La conjura de los necios
El cinismo del régimen está alcanzando cotas demasiado altas: inventan una trampa y, de paso, se indignan porque sus víctimas no caen en ella como unos conejitos. Montado el truco, pretendían que la oposición pasará a solidarizarse con el primer mandatario. Buscaban convertirla en comparsa. Se estrellaron contra la sensatez de una oposición que, progresivamente, ha ido desmontando el juego malévolo del comandante y los asesores cubanos que lo rodean. ¿Quién va a querer dar un golpe si se pueden ganar cerca de la mitad de las gobernaciones y alcaldías en las próximas elecciones del 23-N? ¿Quién va a lanzarse en esa aventura tan irresponsable, si con la fuerza de los votos se puede hacer tambalear un régimen que pretende eternizarse? La respuesta mayoritaria ha sido serena: si hay una conjura que busquen a los conspiradores, y si hay alguien que quiere despachar al Presidente para la otra acera, que lo metan preso y lo juzguen. Esta reacción no estaba en la versión original del libreto oficialista.
La ira de Hugo Chávez, Diosdado Cabello, Freddy Bernal, el profesor Aristóbulo Istúriz y el conductor de La Hojilla, por el supuesto complot para derrocar al jefe de Estado y asesinarlo, es fingida. El lenguaje procaz y la actuación impostada de estos actores de comedia barata, no ha logrado conmover ni siquiera a los seguidores del proceso. Nadie le cree al jefe único e indiscutido (después de que sólo era una brizna en la tormenta revolucionaria) y a sus secuaces, que alguien esté tramando matar al líder de una revolución cada vez más desdibujada por la corrupción y la incompetencia. Son demasiadas las veces que esos personajes le han contado la misma historia al país, y siempre en períodos electorales o cuando un conflicto nacional o internacional pone en peligro la popularidad del mandatario. En diez años gobernando, hipotéticamente se han tratado de cometer 20 magnicidios, sin embargo, la nación no conoce ni a uno solo de esos siniestros criminales. Si en el país funcionaran el Ministerio Público o la Defensoría del Pueblo, aquellos señores, que para colmo son candidatos a cargos de elección popular, deberían ser llevados a los tribunales por incitar a la violencia de forma pública y con un estilo tan abyecto que provoca arcadas.
Lo de la intriga para destronar al teniente coronel del poder es otra farsa mal concebida. La crónica de los hechos es tan bufa que cualquier escritor de historietas habría ideado algo más sofisticado y creíble. De acuerdo con la propia narración de Hugo Chávez los hechos ocurrieron de la siguiente manera: venía el comandante en jefe de un lugar del interior donde no había buena recepción de las imágenes televisivas, cuando sonó su celular. Era el Ministro de la Defensa. Presidente, le dijo el general de tres soles, estoy viendo La Hojilla y Mario Silva está denunciando que fue abortado un golpe de Estado y un magnicidio, ¿sabe usted algo de esta revelación tan grave? Chávez responde: no sé nada porque por donde vengo no puede verse la televisión. Al llegar a Caracas, a través de las imágenes de Venezolana de Televisión, fue que el primer magistrado pudo enterarse de las dimensiones de la trama. De lo que no se dio cuenta es de que el video filmado por el supuesto infiltrado corresponde a enero de 2005. Resulta que primero se informó Silva de la asonada que el Presidente de la República y el Ministro de la Defensa, del cual depende la Dirección de Inteligencia Militar (DIM). Por lo visto, los agentes de seguridad prefieren informarle antes al conductor de un programa nauseabundo como La Hojilla, que hacerlo a su jefe natural en las líneas de mando. Si semejante despropósito fuese cierto, quien tendría que salir del Gabinete es el ministro, pues no sirve ni para que lo respeten sus propios subordinados.
De haber sido cierto lo del complot militar, hasta este remedo de Gobierno habría salido a denunciarlo con el Ministro de la Defensa y el Ministro del Interior y Justicia al frente del pelotón. Pero, no. Los altos funcionarios están demasiado ocupados viendo La Hojilla, para enterarse de lo que ocurre en los predios que son de su competencia. Ahora podemos entender por qué es que el drama de la inseguridad crece a velocidad de vértigo, la inflación no para de aumentar, la pobreza no cede, los apagones son cada vez más frecuentes y prolongados, y la miseria se extiende por todo el territorio nacional.
La olla montada por Chávez y sus lugartenientes persigue el propósito de ocultar la pestilencia que despiden los maletines viajeros, el impacto tan negativo que ha tenido el paquete de leyes comunistas, la caída vertiginosa de los precios del petróleo, el deterioro de su imagen internacional, el poco entusiasmo que despiertan sus candidatos, y la infinita incompetencia de los gobernadores y alcaldes oficialistas que buscan reelegirse. Con el tinglado desde donde se lanzan fuegos artificiales el comandante trata de polarizar la campaña, para que los aspirantes del sector democrático no rivalicen con sus débiles contrincantes estadales y municipales, sino para que colidan con él. Todos los autócratas sienten un profundo desprecio por quienes les acompañan. El de aquí, el vernáculo, no es la excepción. Considera, con razón, que dejar solos a los aspirantes a gobernadores y alcaldes puede significar el hundimiento de la nave bolivariana, con su almirante en la proa.
Por más conjuras que en medio de su desesperación inventen los necios, el único camino que pueden seguir los demócratas es el que conduce a las elecciones del 23-N. Allí hay que esperarlos con el voto en la mano y al lado de una electoral.