La desaparición del Ño Salazar
Los demás peñeros arribaron a la costa antes del amanecer. La resaca de la marea, regularmente intensa por lo pedregoso de la costa en la ensenada La Esmeralda, dificultó el arribo con un oleaje corto con cierta ventisca desde sotavento. Todos los peñeros venían a reventar con la pesca. La luna llena y un nuevo banco de arenques y merluzas descubierto por Ño Salazar había arrojado excelentes resultados.
La maniobra de bolina que iniciaron los peñeros, una de las más complicadas de la faena marinera, requirió un esfuerzo adicional y más de media hora para llegar a la playa con la pesca intacta. En tierra firme y con la ayuda de familiares y amigos, los siete peñeros vararon sobre las blanquísimas arenas de la ensenada y se inició la algarabía de la pesada y del traslado de la carga hacia las humeantes cavas de los camiones estacionados de revés algunos metros más allá, hacia la carretera del pueblo.
Por sobre el griterío de las transacciones y de las pesadas, una voz, la de Matías, se alzó para preguntar por Ño Salazar y automáticamente, pescadores, familiares y caveros dirigieron la mirada hacia la playa para constatar que el peñero “Pampatar” no estaba allí. Un silencio se fue extendiendo como una sábana sobre la playa y sin cruzar palabra alguna, Matías y otros tres pescadores corrieron hacia la orilla, largaron el resto de la carga del peñero “Virgen del Valle” y emprendieron la búsqueda del querido viejo Salazar con el alma en vilo y el corazón en la boca. En la playa quedaron los demás pescadores y los rumores se iniciaron de inmediato, llevando su ola de angustia hasta el más lejano de los ranchos del pueblo.
Luego de tres horas avistaron al “Pampatar” a la deriva, como a tres millas a estribor. Iba arrastrado por la corriente caliente de las aguas caribeñas que durante esta época del año resaca desde la Península de Araya. Matías le dio más combustible a su motor y el “Virgen del Valle” levantó la proa con la arrogancia propia de las embarcaciones pesqueras orientales y en menos de diez minutos garabatearon al solitario peñero por el pañol de babor. Antes de regresar a tierra, los cuatro marineros realizaron no menos de veinte inmersiones en aquellas aguas infectadas de tiburones sin conseguir el cuerpo del viejo lobo de mar. A ellos se le unió un contingente de diez buzos que llegaron como una hora después y aunque a 30 brazas las corrientes submarinas de aquellos mares no ofrecían mayor resaca, acordaron ampliar la zona de búsqueda con la secreta esperanza que los tiburones no se hubiesen dado un festín con los restos mortales del querido viejo.
Con la llegada del inclemente sol caribeño vino también la desesperanza, y aunque para todos Ño Salazar se había ahogado, para Matías había un mar de dudas porque ¿Cuándo se ha visto que un ahogado deja toda su ropa perfectamente doblada y junto a ella, la pipa, la brújula y el reloj?