La doble imposibilidad
NADA ES IMPOSIBLE pero en Venezuela se vive una crisis de imposibilidad y esa imposibilidad es doble. ¿A qué me refiero? La doble imposibilidad que quiero destacar implica que la política, que es el instrumento que las sociedades se han dado e impuesto para resolver necesidades, está paralizada. En otros términos, el gobierno manda pero no gobierna y la oposición no opone ni propone, lo que la hace invisible como proyecto político alternativo con cara al futuro. Y esa doble imposibilidad, que es política, es la que está asfixiando al país. Porque pareciera que el problema es el poder y no el país. Los que ahora gobiernan son hijos legítimos de esa cultura del poder. Del poder como éxito personal, disfrazado de colectivo. El poder como posibilidad de acceder al dinero y a la notoriedad pública. Artistas frustrados. Por eso es que la oposición, tal y como anda, no tiene destino, porque imita al gobierno. Y el gobierno no tiene sentido sino del olfato, que es lo que lo ha guiado a través de estos años, ya largos, de di gestión.
En cualquier actividad de la vida puede mirarse esa doble imposibilidad. Hasta en el espejo. Y ello implica un estado de conflicto y ansiedad que no es apaciguado sino más bien alimentado desde dentro y desde afuera. Por eso se enseña la pobreza, la miseria humana, lo ruin, el grito, el óxido, como estética para culpabilizarnos de lo que fuimos. Todas las verrugas a la vitrina. «Fueron ellos, nosotros no». ¡Que hablen las contradicciones sociales!
PORQUE SI BIEN es cierto que en general las sociedades manejan los conflictos a través de su brazo ejecutor, que es el Estado, o del consenso que se logra a través del diálogo entre interlocutores institucionales o no, en el caso venezolano no hay ni Estado ni oposición lo suficientemente válidos como para llegar a acuerdos sobre un destino común. Lo que hay es gobierno que maneja recursos cuantiosos, no sólo materiales, y por eso manda y tiene la ambición desmedida de perpetuarse en el poder, y por otro lado, oposición sin personalidad definida, que se desguaza en unos cartelones que guindan en los postes de luz de las autopistas, con unos rostros como si no pasara nada.
Y el país, no el que somos, sino el que deseamos ser, anda a la deriva en un limbo de inexistencia entre dos opciones extremadamente egoístas y ególatras que agobian el presente en el transcurrir de lo noticioso. Nos hemos convertido en una isla tensa en donde lo significativo no significa.
DENTRO DE ESTA TENSION, la de la doble imposibilidad, está la gente, como nosotros, que aspiramos y deseamos con fervor que la política se convierta en debate inclusivo, más que televisivo, en el que, democráticamente, se proponga y se decida por el destino de lo que vamos a ser. La Constitución de la República Bolivariana de Venezuela no es suficiente. Ella necesita de carne y de hueso. Vitalidad que es distinta a la cartilla con la que nos asombran día a día. Las elecciones que vienen calcarán de manera perfecta esa verdad. En la Venezuela de hoy, el problema no es el país sino el poder, y así, creo que no ganará nadie.
Lo que propongo es un no sé. Que más. Pero un no saber como duda orientadora sobre la cual flexionar con insistencia. De eso se trata. Lo demás es aguaje.