La demagogia en la complejidad sociopolítica

Cualquier actitud que exalte toda manera de ejercer el poder mediante engaño, bien cabe bajo la acepción de “demagogia”. De ahí que, hasta de “elogio” pudiera hablarse cuando se trata de aludir a un término tan especulado como en efecto es “demagogia”.
A manera de dar cuenta lo que hay debajo de tan temerario término, podría decirse que la actitud demagógica está indisolublemente asociada con la falta de sinceridad en la relación entre quien impone poder, y quien se halla sometido a su implicación. Quizás, por la hipocresía, el ocultamiento o el cinismo que esconde la demagogia. Además, plenamente advertida, cuando las circunstancias que rodean el hecho, la consideran oportuna o pertinente. Razón por la cual se aprovecha de la situación mediante todo ardid fácil de ser manipulado.
Por supuesto, todo depende de lo que haya entre manos. Aunque, su exposición se refleja -no sólo- en medio del discurso público. Peor aún, en el plano de las decisiones que comprometen todo acto expuesto por alguna manifestación de poder político. Pero que no necesariamente, dicha manifestación de poder es propia de todo evento donde despunte la representación de la entidad estructurada: “gobierno”. Pues por igual, ocurre en ámbitos apartados de la política-partidista.
El alcance de la demagogia
La demagogia, por igual, se luce en el fragor de cualquier situación dominada por el interés malicioso de ganar todo desafío que propendan a hacerse del control de la negociación (en ciernes). Negociación esa, que seguramente compromete beneficios para la parte que mejor se maneje en el arte de la jugada en proceso. Razón por la que se habla de aprovecharse de la demagogia. Incluso, praxis de la cual se valen grandes cadenas mediáticas para sembrar en las masas vacuos ideales capaces de configurar el pensamiento político y tendencias sociológicas a instancia de tendencias dirigidas.
Tan insidioso es el efecto de la “demagogia”, a pesar del sentido constructivo que alcanzó en la Antigua Grecia, que el décimo sexto presidente de los EE.UU. Abraham Lincoln, habría expresado que para él, demagogia era “(…) la capacidad de vestir las ideas menores con palabras mayores”.
Con tan particular definición, Lincoln refería la suerte de encerrona que esa palabra sigue significando. Y es ahí donde cualquier persona, desde el poder político, buscaría usufructuar posturas, condiciones y situaciones. El ejemplo que representa cualquier proceso eleccionario, pudiera reunir las razones que convidan a ver en dicho evento un claro caso de la realidad que mejor se ajusta a lo que es la demagogia.
Implicaciones de la demagogia
A menudo, en el trajín de los procesos político-electorales, se aprecia el carácter deshonesto de la demagogia. Especialmente, cuando los candidatos incurren en actitudes maliciosas que generalmente reflejan un comportamiento populista dirigido a complacer al elector. Toda vez que busca ganarse el apoyo manipulado e inmediato a través del voto. Este no es un hecho que sólo se da en predios de la algarabía político-partidista. Igualmente, este tipo de situación ocurre con la desenvoltura y peculiaridad de cada caso. Fundamentalmente, en ambientes eleccionarios realizados en cualquier gremio, empresa, corporación o asociación.
Acá, se infiere el matiz político que caracteriza la demagogia. Ésta, naturalmente concebida como particular táctica mediante la cual se valen quienes actúan apegados a praxis deshonestas y deshonrosas para mentir, manipular, adular y prometer lo posible y hasta lo imposible.
Así podría decirse que cualquier elección, distinguida por la enmascarada intervención de la demagogia, es casi un asunto de personalidad. Ya que quienes se afanan por ser electos, presumen a costa de todo, ser mejores que los rivales.
En conclusión
El afán de cada partícipe de eventos eleccionarios o cualquier acto impulsado por el propósito de “ganar por encima de todo”, busca conquistar el apoyo “necesario” para enquistarse en el poder. Forzando cualquier procedimiento discursivo o fáctico. O manejarse, en su gestión, con la presumiendo poseer la facultad política de creerse superior. Aunque sea, sin medida alguna de las consecuencias posibles. Es decir, de actuar apoyado en la magia para cambiar las realidades mediante alguna ilusa capacidad contraria a toda teoría política o social de planificación, gestión u organización.
Por ello, la demagogia se vale de cuantas tretas sean de posible y más expedito ejercicio. Es así como anima falsas expectativas con promesas aparentes que, en el lenguaje popular, se corresponden con praxis sociológicas y políticas que siguen viéndose sin dar cuenta de los problemas que generan en medio de cualquier realidad. Son los desarreglos que arma la demagogia en la complejidad sociopolítica.