La crisis que enfrentamos
Si el régimen no atiende a la agenda constitucional ni acepta de buen grado el juicio de las urnas, vamos inexorablemente hacia un enfrentamiento que tendrá que resolver el impasse existencial en que nos encontramos. Dictadura o Democracia, esa es la encrucijada frente a la que nos encontramos.
1.- Soplan fuertes vientos de cambio en el mundo que están afectando particularmente a América Latina. Un cambio de paradigmas que supone un vuelco de 180º desde la hegemonía dominante durante todo un siglo, según la cual la utopía socialista, causal de todas las tragedias del siglo XX, no tenía contrapesos, a una nueva forma de Hegemonía, la sólida creencia en la democracia, única utopía real capaz de sacarnos del marasmo en que chapoteamos. Fue un siglo dominado por la idea fuerza de que el socialismo era la única vía hacia el futuro y que la revolución bolchevique y todos sus derivados eran la vía única hacia el paraíso. Expresado en términos de su ideología: hacia la abolición de la explotación del hombre por el hombre. El mundo del internacionalismo proletario y, por ende, de la convivencia pacífica, de la solidaridad entre los hombres, de la igualdad sin barreras. De la desaparición del Estado. Del disfrute incontenible de todos los bienes de la naturaleza y el trabajo. Un siglo durante el cual el mundo entero se dividió entre los buenos que siguieron esa patraña – la izquierda marxista – y los malos que se le opusieron – la izquierda democrática y la derecha. Un siglo de dominio incuestionable de lo que Haieck llamara “la fatal arrogancia”. Y cuyos únicos frutos reales ascienden a varias decenas de millones de víctimas, un océano de sangre y sufrimientos inenarrables.
Un siglo durante el cual se demostraría en la práctica que tal fatal arrogancia no llevaba al paraíso sino a dictaduras monstruosas, a hambrunas sin límites, persecuciones y pogromos sin medida. Millones y millones de seres humanos morían en el Archipiélago Gulag del estalinismo soviético y del maoísmo chino, sin por ello espantar las buenas conciencias del izquierdismo occidental. Neruda le cantaba loas al padrecito Stalin mientras éste llevaba a la muerte a millones de ucranianos, de rusos, hombres y mujeres culpables del único delito de existir. Más nada.
La intelligentzia occidental, entre tanto, alzaba al altar a Lenin. Sartre, el más insigne pensador francés, se declaraba comunista existencial. André Malraux levantaba su épica. Picasso, Miró, Alberti, García Lorca, Vallejo, cientos y cientos de grandes vanguardistas hispanoamericanos se arrodillaban ante el fuego lustral de la revolución. Velásquez y Rivero en México, Guayasamín en Ecuador, el ya mencionado Neruda en Chile. Nicolás Guillén y Alejo Carpentier, en Cuba. Imposible escribir el listado de los grandes artistas y escritores comunistas que se sumaron a la legión del encantamiento.
2.- Venezuela debió pagar un duro precio en sangre, dolor y lágrimas ante la seducción del comunismo. Si no hubiera sido por la lucidez y el coraje de Rómulo Betancourt y la élite de pensadores y políticos que construyeron la modernidad venezolana posiblemente no hubiéramos resistido el embate del castrismo, la enfermedad tropical del GULAG y la KGB que viniera a reciclar la hegemonía socialista en América Latina, provocando las generaciones perdidas de la segunda mitad de siglo. Castro, incorporado a la cruzada del marxismo leninismo soviético, se jugó la vida por invadir y controlar Venezuela. Para usarla como fuente de financiamiento y plataforma invasora de todo el continente. Una aspiración que parece estar cumpliéndose a plenitud cuarenta años después, sin disparar un solo tiro, gracias a la traición de un caudillo militar. La antípoda de lo que sucediera en los años sesenta, cuando los demócratas venezolanos, secundados por unas fuerzas armadas entonces verdaderamente patrióticas y democráticas, le dieran una paliza política, militar y diplomática al “socialismo o muerte”. Aún así: la persistencia de la hegemonía soviética no echó pie atrás. América Latina no supo valorar la proeza venezolana. Al parecer, nosotros tampoco.
Veinte años después, el imperialismo soviético no resistió la competencia con el capitalismo y cayó exhausto, sin exhalar un suspiro. Se desinfló, se desarticuló, se desmoronó. Se acababa la fatal arrogancia. El mundo creyó que ese siniestro capítulo de nuestros errores – con guerras y holocaustos, invasiones y desastres, sufrimientos oceánicos nunca reparados – había llegado a su fin y el mundo podría enrumbarse por fin hacia la paz, la modernidad y la prosperidad bajo el concepto de la globalidad. Pero una lucha de tal intensidad, en la que miles de millones de seres humanos han estado comprometidos, no se acaba de la noche a la mañana. La hegemonía de la izquierda buena y la derecha mala seguía horadando los espíritus. Un craso ejemplo: la dictadura de Augusto Pinochet, que duró 17 años, si bien terminó por hacerse a un lado y sentar las bases del futuro del que hoy disfrutan los chilenos, fue, es y será condenada por los siglos de los siglos por las buenas conciencias de la izquierda. Mientras la feroz tiranía cubana, que tiene a su haber varias veces la cantidad de muerte, dolor y sufrimiento causados por Pinochet y lleva 51 años tiranizando a su pueblo y arruinando a su patria era modelo a seguir, isla paradisíaca a la que emular, ejemplo de humanidad y grandeza.
Pues bien: esos tiempos se están acabando. Vivimos hoy un histórico cambio de paradigmas. Cuba se desangra ideológicamente a la vista de sus escándalos, de sus torturas, de sus presos políticos, de su ruina, de sus iniquidades. Para defender esa tiranía hay que tener estómago de hierro. Basta un preso político dispuesto a dar su vida para que tiemblen sus potentes estructuras policiales y ya nadie sale a gritar a voz en cuello a favor del castrismo, que no sea un incorregible comunista borbónico. El continente despierta. El sacudón de noviembre de 1989 comienza a dar sus últimos coletazos. El chavismo – y con él el llamado Foro de Sao Paulo – viven el principio de su ocaso. Los países de la región cambian de dirección y ya no le temen al lobo de la derecha. El capitalismo, el mercado, el derecho a la propiedad, la defensa de los derechos humanos, la libertad de expresión, la prosperidad: esas son las ideas fuerzas del presente. En el socialismo no cree ya ni Fidel Castro. Muchísimo menos Hugo Chávez, que ha venido a desprestigiarlo para siempre gracias a sus corruptelas, sus crímenes, su infinita mediocridad. De él, de nuestro futuro, de lo que nos espera: ese es el tema que debiéramos acometer.
3.- El gobierno de Venezuela comienza a pagar el precio de haber querido unir su destino a la dictadura cubana. En ese absurdo intento contra natura ha ido demasiado lejos y ya no puede echar pie atrás. Hará cuanto esté a su alcance por aplastar a la oposición democrática, electoralmente mayoritaria en el país. Intentará aplastarla, perseguirla, criminalizarla, empujarla al destierro o encarcelarla y silenciarla. Simultáneamente hará como que dicha oposición no existe o no forma parte del país y seguirá adelante en el montaje del estado totalitario creyendo que el país es suyo.
No hará caso de los reclamos internacionales, todas cuyas instancias le son adversas, y si se ve obligado a ello, renunciará a los organismos internacionales. Incluso a la ONU. La Internacional Socialista se acaba de unir a las otras internacionales partidistas en su condena al régimen chavista, cuyas sistemáticas violaciones a los derechos humanos ha sido constata in situ por una comisión presidida por su secretario general, Luis Ayala, que nos visitara en enero pasado. Su aislamiento es cada día mayor y nada podrá hacer para evitarlo. En cuanto a sus obligaciones constitucionales, sólo participará en los procesos electorales si tiene la plena seguridad de vencer o se siente en capacidad de manipularlas para que aparezca vencedor. De lo contrario las pasará por alto, las ignorará, las desconocerá o montará organismos paralelos que hagan ilusorias las victorias de la oposición. Como ha hecho con la Alcaldía Metropolitana y pretende hacer con todas las gobernaciones.
Vamos hacia la existencia de dos países enfrentados. El real, de carne y hueso, que lideramos. Y el ilusorio, que Chávez y el chavismo pretenden legitimar. Lo ha dicho Rodríguez Araque, el peón de Fidel, para quien la única diferencia entre Venezuela y Cuba es que Cuba desterró a la oposición y Venezuela la tiene dentro, viva y coleando. Una visión absolutamente esquizofrénica digna de la oligofrenia de quienes nos desgobiernan.
Tal situación es insostenible en el tiempo. Si el régimen no atiende a la agenda constitucional ni acepta el juicio de las urnas, vamos inexorablemente hacia un enfrentamiento que tendrá que resolver el impasse existencial en que nos encontramos. Dictadura o Democracia, esa es la encrucijada que enfrentamos. La oposición cuenta con el sentimiento democrático, mayoritario en la actual hegemonía. Cuenta con los medios, las academias, las universidades, los partidos, la empresa privada que alimenta y sostiene al país. Y ya cuenta con el unánime respaldo internacional. Es un poder suficientemente poderoso como para definir ésta o cualquier otra situación. Habrá que ver con qué poderes cuenta el régimen y cuán solidarios e incondicionales le son. Dudo de la solidaridad y la incondicionalidad de quienes hoy aparecen ubicados tras sus banderas. La lealtad de los injustos tiene cara de hereje. Es leal hasta que deja de serlo.
El momento de la definición se acerca. Sólo la plena conciencia de sus riesgos puede blindarnos. Es la tarea del momento.