La corrupción, siempre la corrupción
El tema de corrupción de nuevo coge vuelo en los titulares de los periódicos y noticieros de tv y de radio; sobre todo, a raíz de los negociados que se esconden detrás de los millones de kilos de alimentos podridos detectados en los puertos venezolanos y otras localidades. Muchos han sido los artículos de prensa que han sido publicados sobre este caso, en los que se ha abundado en detalles sobre los distintos aspectos de este bochornoso asunto.
Estos hechos condenables perpetrados por altos personeros gubernamentales y sus socios privados, nos dan pie a hacer algunas consideraciones que vayan más allá de lo puntual, permitiéndonos ir hacia las profundidades del fenómeno, y de este modo ser más certero a la hora de combatirlo con eficacia.
En un artículo mío de hace unos meses señalaba que en nuestro país “Malandros de todo tipo y clase social, civiles y militares, narcos, terroristas, guerrilleros, estafadores e invasores, se sienten a sus anchas, están felices y contentos con un gobierno que los deja actuar sin limitaciones. Nada los amenaza. Saben que cuando no es la incompetencia, la dejadez y la condescendencia, es la complicidad la que los salva de pagar por sus desmanes. Están claros en que pueden robar, secuestrar, matar con facilidad y apropiarse de los dineros públicos sin temer la represión.” (“Paraíso de criminales” publicado el 18-12-09, Venezuela Analítica)
Enfrentar esta podredumbre generalizada y propiciada desde las alturas del poder, requiere no sólo una voluntad política férrea, sino también de mecanismos legales y técnicos, así como de acciones paralelas y permanentes de largo plazo, que ataquen los factores educativos y culturales del fenómeno.
La corrupción es un mal de todas las sociedades, y su supresión total y definitiva es, a mi juicio, una quimera. Lo cual no quiere decir que no pueda ser sometida y llevada, en la medida de lo posible, a una expresión mínima controlada.
Los efectos de la corrupción en los gobiernos son letales. La organización Transparency International lo ha expresado muy bien: socava el buen gobierno, distorsiona las políticas públicas, conduce al despilfarro de recursos, daña el desarrollo del sector privado, pero sobre todo, perjudica a los más pobres.
Así vemos que la corrupción no es sólo un problema ético o legal de un funcionario público o de un privado, es un asunto también económico con repercusiones sociales enormes.
Ciertamente, el problema de la corrupción supone una deslealtad hacia una organización pública o privada (Calsamiglia). Es una violación, activa o pasiva, de un deber inherente a un cargo (Jorge Malem S.), “es un abuso de poder para conseguir un bien privado” (Banco Mundial) y es, como diría el jurista venezolano Rogelio Pérez Perdomo, “un intercambio ilegítimo de reciprocidades entre quienes ejercen el poder político y quienes controlan bienes que pueden ser apreciados por aquellos”.
Este problema ha llegado a tales dimensiones que ha sido necesario suscribir tratados internacionales para combatirlo, no solo en el ámbito global (Convención de las Naciones Unidas contra la corrupción 2003), sino también en el hemisférico (Convenio Interamericano contra la corrupción, 1996). Igualmente, instituciones privadas se han abocado al tema. (Transparency Internationl, CCI, Global Witness)
En el comercio internacional, y éste es en parte importante el caso de los contenedores de alimentos podridos del gobierno nacional, la corrupción tiene su expresión en un número amplio de fraudes: Contrabando, descripciones erróneas, facturación fraudulenta, falsificación de productos, falsa declaración de calidad o cantidad, usos indebidos de regímenes aduaneros, falsificación de certificados de origen, empresas inexistentes o de papel, etc. ¿Cuántos de estos fraudes están presentes en el caso “Pudreval” de PDVSA?
Enfrentar la corrupción es una tarea permanente de cualquier sociedad y sus gobiernos. Hay que tener claro que no hay soluciones fáciles, ni mágicas, a un problema de profundas y complejas aristas. Es imposible la erradicación total de ella. Son necesarias políticas y acciones nacionales conjuntas (leyes, herramientas técnicas, procedimientos, formación y remuneración adecuada de funcionarios, etc). Por otro lado, en un mundo interdependiente y globalizado como el nuestro, es fundamental la cooperación intergubernamental para atacar este flagelo, la cual deberá concretarse en normativas y mecanismos supraestatales y/o supranacionales eficaces.
Para concluir, un comentario final. Uno de los padres fundadores de los EEUU, James Madison escribió que “Si los ángeles gobernaran a los hombres sobrarían tanto los controles externos como los internos sobre el gobierno”. Y agregaba: “Al organizar un gobierno que ha de ser administrado por hombres para los hombres, la gran dificultad estriba en que hay que capacitar el gobierno para mandar sobre los gobernados; y luego obligarlo a que se regule a sí mismo. El hecho de depender del pueblo es, sin duda, el freno primordial e indispensable sobre el gobierno; pero la experiencia ha demostrado a la humanidad que se necesitan precauciones auxiliares”.
Estas sabias reflexiones no tienen desperdicio. El control democrático es crucial a la hora de hacer frente a la corrupción gubernamental, pero no lo es todo. En el mundo de hoy existen las herramientas, “las precauciones auxiliares” de Madison, para el combate de esta enfermedad social crónica.
En nuestra atribulada Venezuela presente, sin los contrapesos democráticos de todo sistema liberal, habrá que pensar tanto en el corto como en el largo plazo, el asunto que ha ocupado estas líneas.
En las elecciones parlamentarias del próximo 26 de septiembre, debemos dar el primer paso en la recuperación de la institucionalidad y de los equilibrios democráticos necesarios, no sólo para combatir con eficacia la corrupción generalizada del gobierno bolivariano que nos agobia, sino también para acometer todos los demás problemas económicos y sociales que aquel plaga también afecta.