La cicatriz
Médicamente hablando, es una alteración permanente de la apariencia dérmica, consecuencia de un daño sufrido y de la reparación que el colágeno realiza.
Por extensión solemos hablar de «cicatrices del alma», heridas que sangran en nuestro interior y que dejan marcas.
El ser humano posee características únicas e irrepetibles, se diferencia del resto de especies por que posee conciencia de sí mis
mo y de los otros, tiene capacidad de expresarse a través del lenguaje.
Puede transformar la realidad, elegir, es creativo y participa en la organización de la sociedad, funciona como un todo en lo individual y lo social.
Necesita espacio y libertad para realizarse. Pero, cómo vivir cuando el alma se ha convertido en un grito de la carne… la manifestación de un cuerpo que sufre.
Una nación se forma con sus habitantes, sus costumbres, sobre un territorio que llamamos país, conformado por regiones, con límites. Regidos por un mismo gobierno y generalmente hablan el mismo idioma.
Por analogía a la organización fisiológica del cuerpo humano, hablamos de «cuerpo social» cuando concebimos la sociedad como un todo. Organizado políticamente como República o Estado.
El Alma de Venezuela sufre, devastada y degradada por un régimen que trabaja para desunirla, enfrentando la mitad de su cuerpo social contra la otra. Que promovió la invasión castrista, que cual virus va envenenado cada célula de nuestro país, hasta convertirlo en un moribundo lleno de cicatrices. Una realidad donde falta de todo, donde un colapso que se vislumbra, causará la más terrorífica escasez de alimentos, de energía, de salud y de seguridad que hallamos imaginado.
Esta nación la están desmembrando, robándole sus recursos y promoviendo un enfrentamiento fratricida. Se busca derramar la sangre entre hermanos, arrasar con la mitad de las vidas, así como han arruinado las empresas públicas y privadas, la producción de alimentos, el trabajo, los servicios y la seguridad ciudadana.
La sociedad está herida por un gobierno que atenta contra la civilidad, que coloca en un mismo plano lo verdadero y lo falso, lo justo y lo injusto, el bien y el mal.
Las estructuras políticas de un país, deben estar insufladas de humanismo, ninguna «revolución» tiene el derecho a destruir la influencia del espíritu en lo social, ni a construir un mamotreto ajeno a todo lo que es esencial y trascendente al ser humano, fuera de toda finalidad moral.
El sistema materialista promovido desde La Habana, puso al pueblo cubano al servicio de dos hermanos, causando su destrucción económica y social. La banda instalada en nuestro país pretende emularlos. Después de 14 años de locura el prejudicio es tal, que la ruina económica de Venezuela solo la calculamos, proporcionalmente a las riquezas adquiridas por lo bolivarianos y a los regalos millonarios concedidos a países extranjeros.
La política implantada por la minoría castrista, al restarle importancia a la unidad profunda de la familia venezolana, amenaza peligrosamente nuestra cohesión y el equilibrio de nuestro modelo democrático.
La sociedad civil, es la esencia del cuerpo social. Al margen del Gobierno, está llamada a influir en las decisiones políticas y económicas, para ello los partidos políticos democráticos deben imaginar una nueva forma de representatividad del cuerpo social, que vaya más allá de una coalición de intereses.
Así tendrán la fuerza para enfrentar un PSUV, que ha convertido nuestra democracia en una dictadura del partido de gobierno, colocando los poderes públicos a su servicio.
Venezuela sangra, tiene cicatrices infligidas por el régimen que pretende ignorar las normas inherentes a nuestra condición de ser humano.
El filósofo Jaques Maritain ya en los años 50 decía con claridad: «si no existe una ley moral superior, en virtud de la cual los hombres están obligados conscientemente hacia lo que es justo y bueno, la ‘regla de la mayoría’ corre el riesgo de ser considerada como regla suprema del bien y del mal, la democracia se expone a convertirse en totalitarismo, es decir a su auto destrucción».