La diplomacia en el pantano
La diplomacia es la policía en traje de etiqueta
Napoleón
Las destempladas declaraciones emitidas a la salida de su encuentro con el vicepresidente Rangel por la Sra. Nilda Garré, embajadora de Argentina ante nuestro gobierno, cuando acusara a Vicente Fox de “soberbia” ante sus congéneres en la Cumbre de Mar del Plata, demuestran cuán inoportuna puede llegar a ser la acción de personeros políticos sin experiencia diplomática cuando actúan en el complejo y frágil escenario internacional. Como lo advierte el analista Lucas Colonna, en La Nación de Buenos Aires: “nadie en la Cancillería esperaba palabras como las de Garré, que podrían reavivar la tensión con Fox” (La Nación, 17 de noviembre de 2005).
La diplomacia no se improvisa. Como lo ha demostrado fehacientemente el periodista Vladimir Villegas durante su breve y turbulenta pasantía ante el gobierno de Vicente Fox. Y como continúa demostrándolo el ingeniero Alí Rodríguez Araque, quien parece confundir su habitual introversión con discreción palaciega. Y su porfiado hermetismo con distante sabiduría. Mientras éste ejecuta ciegamente la voluntad desestabilizadora de su comandante en jefe, aquel confunde la representación nacional ante un gobierno extranjero con una sede del partido de gobierno en un distante poblado del interior de la república.
El resultado no puede ser más lamentable. Carentes de una auténtica política de Estado, como es propio de las relaciones entre las naciones, confunden el ex periodista confiado de nuestra representación diplomática en México, el ex comandante guerrillero a cargo de la Casa Amarilla y el ex teniente coronel al frente de Miraflores el mundo de la alta política y las relaciones internacionales con escaramuzas cuarteleras y los gobiernos y sus cancillerías con un vivaque de tropas enemigas.
Sorprende que Néstor Kirchner, un militante peronista con larga experiencia en la política argentina apueste en Caracas a quien al parecer carece de la más elemental formación profesional en el complejo mundo de la diplomacia y crea que secundando las bravuconadas de su colega venezolano contribuye a fortalecer la integración regional y el progreso de nuestros países. Y sorprende aún más que arriesgue su prestigio interviniendo en un conflicto entre Venezuela y México del que sólo puede salir trasquilado. Como lo está demostrando la intriga de los vídeos salidos de los hornos de la cancillería argentina.
Si Néstor Kirchner decide contrariar el consejo de sus expertos y apersonarse en Caracas este domingo sin otro propósito que ponerse de parte de su amigo en dificultades, estará contribuyendo a profundizar las diferencias entre el MERCOSUR y el resto de la región, azuzadas desde Miraflores con fines verdaderamente inconfesables. Aunque fácilmente discernibles para quien se entere del programa de acción estratégica discutido en Fuerte Tiuna los días 12 y 13 de noviembre del año recién pasado. Son un eco lejano de la vieja receta imperial romana: divide et impera.
Es de esperar, por el contrario, que siga los consejos de sus asesores y mantenga prudente distancia. Atizar el fuego del inútil conflicto diplomático que hoy nos distancia del pueblo mexicano pretendiendo darle un espaldarazo a quien trabaja afanosamente por desestabilizar la región y sembrar el virus de la discordia, podría revertirse en su contra mucho más pronto de lo que imagina.
Los resultados ya comienzan a estar a la vista: de las 34 naciones que participaron de la Cumbre de Mar del Plata, 29 se acogieron a la idea de respaldar el ALCA y cuadrarse a este respecto junto a los Estados Unidos. Cuatro, miembros todos del MERCOSUR, – Argentina, Uruguay, Brasil y Paraguay – optaron por esperar una definición futura respecto del problema de las subvenciones a la agricultura. Sólo Venezuela permaneció en la acera opuesta, con su vaga y demagógica propuesta del ALBA entre las manos.
Incluso una derrota de tamañas proporciones hubiera sido digerible por la Casa Amarilla si no hubiera supuesto la dolorosa constatación de la pérdida de toda influencia sobre los países del CARICOM, que alguna vez se supusieron subordinados al garrote petrolero y dispuestos a bailar al son del tambor mayor de Miraflores, especialmente desde que se cuadraran con la política del presidente Chávez durante la escogencia del candidato a la Secretaría General de la OEA. Hoy la situación se ha revertido a tal grado, que Trinidad expresa abiertamente su hostilidad hacia nuestras políticas en tanto coliden con sus intereses de país petrolero en la subregión.
El caso del deterioro de nuestras relaciones con México por efecto de esa falta de una política de Estado en nuestras relaciones exteriores no puede ser más lamentable. Ambas naciones comparten no sólo una larga y vieja tradición de respaldo mutuo y colaboración en todos los ámbitos. México fue el único país del mundo en romper relaciones con la dictadura del General Juan Vicente Gómez y sirvió de cálido y fraterno refugio a nuestros perseguidos políticos. Allí encontraron acogida y respaldo en todos los órdenes quienes fueron los constructores de la Venezuela moderna. Allí vivió sus últimos días nuestro más insigne poeta y gran tribuno, Andrés Eloy Blanco. Allí apareció la primera edición de Venezuela, Política y Petróleo, de Rómulo Betancourt, una de las obras señeras de los estudios económicos y sociológicos venezolanos, guía de acción para la construcción de la Venezuela moderna. Sin olvidar el inmenso papel que ha jugado la cultura popular mejicana en la conformación del sentir popular venezolano. Y la concreción de una voluntad mancomunada en el respaldo al desarrollo de la región, como ha quedado consignado en el fructífero Pacto de San José.
No puede dejar de impactar a nuestra cancillería la unanimidad de criterios mostrada por todos los sectores políticos de la vida mejicana a la hora de respaldar a Vicente Fox en este torpe incidente provocado por la “incontinencia verbal” de Hugo Chávez, como lo editorializara con irrebatible expresión el periódico ABD, de Madrid. Incluso el abanderado de la izquierda socialista mejicana, Andrés Manuel López Obrador, se ha visto obligado a distanciarse de quien desde Venezuela aúpa su candidatura poniéndose junto al presidente de todos los mejicanos.
Entristece constatar que el presidente Hugo Chávez no puede exhibir tras suyo parecida unanimidad. Gobernante de una nación profundamente escindida y fracturada, no puede argüir en su favor ni siquiera el respaldo de sus propios seguidores. Abandera una aventura desestabilizadora absolutamente distante del sentir popular venezolano, atávicamente solidario, internacionalista y democrático. Visto en el contexto de los graves quebrantos que enfrenta la república, este incidente no puede menos que minar las bases de su Poder y situarlo al borde de una previsible catástrofe.
A estas alturas ya se habrá enterado Rubén Perina, quien se encuentra en nuestro país encabezando la comisión observadora de la OEA para los próximos comicios parlamentarios de diciembre, así como lo harán en su momentos los restantes observadores internacionales llegados con extrema e imperdonable tardanza, cuál es exactamente la situación que se vive actualmente en Venezuela. Ni siquiera se trata de los informes que habrá recibido de los distintos sectores políticos del país con los que se reuniera. Se trata de leer los titulares de los periódicos, asomarse a las ventanas de su hotel y constatar el caos infernal en que se debate la capital ante lluvias ni siquiera torrenciales y desplazarse por calles de una urbe otrora orgullosa de su poderío y hoy convertida en ruina testimonial de un conflicto bélico soterrado. ¡Si pudiera imaginarse lo que sucede en las barriadas de nuestra gente pobre, bajo un gobierno que de ellos se reclama para llevar a cabo sus iniquidades!
No se requiere ser abogado para constatar las barbaridades cometidas por un Fiscal General a la cabeza de todo un sistema judicial contra inocentes venezolanos, sin otro delito a su haber que pertenecer a la mitad del país que se opone porfiadamente a las ejecutorias del presidente de la república. En ningún país que se respete y goce de un auténtico estado de derecho podría ventilarse una acusación tan peregrina, artificiosa y falaz como la que le permite al régimen difamar, acosar, perseguir y encarcelar a honorables ciudadanos de nuestra república.
No se requiere de perspicacia legal para desentrañar la tramoya que se persigue: una periodista de enorme resonancia en la opinión pública, un banquero de prestigio, un general ni siquiera disidente, un cardenal. Los medios, la banca, las fuerzas armadas, la iglesia – todo el país aún independiente sometido al escarnio, la amenaza, la intimidación y la cárcel. ¿Tolerables todos estos abusos en un régimen democrático?
Que no se sorprendan Perina y su equipo de observadores de la voluntad abstencionista que sombrea sobre este proceso electoral. Nadie lo ha provocado, que no sea el propio CNE y su inmenso esfuerzo insidioso y tenaz por restarle toda majestad al acto eleccionario y toda carga democrática a la papeleta de voto. Hoy es perfectamente posible asegurar que no habrá un solo venezolano que vaya a votar libre del sentimiento de culpa por cometer lo que poco a poco ha ido convirtiéndose en una tropelía. Los votantes, que serán los menos, particularmente los opositores, votarán sometiendo sus propias convicciones a la presión de la conciencia moral y ciudadana. De buen grado y con entusiasmo cívico no votará nadie en esta Venezuela post democrática. Pues tras cada acto de votación campea la duda del poder de ese sencillo acto: el voto, en esta Venezuela de hoy, no elige.
Un pesado fardo está siendo asumido por una observación electoral que huele a turismo institucional. Una grave responsabilidad para quienes debieran acompañar al pueblo venezolano en su deseo por elecciones limpias, dignas y transparentes. Un deseo que, una vez más, volverá a ser irrespetado.
Y entre tanto, ¿qué es de los partidos políticos del viejo establecimiento? Que Dios se apiade de ellos. Necesitarán su auxilio.