o, en el pasado, en la Rusia de Stalin, la Alemania de Hitler o la Italia de Mussolini, el Estado captura hasta los clubes de fotografía y decide incluso cuál muchacha debe ser la reina de carnaval en una parroquia. En estos sistemas cerrados las organizaciones independientes desaparecen y todas las formas de agrupación quedan subordinadas al dominio del Estado. Por eso es que en todos esos países existe el partido único, el sindicato único, periódico único y ideología única. El gobierno forma las denominadas organizaciones estabularias; es decir, aquellas que dependen exclusivamente del Estado y están sometidas a éste. En la Rusia comunista y en todos sus satélites de Europa oriental, los sindicatos, por ejemplo, estaban sometidos a la férula del gobierno. No existía el derecho a huelga, ni se discutían los contratos colectivos. El sector oficial imponía unilateralmente los sueldos y los trabajadores no tenían derecho a ningún tipo de protesta. Esta es la situación en Cuba y en China. Por eso es que en esas naciones los capitales foráneos establecen condiciones leoninas a los trabajadores con la complicidad del sector público. Aquí en Venezuela Hugo Chávez trata de hacer lo mismo mediante el control de la CTV y de todo el movimiento sindical
Los sistemas totalitarios le temen a la pluralidad y a la complejidad Ven en la diversidad un peligro inminente. En medio de la multiplicidad los ciudadanos pueden plantearse la disidencia y la crítica. Esto no le conviene al pensamiento único. El totalitarismo reduce todo a la más estricta simplicidad. El mundo queda dividido entre los buenos y los malos. Entre los revolucionarios y los reaccionarios. Entre los imperialistas y los patriotas. Por supuesto, que quienes tienen la razón siempre están del lado del gobierno.

El proyecto de Ley de Cooperación Internacional representa un paso más en el camino hacia la cubanización y el totalitarismo. Forma parte de ese plan en el que entra el control de la educación y de la cultura, la eliminación del Ejército y su sustitución por milicias sometidas al poder del caudillo, la asfixia de la descentralización y el control de los medios de comunicación. En este escenario se mueve el país mientras la oposición se mira el ombligo.

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