La dialéctica del Poder y del miedo
O el gobierno inaugura sus campos de concentración o tendrá que ir haciendo las maletas con la cabeza gacha. Le faltarán balas, le sobrarán maletas. Que vaya reservando cupos, que del 12 no pasa. Si es que llega.
Dos hechos le confieren a los sucesos de este sábado 22 de agosto relevancia histórica y ponen de manifiesto un cambio trascendental en la correlación de fuerzas de este crucial y definitorio enfrentamiento entre dictadura y democracia, entre la vida y la muerte, que comienza a rondar el terreno de las definiciones finales: la presencia civil, multitudinaria, viva, activa, militante y combativa de las fuerzas democráticas y la ausencia absoluta de cualquier rasgo de miedo o repliegue en el avance hacia la reconquista de los espacios democráticos. Correlativamente, del lado del régimen, se manifiestan dos hechos asimismo relevantes y que constituyen la contraparte de la positividad democrática: la absoluta ausencia de respaldo popular que no sea la del clientelazgo extremo, la regimentación gobiernera de su expresión política y el uso y abuso de la fuerza militar bruta para impedir la plenitud de la expresión política de nuestras fuerzas democráticas.
Son hechos verdaderamente trascendentales, que demuestran los peligrosos límites que cercan al poder del déspota en decadencia. Carente del amplio respaldo popular activo y de las simpatías que lo encumbraran al Poder, ha decidido radicalizar sus apremios represivos e imponer su estado de excepción a través de una compleja parafernalia seudo legal. Quiere darle visos de legalidad o lo ilegal y legitimidad a lo que ya carece de toda legitimidad. Pretende crear un estado socialista sin haber derrotado, aplastado y sometido a la ciudadanía que le daría vida y sostén de legitimidad. Imponer su dictadura por sobre los espacios democráticos aún vigentes. Pero de nada le sirven sus leyes si la ciudadanía no está dispuesta a acatarlas; de nada le sirve el Poder fáctico que pretende poner en acción si la ciudadanía no acepta ser sometida por medio del terror.
Este es el meollo del problema planteado este sábado: un gobierno acorralado sin otras fuerzas históricas que un puñado de seguidores arengados por algunos ministros, tropas de asalto aterradas por la furia popular y un oficialito – conocido por el remoquete de “modelito” por sus ambiguos hábitos personales – con un micrófono inalámbrico y una máscara antigas. Del lado opositor, cientos de miles de manifestantes armados de la constitución y dispuesto a tragar tanto gas lacrimógeno como “modelito” estuvieran dispuestos a utilizar para impedir el desborde popular. Desde el 11 de abril la oposición no le daba mayor paliza al teniente coronel. Debiera considerarlo seriamente.
He allí los límites que tendrán de cabeza a cubanos, chilenos y españoles de la sala situacional de Miraflores: ¿cómo imponer la dictadura ante un pueblo mayoritario, dispuesto a combatir en plenas vacaciones? ¿Cómo enfrentar a esa hidra de cientos de miles, de millones de cabezas, que sin mayor convocatoria y siguiendo el llamado de un alcalde metropolitano y de algunos anónimos dirigentes de la sociedad civil, un sábado de mediados de Agosto – cuando el país duerme la siesta del estío – se lanza a las calles y desafía a una autoridad desconcertada?
Llegamos al llegadero. Somos mayoría. O el gobierno inaugura sus campos de concentración, o tendrá que ir haciendo las maletas con la cabeza gacha. Le faltarán balas, le sobrarán maletas. Que vaya reservando cupos, que del 12 no pasa. Si es que llega.