La caricatura
No me lo contaron, lo vi y lo oí. Decir que la ciudad de Buenos Aires estaba
inundada de carteles, grafitis, pancartas o volantes en repudio a la visita
de Bush, sería una más que una exageración una mentira monumental. Había
una que otra pinta, un cartelito por aquí otro por allá y unos papelitos con
la inscripción: “Si Bush viene yo me paro”. Gracias a eso los maestros
dejaron sin clases durante dos días a cinco millones de escolares. En cuanto
al “subte” -que es como llaman al metro- una especie de operación morrocoy
venezolana- fue atribuida al temor de los operadores por algún acto
terrorista similar a los de Madrid y Londres. La quema de una emblemática
estación de ferrocarril el día anterior a la inauguración de la Cumbre y el
intento de hacer volar una gasolinera cercana, causaron indignación en los
vecinos y usuarios. Empezó a oírse lo que luego sería un lei motiv de los
ciudadanos comunes entrevistados por los medios de comunicación: “Estos que
sacaron el 1% de los votos en las últimas elecciones se quieren vengar con
la violencia”.
Claro que el personaje más seguido y entrevistado era el pibe Maradona, con
sus cincuenta o sesenta kilos menos y sin variaciones en su escasez de
materia gris. Repetía como loro consignas anti imperialistas y culpaba a
Bush de los males de la Argentina y de todos los pobres del mundo, amén de
llamarlo asesino. En algunos carteles Bush aparecía como el clon de Adolf
Hitler, vestido de militar con la cruz gamada, haciendo el saludo nazi y con
el bigotito que caracterizaba al Führer. Una evidente banalización de la
historia y de la monstruosidad del personaje con quien se pretendía comparar
al presidente de los EEUU. Sobre Chávez aún no se decía nada.
Maradona emprendió entonces la peregrinación (en un cómodo vagón del
ferrocarril) hacia Mar del Plata, “la ciudad feliz” como la identifican los
argentinos. No logramos saber qué medios de transporte utilizaron las
cincuenta mil personas que se calcula había en el stadium donde se inauguró
la contra Cumbre. Pero por haber visto en la Plaza de Mayo de Buenos Aires,
los relucientes autobuses amarillos y negros en los que se movilizan los
piqueteros; se podría deducir que fueron llevadas con gastos de transporte y
alimentación asegurados. Llegó entonces Bush con su esposa Laura y desde la
escalerilla del avión saludaron con movimientos de brazos y manos a algún
ignoto público. La señora Kirchner, es decir la senadora Cristina Fernández
que no gustaba de ser identificada con el apellido del marido, cambió de
opinión vistos los recientes resultados electorales tan positivos. Y como la
señora de Kirchner o Primera Dama, se deshizo en halagos y atenciones con
los esposos Bush, sin duda los asistentes más controversiales a la Cumbre.
Mientras ésta se inauguraba con los mismos discursos huecos y llenos de
lugares comunes que marca la tradición diplomática; las cámaras de
televisión se fueron a la contra Cumbre. En el cuadro de honor Maradona,
Chávez vestido a tono con las circunstancias, un apendejeado Evo Morales y
un tonto útil de cuanta reunión comunistoide exista: el premio Nóbel de la
Paz, Pérez Esquivel. Habló brevísimamente Maradona, luego Chávez por espacio
de dos horas y cincuenta minutos. Las puertas del estadio habían sido
cerradas para que nadie se fuera antes de terminar el show anti imperialista
pero empezó a llover y los devotos seguidores más del mítico ex futbolista
que del héroe venezolano, se retiraron en masa sin terminar de oírlo: Habían
logrado romper unas alambradas de aquella cárcel auditiva.
Mientras tanto grupos de encapuchados destruían comercios, bancos y creaban
un caos en la ciudad feliz. En Buenos Aires ocurría otro tanto pero a una
escala mucho menor. ¿Se habrá enterado Bush? Los enormes daños causados
deben ser reparados con dinero argentino, de quienes pagan impuestos en ese
país y con partidas que se sustraerán a fines más loables. Definitivamente
un autogol liderado nada menos que por el legendario Maradona ya que esos
desmanes causaron un repudio generalizado. Si los taxistas son como en
todas partes el termómetro de la opinión pública, la fiebre de indignación
argentina pasó de los 40º F. En cuanto a Chávez la reacción más difundida
fue la burla, en uno de los principales programas matutinos de la televisión
los periodistas se compadecían, entre carcajadas, de una colega que le pidió
al presidente venezolano responderle una pregunta en tres minutos y Chávez
se tomó una hora y tres cuartos. Ni los chavistas sureños podían creer lo
que habían visto y oído de su ídolo. No solo la extensión de sus peroratas
sino además el estilo chabacano, vulgar y gritón. Nada que ver con Fidel -le
oímos decir a más de uno- éste es un pobre imitador.
Una de sus graciosas salidas fue calificar a Kirchner de D’Artagnan contra
el ALCA, lo que significa que los tres mosqueteros habría que elegirlos
entre Brasil, Uruguay, Paraguay y Venezuela. Como evidentemente Chávez se
cree uno de ellos, alguno de los cuatro queda afuera. ¿Será Lula por
casualidad, que demostró ser más hábil y mucho mas estadista que Kirchner y
Chávez? Pero allí no quedó la cosa, como no pudo pelearse con los
veintinueve que apoyaron la aspiración norteamericana, arremetió contra Fox
y le lanzó esta perla al representante de Panamá: “Nuestros servicios de
inteligencia nos habían informado que por algún lado saltaría la liebre, y
saltó por Panamá”.
Es lógico suponer que después de la millonada invertida en promoverse como
Chávez Superstar, se hayan tomado las medidas para hacerle creer a los
venezolanos que Chávez se la comió y que le hizo morder el polvo a George W.
Bush. Lo que pudimos sentir allá, en el teatro de los acontecimientos, es
que el número de admiradores argentinos de Chávez sufrió un abrupto bajón
que seguramente las encuestas demostrarán. Es el destino de los malos
imitadores.